Psicología y economía. Tomás Bonavía Martín

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Psicología y economía - Tomás Bonavía Martín


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En nuestra opinión confundiendo las partes con el todo. ¿Cómo referirse a la psicología de la publicidad sin considerar los aspectos macro y microeconómicos de la actividad comercial y del consumo?

      El impresionante desarrollo de los medios de comunicación de masas ha situado la psicología de la publicidad en un lugar destacado. Es cierto. Pero, ¿acaso la conducta de compra o los motivos que impulsan a la gente a comprar tienen una única explicación psicológica en la publicidad? ¿No son más importantes los condicionamientos económicos, las influencias culturales o los procesos de influencia social a la hora de explicar los motivos de la conducta del consumidor? Y, además, lo que es sumamente importante, ¿tan sólo es económica y socialmente relevante la conducta de compra?

      Evidentemente existen otras muchas manifestaciones de la conducta social cuyo estudio no puede sustraerse a la psicología, como por ejemplo: las actitudes ante los impuestos, el ahorro o el valor subjetivo del dinero. Todo ellos, muchos otros y la publicidad componen el campo general de investigación e intervención de la psicología económica.

      En definitiva, existen relaciones de mayor rango teórico e investigador entre la psicología y la economía. Relaciones que la psicología económica, especialidad propia de la psicología social, puede y pretende explicar. Hasta tal punto que, como veremos más adelante, difícilmente se puede hablar de una economía sin psicología. De igual forma que ocurre con la psicología, especialmente la psicología social, respecto de la economía. Hoy, y desde hace bastante tiempo las teorías, los conocimientos y las técnicas de ambas disciplinas se comparten e intercambian constantemente. Aunque no siempre se esté, o se aparente estar, al tanto de ello.

      A decir verdad no son necesarias excesivas argumentaciones para admitir las numerosas confluencias entre economía y psicología. Particularmente en lo que respecta a su mutuo interés por el estudio de la conducta social. O si se prefiere, de la conducta económica que es, en definitiva, una dimensión, de entre las más importantes, de la conducta social. Basta con consultar algún manual relevante y reconocido de economía para encontrar tales solapamientos. Por ejemplo, Paul Samuelson y Wiliam Nordhaus (1986: 6) afirman, al referirse a las relaciones entre economía y las ciencias sociales, que: «La ciencia política, la psicología y la antropología son todas ellas ciencias sociales cuyo objeto de estudio coincide parcialmente con el de la economía.»

      Algo más explícito es el Peguin Dictionary of Economics cuando define la economía como «la ciencia que estudia aquellos aspectos de la conducta e instituciones humanas que utilizan recursos escasos para producir y distribuir bienes y servicios con vistas a la satisfacción de las necesidades humanas» (las cursivas son nuestras). O Robert Frank (1992) que, empezando por el título de su manual (Microeconomía y conducta), siguiendo por el índice que lo configura (dedica una parte entera compuesta de seis capítulos a la conducta del consumidor) y terminando por el enfoque que lo caracteriza (esencialmente cognitivo), plantea con absoluta claridad el vínculo entre ambas disciplinas.

      Tras lo expuesto, queda claro que el propósito de este capítulo no es otro que el dejar descritas las relaciones que ya desde hace mucho tiempo se vienen produciendo entre economía y psicología, puesto que los fenómenos económicos son en lo esencial fenómenos humanos. Es decir, con mayor o menor énfasis y matices, la historia de la economía muestra la preocupación que los pensadores de esta ciencia han tenido por delimitar aquellas acciones humanas que repercuten en la génesis, producción y reparto de las riquezas y los recursos. Lo que necesariamente ha supuesto a la base una cierta concepción del ser humano.

      En el contexto de la psicología económica, bien influida y a su vez integrada en el ámbito de la psicología social, las personas son consideradas como sujetos activos; capaces de incidir en la producción y en el consumo; desempeñando una conducta compleja, no siempre predecible y recíprocamente influyente e influida por los fenómenos económicos. Como cabe suponer, no se han mantenido inalterables los principios para estudiar tales hechos y, en consecuencia, las ideas y teorías al respecto han ido evolucionado en el tiempo constituyendo su propia historia.

      Sin embargo, la psicología económica como especialidad de la psicología se constituye en fechas muy cercanas. En sentido estricto su historia es muy reciente. A pesar de que la preocupación por la influencia de la conducta de los seres humanos sobre la economía bien puede remontarse hasta la antigüedad. Tal circunstancia no es diferencial de esta disciplina. Ocurre con todas aquellas que de una forma u otra proceden, por evolución, de la filosofía o de la reflexión filosófica.

      La aparición de la psicología económica también puede examinarse desde la relación que se establece entre la acumulación de conocimientos y la evolución histórica de las investigaciones que los han ido constituyendo. Razón por la cual sería posible abordar esta evolución considerando los descubrimientos y teorías producto y efecto de las mutuas y recíprocas influencias entre economía y psicología.

      Podríamos, entonces, referirnos a una historia de relaciones convenientes. Lo que no debería extrañar, ya que los conocimientos científicos de una disciplina, sea el caso de la economía sea el caso de la psicología, progresan intermitente y desigualmente. En ocasiones según la amplitud de los márgenes que quedan fuera de la preocupación de una disciplina vecina. En otras este progreso se ha visto equilibrado o se han producido lagunas temporales sin apenas avances destacados. En otras, al fin, la psicología se ha preocupado por cuestiones que siendo cercanas a la economía no suscitaron su atención. Y recíprocamente.

      En vista de ello la psicología económica es, cuanto menos inicialmente, la historia de las relaciones entre economía y psicología. Dedicaremos el primer apartado de este capítulo a analizar esta circunstancia. Relaciones que han pasado desde una sincretismo inicial en el que la reflexión económica y psicológica son una misma cosa, a una independencia disciplinar para finalizar en una aproximación unitaria, plural en métodos y especialidades, coincidente en mayor o menor medida con el estudio de la conducta económica.

      Puede que en un amplio sentido las preocupaciones psicológicas sean tan antiguas como la acción económica en sí misma. ¿Quién podría negar que en el intercambio más primitivo, el trueque por ejemplo, no existe a priori cierta concepción acerca de la naturaleza y mentalidad del otro?

      Son muy numerosos los ejemplos en la literatura general que podrían destacarse al respecto y que, en una u otra forma, pueden ser considerados como precursores en el estudio de la conducta económica. Desde la antigüedad han proliferado abundantes ideas sobre la conducta social y económica, supuestos y teorías de carácter filosófico, político o sencillamente basadas en el sentido común. Pretendiendo explicar las circunstancias y problemas de las sociedades en las que vivieron ciertos pensadores, contribuyeron al desarrollo de conocimientos que sirvieron para explicar fenómenos de carácter económico, muy ligados a acciones humanas.

      Ya Jenofonte hizo sutiles observaciones acerca de la economía doméstica y primero Hesiodo y luego Virgilio sobre el trabajo rural. Sin embargo la idea central de los clásicos se fundamenta en una concepción ciertamente sencilla y esquemática del ser humano. Concepción que de una manera u otra no deja de presentarse, con variaciones en la forma que no en el fondo, desde entonces. Se trata de la existencia de dos grandes clases de seres humanos: la elite dotada privilegiadamente para mandar y dirigir, y la masa, limitada intelectualmente y sólo capaz de aceptar ciertas órdenes. Las actitudes, ideas y conceptos respecto del trabajo muestran bien a las claras tal oposición (Quintanilla, 1989).

      Varron y en cierta forma también Platón, Aristóteles y Catón, oponen la mentalidad y capacidades del noble como elite de ciudadanos a la de la masa, sobre todo la de los esclavos «incapaces de sentimientos elevados». Para Varron los esclavos son instrumentos de cultura. Y estos instrumentos comprenden el «género parlante» (los esclavos), el «género de voz inarticulada» (los animales) y el «género mudo» (los instrumentos de madera y de hierro). En consecuencia el exclavo es un instrumento. Envilecido por el mero hecho de tener que trabajar. Siendo esa mezquindad, esa naturaleza de apetitos vulgares y de bajas pasiones, la que justifica su empleo como productor. Noble aquél innoble éste. Así se obtiene, por oposición un equilibrio, un orden natural. Una


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