Nosotros los anarquistas. Stuart Christie

Читать онлайн книгу.

Nosotros los anarquistas - Stuart Christie


Скачать книгу
los socialistas autoritarios para reemplazar al gobierno del conde Romanones por una republica liberal burguesa. Las desastrosas experiencias con políticos burgueses y supuestamente radicales durante el movimiento cantonalista de 1873 demostraron a los militantes anarquistas que los líderes políticos de todos los signos, impulsados por su deseo de conquistar el poder, sólo colaboraban por interés propio. Su desconfianza en el sindicato socialista y en los republicanos no era infundada, como hemos visto, pero aunque el pacto fue efímero, con consecuencias desafortunadas para el movimiento sindicalista, sirvió para resaltar las diferencias irreconciliables entre el sindicalismo revolucionario y el reformista. (Aunque no hay pruebas de que los dirigentes fueran reformistas y la base revolucionaria.)

      En 1920, desafiando abiertamente las decisiones del congreso de 1919 y sin ni siquiera intentar consultar a la militancia, Salvador Seguí demostró aún más desprecio por el proceso democrático negociando otro pacto con la UGT. Ese movimiento arbitrario y antidemocrático del líder de la CNT fue condenado en una asamblea plenaria de la CNT ese mismo año. Pero ante un fait accompli, se tomó la decisión de conceder al sindicato socialista el beneficio de la duda. Pusieron a prueba la buena fe de sus aliados convocando una huelga general en solidaridad con los mineros de la empresa Río Tinto. Los socialistas, ya fuera por miedo a una confrontación con el Estado o por no querer ceder la iniciativa a la CNT, renegaron del acuerdo y la huelga de Río Tinto fracasó al cabo de cuatro meses de lucha.

      A ese terrorismo de Estado paralelo se le dio el visto bueno judicial en diciembre de 1920 con la introducción de la famosa «ley de fugas», una ley que permitía a las fuerzas de seguridad matar a tiros a cualquier sospechoso que intentase «evitar» su captura. La CNT de nuevo buscó un pacto con la UGT para convocar una huelga general revolucionaria en Cataluña con el fin de frenar la espiral de violencia, pero el sindicato socialista se negó a dar su apoyo y el pacto de Seguí finalmente se hundió en la ignominia. Asustada por la amenaza revolucionaria a las instituciones fundamentales de su sociedad –tradición, propiedad y privilegios– la elite gobernante recurrió al único idioma que entendía: la violencia.

      A los militantes anarquistas de la CNT no les quedó otra alternativa que responder con las mismas armas. Organizaron comités de defensa para identificar, localizar y asesinar a los responsables de la oleada de terrorismo semioficial. Esos comités de defensa orientados a la acción se convirtieron, comprensiblemente, en focos de atracción para los elementos más jóvenes, dinámicos y revolucionarios, que empezaron a destacar en el seno de la CNT, mientras que los colaboracionistas como Salvador Seguí, que pretendían restaurar el énfasis en las cuestiones exclusivamente laborales, perdieron influencia.

      Según Aurelio Fernández, uno de los fundadores de Los Solidarios, los objetivos declarados del grupo eran enfrentarse al pistolerismo, defender los objetivos anarquistas de la CNT y fundar «una federación anarquista de ámbito estatal que uniría a todos los grupos próximos entre si ideológicamente, pero dispersos por toda la península». Después de ajustar las cuentas a los dirigentes y organizadores más prominentes de la campaña de terror en contra de la CNT, utilizaron las columnas de su influyente periódico Crisol para forzar un congreso anarquista nacional. Su convocatoria tuvo éxito y tanto la CNT como la Federación de Grupos Anarquistas estuvieron representadas. Durruti, Ascaso y Aurelio Fernández fueron elegidos para una Comisión de Relaciones Nacional, organismo precursor de la Federación Anarquista Ibérica, la FAI.

      Entre los cincuenta delegados que asistieron al congreso estaba el protegido de Seguí, Ángel Pestaña, ex editor de Solidaridad Obrera y para entonces un líder de notable reputación en el seno de la CNT. Pestaña había salido de prisión en abril de 1922, después de que en 1921 fuera detenido al volver de Rusia. Fue el informe que presentó en el Congreso de Zaragoza a principios de ese mismo año lo que llevó a la CNT a revocar su adhesión provisional a la Tercera Internacional Comunista.

      La desastrosa gestión de la guerra con Marruecos y los escándalos que afectaron a las principales autoridades del país –incluyendo al rey– llevaron a muchos anarquistas a creer que la única solución que le quedaba a la elite gobernante era dar un golpe militar. Una de les principales tareas de la Comisión Nacional de Relaciones era, por lo tanto, planear el modo de evitar que eso ocurriera. Los activistas del Comité de Defensa, García Oliver, Gregorio Suberviola y otros, esbozaron propuestas para una insurrección que evitara el esperado golpe militar y acelerara el proceso revolucionario en toda España.

      Ángel Pestaña, que hacía poco había sido nombrado secretario regional de la CNT, estaba totalmente en contra de la propuesta de huelga general. Su experiencia directa en el proceso revolucionario de Rusia le hacía pensar que la razón del éxito bolchevique fue el hecho de que las masas no estuviesen correctamente educadas o preparadas para la revolución de antemano. Pestaña estaba convencido de que el éxito de una revolución dependía de la organización y no de la espontaneidad. Sostenía que puesto que el sindicato era débil y estaba desorganizado, y que era improbable que la UGT se opusiese a un golpe militar, se quedarían solos; una huelga general revolucionaria en ese momento sólo podía terminar en catástrofe.

      La oposición de Pestaña a la resistencia armada provocó su expulsión de la comisión. Aunque ya no pertenecía a la comisión, Pestaña fue detenido y encarcelado por las autoridades dictatoriales por supuesta participación en la desastrosa invasión militar organizada por la comisión en 1924 en Vera de Bidasoa, en el Pirineo vasco-navarro, y en el fallido levantamiento del cuartel de Atarazanas de Barcelona. Permaneció en prisión hasta finales de 1926. Según su biógrafo Antonio Elerza:

      A consecuencia del asesinato de Salvador Seguí y de su compañero Francesc Comes el 10 de marzo de 1923, los sindicalistas legalistas de la CNT perdieron toda la credibilidad. Incluso los sindicalistas más ortodoxos se


Скачать книгу