Adónde nos llevará la generación "millennial". Barbara J. Risman

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Adónde nos llevará la generación


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que están en el núcleo de la estructura social. Así como debemos reconocer constantemente que la estructura es una construcción social, también es cierto que la estructura social produce distintos tipos de personas. La estructura social es a la vez posibilitadora y limitante (Hays, 1998; Giddens, 1984). La tradición cultural en sociología (Swidler, 1986; Schippers, 2007; Hays, 1998) me ha ayudado a mejorar mis concepciones anteriores del género como estructura social al sugerirme que, para cada nivel de la estructura de género, debemos identificar tanto los procesos culturales, como las condiciones materiales. Si bien profundizaré en los aspectos materiales y culturales de la estructura de género más adelante, quiero diferenciarlos aquí de un modo simplificado refiriéndome a la cultura en tanto que procesos ideológicos, es decir, significados atribuidos a los cuerpos y legitimaciones para las reglas y regulaciones de las organizaciones a las que nos enfrentamos en la vida cotidiana. Las condiciones materiales incluyen los cuerpos en sí mismos, así como las reglas que distribuyen las recompensas y limitaciones físicas en un momento histórico dado. Solo cuando prestamos atención tanto a la cultura como a la realidad material podemos empezar a identificar bajo qué condiciones las diferencias corporales se convierten en desigualdad en el seno de una estructura de género (véase la figura 1.5 como resumen del modelo).

      Para entender cómo se produce y reproduce la estratificación de género, y a veces cómo se ve restringida, de generación en generación, necesitamos entender la amplitud y profundidad del poder del género en tanto que estructura social. Por lo tanto, no deberíamos preocuparnos de si el género se conceptualiza mejor como un rasgo individual, en el nivel de la interacción, o como parte de las reglas de las organizaciones y las creencias culturales; más bien necesitamos construir un panorama completo para abordar la complejidad del género en tanto que estructura. Es preciso utilizar la investigación empírica para estudiar la fuerza de los «yo» individuales ante las expectativas culturales frente a las instituciones, y hacerlo intentando dar una explicación a preguntas particulares, o momentos históricos concretos, o variables dependientes identificadas. Aprendemos más si abordamos cada cuestión empírica desde su propia complejidad, una preocupación para cada nivel de análisis –el individual, el interactivo y el organizacional, y las relaciones recursivas entre estos–. Debemos preocuparnos por la relación recursiva entre los procesos culturales y materiales en cada nivel y a través de los niveles de la estructura de género. Como sostiene Hay (1994), necesitamos entender que la estructura no solo nos limita, sino que también nos ayuda a crear un sentido de nosotras mismas, nos da herramientas para la acción y, por lo tanto, hace posible la agencia –y el cambio social que podría resultar de ello–.

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      Fig. 1.5. El género en tanto que estructura social. Modelo del género como estructura.

      Toda sociedad tiene una estructura de género, un sistema por el cual se asigna a los organismos una categoría de sexo a partir de la cual se construye la desigualdad de género. La estructura de género influye en los individuos, en sus identidades y en sus personalidades y, por lo tanto, en las decisiones que toman. Las ciencias sociales han priorizado durante mucho tiempo el nivel individual de análisis del género, lo que ha llevado a considerarlo, al menos en parte, como la justificación de los patrones de género y, por lo tanto, de la desigualdad; pero el poder de la estructura de género va mucho más allá de la formación de una misma. Cada vez que nos encontramos con otro ser humano, o incluso cuando imaginamos tal encuentro, las expectativas asociadas a nuestra categoría de sexo se vuelven evidentes para nosotras y, tanto si cumplimos tales expectativas como si no, somos consideradas a través de ellas por nosotras mismas y por las demás. Este es el poder del nivel de análisis interactivo. Sin embargo, la estructura de género va mucho más allá de la formación de los individuos y de nuestras expectativas de interacción. El sistema legal, las religiones y, a menudo, nuestras organizaciones también están profundamente marcadas por el género mediante creencias sobre el privilegio y la agencia masculina, así como sobre la crianza femenina, que se incorporan en las reglas y las lógicas culturales que acompañan a las regulaciones. A continuación, me ocuparé de cada uno de estos niveles de análisis por separado, aunque todos ellos se encuentran visiblemente entrelazados en una estructura de género determinada. El modelo se ha revisado a partir de formulaciones anteriores, diferenciando los aspectos materiales de los culturales en cada nivel de análisis. Me referiré ahora al nivel macro de análisis por sí mismo, y no como el nivel institucional, para destacar que incluyo tanto las regulaciones institucionales como las creencias culturales que las acompañan.

      Nivel individual de análisis. En tanto que nos preocupan los mecanismos por los cuales los niños y las niñas llegan a tener una preferencia a partir de la que hacen género, debemos focalizar nuestra atención en cómo se construyen las identidades en el desarrollo de la primera infancia a través de los procesos explícitos de socialización y modelamiento, y cómo se interiorizan estas preferencias. El aspecto cultural de la estructura de género influye, hasta cierto punto, en la concepción del yo. En la medida en que las mujeres y los hombres decidan adoptar comportamientos típicos de género en todos los roles sociales y durante el ciclo de vida, debemos centrarnos en esas explicaciones individuales. La psicología ha prestado mucha atención a la socialización de género y a las hipótesis individualistas sobre el género, pero en sociología hemos rehuido de ello, para centrarnos más en la interacción y la ideología macro. Es necesario prestar una atención continuada a la construcción del yo, tanto por lo que se refiere a los medios por los cuales la socialización conduce a predisposiciones internalizadas, como por la forma como –una vez que los yos son adoptados– las personas utilizan la identidad para mantener comportamientos que refuerzan un sentido positivo de sí mismas (Schwalbe et al., 2000). Cómo o en qué medida la estructura de género se interioriza en el yo es una cuestión empírica importante. Debemos comprender hasta qué punto las ideologías culturales se arraigan en los individuos; el poder de la socialización sigue siendo un aspecto central de la estructura de género.

      Existe también una realidad material a nivel individual. Niños y niñas, hombres y mujeres, pero también aquellxs8 que rechazan las identidades binarias, están todxs encarnadxs mediante objetos materiales reales de carne y hueso –los cuerpos– que han de interpretar y mostrar. Una parte de ello puede estar influenciado por la genética y las hormonas, aunque esto resulta complicado de estudiar, dado que también los roles sociales y las experiencias influyen en el sistema hormonal (Freese et al., 2003; Perrin y Lee, 2007; Rosenblitt et al., 2001). Pretender que los cuerpos no importan es como esconder la cabeza bajo la arena. Por tanto, las cuestiones relativas a su importancia y su descodificación deben formar parte de la investigación sobre la estructura de género.

      La teoría de la práctica de Bourdieu (1988), particularmente el concepto de habitus, resulta muy útil para conceptualizar la creación social de la materialidad a un nivel individual en la estructura de género. Los seres humanos pequeños aprenden a caminar como una niña y a lanzar la bola como un niño. La estructura de género se incrusta en los cuerpos de los niños y las niñas (o no, como cuando rechazan el género que se les asigna). El habitus crea la posibilidad de lo que es posible imaginar. Aunque algunas personas rechazan claramente el entrenamiento infantil, no pueden hacerlo fuera de los límites de su habitus, más allá de su imaginación. Gracias a intervenciones médicas cada vez más sofisticadas, las personas pueden elegir alterar la materialidad de sus vidas y utilizar la tecnología para encarnar su identidad. Cualesquiera que sean las circunstancias materiales de las vidas individuales, ya sea que los cuerpos nazcan o se formen, o ambas, la estructura de género ha definido las posibilidades, las opciones permitidas y las limitaciones establecidas.

      Sigue habiendo cuestiones empíricas importantes que se deben plantear en relación con la perdurabilidad del género en las personas a lo largo de sus vidas y que las llevan a elegir o rechazar las opciones de género disponibles. Los hombres y las mujeres que han desarrollado fuertes identidades de género pueden optar por moldear sus vidas de acuerdo con criterios tradicionales que tienen en cuenta el sexo, y ello lo consiguen gracias a la férrea orientación provista por el esquema de la estructura social de género. Los hombres y las mujeres pueden elegir rechazar esas etiquetas y cambiar sus cuerpos, pero también


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