Psicología y economía. Tomás Bonavía Martín

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Psicología y economía - Tomás Bonavía Martín


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Economía y psicología: dominios y confluencias

      Lo expuesto también afecta a la conducta económica y por consiguiente a la materia que aquí vamos caracterizando. Vamos a incidir en esto ahora, puesto que si es cierto que la economía se ha constituido en una ciencia independiente no lo es menos que, si bien más tarde, ha sucedido algo similar con la psicología. Veremos las contribuciones que la psicología puede hacer a la economía desde la perspectiva del crecimiento y el proceso de especialización que se produce en estas ciencias, a partir del convencimiento de su proximidad y objetivos similares. Lo que permitirá comprender, más adelante, el surgimiento y desarrollo de esta disciplina llamada psicología económica.

      De natural el proceso de especialización disciplinar conlleva cierta oposición. Incluso una actitud crítica, tanto en relación a supuestos y teorías anteriores como en lo que se refiere a disciplinas próximas o vecinas. Éste es un proceso bien descrito por la filosofía de la ciencia, al que no queda ajena la economía; ni, por supuesto, la psicología. El resultado, en general y para el crecimiento de la ciencia, estrictamente y mucho mejor dicho de las ciencias, es la aparición de debates y conflictos respecto de los dominios y objetivos de cada una de ellas.

      La psicología social ha tenido que abrirse camino dotándose, de similar manera que la economía, de un objeto de estudio y un método riguroso capaz de generar conocimientos sujetos a comprobación y contraste empírico. Más adelante en el capítulo tercero volveremos sobre ello; por el momento baste con indicar que desde finales del siglo XIX, sociólogos y psicólogos vienen poniendo en duda el concepto de hombre económico y los modelos matemáticos que pretenden explicar y prever la conducta resultante.

      La consecuencia más destacada para lo que vamos analizando es el debate y los problemas sobre los dominios y las fronteras. Dificultades que se hacen más engorrosas conforme avanza la investigación psicológica y a medida que se van superando los estadios descriptivos y taxonómicos para orientarse hacia las búsqueda de modelos explicativos más consistentes.

      Así las cosas, el concepto de frontera disciplinar es cuanto menos restringente. Toda frontera sugiere un límite, lo que a la vez implica limitaciones; es decir, ajustarse al dominio disciplinar. Pero también, para los reduccionistas, excesos, si fuera el caso que, según ellos, se superara cierta barrera disciplinar. Sin embargo, difícilmente se pueden poner inconvenientes a que los especialistas de disciplinas cercanas hagan incursiones en los dominios de las otras. Cuando esto se produce las ciencias suelen acelerar su progreso.

      Ciertamente, los mecanismos de préstamo e incorporación de constructos, conceptos, teorías y modelos de unas a otras disciplinas o especialidades es harto frecuente. Y puede que incluso sea indispensable para la génesis y desarrollo de conocimientos originales e innovadores. Como ilustración cabe decir que la civilización china, en su época de máximo explendor, realizó importantes contribuciones al saber humano como, por ejemplo: la pólvora, el sismógrafo, la porcelana, el estribo, el carruaje impulsado por el viento, los tipos móviles para la imprenta, el golf, el cañón, el globo, la función de precisión, la brújula (que, por cierto, señalaba el sur), la imprenta, la vela de popa, el paracaídas, el cuentakilómetros, el timón, el planeador, el lanzallamas, el fuelle de doble pistón, el cohete-misil, el trinquete, el papel moneda, los naipes y la hélice. ¿Cuáles son las razones por las que poseyendo tal cantidad de medios, conocimientos y tecnologías no se desarrollara, tal y como ocurrió en Europa, la Revolución Industrial? Sencillamente, se «cerraron sobre sí mismos», se aislaron. Aquélla fue una sociedad autoritaria y muy jerarquizada. Pero lo fundamental fue consecuencia de lo anterior: los conocimientos no se podían compartir ni intercambiar

      En psicología social, por ejemplo, las teorías expresadas por Kurt Lewin utilizan constructos de la física newtoniana. La mejor ilustración de lo expuesto se encuentra en la economía, deudora en alto grado, entre otras, de la filosofía, la historia, el derecho, la sociología, la antropología y la psicología. Afirmación similar se podría hacer de la mayor parte de entre ellas respecto de las otras, pues todas pueden considerarse ciencias sociales.

      También, en este sentido, no debería resultar exagerado afirmar que hace mucho tiempo que los economistas han utilizado –y siguen utilizando– constructos e interpretaciones psicológicas en la elaboración de sus teorías y modelos. Desde Adam Smith a John Maynard Keynes o desde Kenneth Boulding hasta Gary Becker, economistas todos ellos sobradamente conocidos, no son pocos los casos ilustrativos que se podrían señalar.

      Además de resultar muy llamativo el modo habitual en que se tiende a definir la ciencia económica por sus propios especialistas. Tanto si empleamos la clásica definición formal propuesta por Lionel Robbins, para quien la economía es la «ciencia que estudia el comportamiento humano en tanto que relación entre fines y medios escasos, susceptible de usos alternativos», como si nos basamos en definiciones más sustantivas o materiales, como ejemplo ilustrativo la que en su día propuso Karl Polanyi, quien afirmó que la economía es un «proceso institucionalizado de interacción entre el hombre y su entorno natural y social que permite un abastecimiento en medios materiales que satisfacen necesidades humanas» (las cursivas son nuestras), las relaciones entre economía y psicología deberían ser más que evidentes.

      Sin embargo, conviene advertir que hasta muy entrado el siglo XX se han ignorado, con excesiva frecuencia, los resultados de la investigación psicológica por fin estructurada como una ciencia en continuo desarrollo. Conviene decirlo, interesada también por la conducta social y consuetudinaria. Y ello a pesar de que numerosos economistas se sigan inspirado en el hedonismo, como si desde entonces, hacia finales del siglo XVIII, la psicología hubiera permanecido como una ciencia de la conciencia, y no hubiera evolucionado y generado un debate de largo alcance social y científico.

      Sólo una ignorancia, puede que en parte justificada por la imagen proyectada por la propia psicología, explicaría el uso que se viene haciendo de conceptos y teorías psicológicas hoy superadas o considerablemente modificadas. Tal es el caso de la persistente utilización de un mecanicismo psicológico en aras a construir esquemas simples y lineales para contrastar modelos de similar naturaleza con el fin de explicar, por ejemplo, la conducta del consumidor. O la larga polémica en el concepto de necesidad plagado de teorías trasnochadas convenientemente engarzadas en lo anterior. O los procesos de elección y riesgo percibo, negociación y conflicto, durante largo tiempo asociados a juegos matemáticos en los que lo cualitativo se diluye oculto por el cálculo. Y así un largo etcétera. No es de extrañar que, en ocasiones, el diálogo entre especialistas, psicólogos y economistas, se haya hecho extremadamente difícil. Más aún cuando casi siempre se espera –cuando se hace– que la interpretación psicológica de la conducta económica no sea más que una disciplina auxiliar de la teoría económica.

      Evidentemente, hoy por hoy, esta situación no se puede generalizar. Desde mediados del presente siglo los casos de colaboración entre psicólogos y economistas así como el préstamo recíproco de constructos, teorías y técnicas se han ido consolidando. Bastante revelador resulta el caso de James G. March y de Herbert A. Simon, psicólogo y economista, economista y psicólogo, que en 1958 publicaron conjuntamente un texto de obligada referencia. Su Teoría de la organización denota un claro ejemplo de como la colaboración pluridisciplinar puede dar muy buenos resultados a la hora de abordar un problema común, máxime tras la concesión en 1978 del Premio Nobel de Economía al segundo de ellos. Así lo prueba la abundante utilización de este texto por muy distintos autores. Actualmente es frecuente que los textos de economía se encuentren plagados de citas y referencias que aluden a investigaciones de psicólogos sociales, del trabajo, de las organizaciones o especializados en la conducta del consumidor. Pues como indica Shira Lewin (economista de la universidad de Harvard) «las asunciones de los economistas dependen del reconocimiento psicológico para ser plausibles» (1996:1293).

      George Katona (1965: 11) dejó escrito que:

      Las actitudes de las personas, sus motivos y las referencias obtenidas, componen el conocimiento de su medio ambiente, así como el de su comportamiento. Para comprender los procesos económicos, así como otras manifestaciones de la conducta,


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