Adónde nos llevará la generación "millennial". Barbara J. Risman
Читать онлайн книгу.dedicando más tiempo a tareas domésticas que sus maridos, incluso cuando trabajan fuera del hogar tantas horas por semana como ellos y ganan salarios equivalentes (Davis y Greenstein, 2013; Bittman et al., 2003; Bianchi et al., 2000). La investigación cualitativa de Tichenor (2005) proporciona una sólida evidencia empírica de que las esposas con mayores sueldos que los de sus maridos se ven obligadas, por la lógica cultural de la maternidad intensiva, a asumir una mayor parte del trabajo familiar de cuidados. Mientras que Sullivan (2006) y Kan et al. (2011) muestran de manera convincente que la tendencia ha cambiado con el tiempo y que los hombres asumen cada vez más trabajo familiar a medida que avanzan las décadas, el género todavía supera las variables estructurales de tiempo y dependencia económica cuando se trata de tareas domésticas y trabajo de cuidados (Risman, 2011). Si los factores puramente estructurales fueran los responsables de la desigualdad de género, podríamos rediseñar simplemente las organizaciones y los roles sociales, y así las mujeres y los hombres serían iguales. El núcleo del argumento estructural es la neutralidad del género; las mismas condiciones estructurales crean el comportamiento, con independencia de los roles sociales que desempeñen los hombres o las mujeres. Las implicaciones de una teoría puramente estructural suponen que, si movemos a las mujeres a las posiciones de los hombres y a los hombres a las posiciones de las mujeres, sus comportamientos serán idénticos y esto tendrá consecuencias similares. Sería de esperar que los cuidadores masculinos fuesen «madres» de la misma manera que las mujeres o que en política las mujeres liderasen y tuvieran seguidores al igual que los hombres. Pero esto no parece ser así.
Debemos ir más allá de las variables puramente socioestructurales para explicar el poder del género. Esto resultó evidente para la sociología posicionada en una perspectiva más interaccionista, y su recorrido se explica en la sección siguiente.
«Doing gender»
En la misma época en la que se articuló el marco teórico estructural, se hacía evidente la importancia del interaccionismo simbólico y del abordaje que tenía en cuenta la interacción cara a cara para la comprensión del género. En 1987, West y Zimmerman (1987) publicaron un artículo pionero en el que argumentaban que el género es algo que hacemos, no lo que somos. En él sugerían que somos responsables de «hacer» género y que se nos considera inconformes si no lo hacemos. Los autores distinguían claramente los conceptos de sexo, categoría de sexo y género, de tal manera que se ilustraba la importancia de cómo performativizamos el género para demostrar nuestra categoría de sexo. El sexo de un individuo se asigna, generalmente al nacer, de acuerdo con distinciones biológicas socialmente definidas. La categoría de sexo, por otro lado, es lo que reclamamos a los demás, y se utiliza como un sustituto del sexo. La categoría de sexo depende de que el sexo sea aceptado de forma adecuada y no siempre coincide con el sexo biológico de la persona. Se establece mediante lo que mostramos a través de nuestro cuerpo, incluyendo el lenguaje corporal, la ropa, el corte de pelo o el comportamiento asignado, pero no solo esto; es decir, para reivindicar una categoría de sexo, las mujeres y los hombres tienen que hacer género.
Al conceptualizar el género como algo que hacemos, West y Zimmerman (1987) ponían el foco de atención en las maneras mediante las cuales se fuerzan, restringen y vigilan los comportamientos durante la interacción social.
La perspectiva de género de West y Zimmerman es similar a la teoría de la «performatividad» de Judith Butler (1990; 2004). Comparten el enfoque de la producción de género a través de la actividad del actor, pero difieren en la idea de la existencia de un yo «real» subyacente al «hacer» género. Las ciencias sociales estudian la flexibilidad del yo, el yo construido socialmente, pero generalmente presuponen la existencia de alguna versión del yo, aunque solo sea temporal. Sin embargo, Butler, filósofx y teóriqux queer,6 reflexiona sobre el yo como si este fuera más bien imaginario que construido socialmente. Otras teóricas queer como Butler han contribuido a la discusión del «doing gender» de una manera crítica, lo que ha ayudado a afinar la mirada sobre la «performatividad».
El marco teórico del «doing gender» se ha convertido quizá en la perspectiva más común en la investigación sociológica contemporánea. En 2016, el artículo de West y Zimmerman había sido citado más de 8.500 veces desde su publicación en 1987, y, sin embargo, el género no se describe fácilmente a partir de una sola versión de masculinidad y feminidad. Las investigadoras han descrito una gran variedad de formas mediante las cuales las niñas y las mujeres hacen feminidad: desde la «maternidad intensiva» (Hays, 1998; Lareau, 2003) hasta las lesbianas «femme» que se apropian de los símbolos tradicionales enfatizados de la feminidad, como los tacones y las medias (Levitt et al., 2003), pasando por las chicas latinas que negocian relaciones sexuales sin riesgo (Garcia, 2012) o las afroamericanas que caminan por la delgada frontera que separa el mundo del bien del mundo del gueto (Jones, 2009). La evidencia nos ha desplazado desde los «roles» de género hasta la variedad de maneras mediante las cuales la gente hace género. Los trabajos de Martin (2003) y Poggio (2006) ponen el énfasis en el «giro práctico» (ibíd.: 229) de los estudios de género, lo que añade complejidad a la tradición del interaccionismo al mostrar cómo se practica el género en las organizaciones laborales. Por ejemplo, Gherardi y Poggio (2007) muestran cómo se modifican las dinámicas de interacción cuando una mujer ingresa por primera vez en un entorno laboral masculinizado dominado por hombres, lo que evidencia la falacia de que los comportamientos laborales que se daban antes de su llegada eran neutrales en cuanto al género.
Los hombres «haciendo género» se ha convertido en un campo de estudio en sí mismo. Connell (1995) puso la atención en cómo la enfatización de una masculinidad «hegemónica», que se define como la práctica que encarna la versión culturalmente aceptada como «mejor» y más poderosa de la masculinidad, crea desigualdad entre los hombres.
Los hombres que pertenecen a grupos marginados por la clase social, la raza o la sexualidad, que no tienen acceso a la posición social de poder necesaria para «hacer» la masculinidad hegemónica, devienen actores de género desfavorecidos, subordinados, aunque no tanto como lo son muchas de las mujeres. Históricamente, los hombres homosexuales han sido excluidos incluso de la posibilidad de la masculinidad hegemónica; sin embargo, Anderson (2012) ha sugerido recientemente que, en las sociedades occidentales actuales, la homofobia ha disminuido lo suficiente como para que coexistan distintas masculinidades de forma horizontal, sin que necesariamente una de ellas sea mejor calificada que otra, lo que reduce las formas de estigmatizar a los hombres homosexuales. Se da un claro consenso en que existen tantas masculinidades como feminidades y en que difieren de un grupo a otro, e incluso dentro de un mismo contexto social.
Ha habido algunas críticas, incluyendo la mía, a la vaguedad de lo que constituye una prueba evidente del «doing gender». Deutsch (2007) sugirió que cuando en las investigaciones se identifican comportamientos inusuales, simplemente se afirma haber identificado otra variedad de feminidad o masculinidad, en lugar de cuestionar si el género está siendo «deshecho». El uso demasiado impreciso del «doing gender» para explicar casi todo lo que hacen las mujeres y los hombres crea confusión conceptual cuando estudiamos un mundo que se encuentra en transformación (Risman, 2009). La premisa de que podemos estar haciendo género incluso cuando este género no tiene la apariencia de lo que se espera de nosotras es problemático. Básicamente, cuando estudiamos el comportamiento de género debemos saber lo que estamos buscando, pero también hay que estar dispuestas y preparadas para admitir que no lo hemos encontrado. ¿Por qué etiquetar los nuevos comportamientos adoptados por grupos de niños o niñas como masculinidades y feminidades alternativas simplemente porque el grupo en sí está compuesto por hombres o mujeres biológicos? Si las mujeres jóvenes adoptan estratégicamente comportamientos tradicionalmente masculinos para adaptarse al momento, ¿está realmente haciendo género este comportamiento, o está desestabilizando la actividad y desacoplándola del sexo biológico? A medida que los acuerdos matrimoniales se vuelven más igualitarios, necesitamos ser capaces de diferenciar cuándo los maridos y las esposas están haciendo género y cuándo, por lo menos, están tratando de deshacerlo. De manera similar, a medida que aumentan las oportunidades para que las niñas sean deportistas y se orienten hacia el éxito, lo que necesitamos es describir cómo están rehaciendo sus vidas, en lugar de limitarnos a acuñar una etiqueta para ese nuevo tipo de feminidad que incluye lo que sea que