Adónde nos llevará la generación "millennial". Barbara J. Risman

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Adónde nos llevará la generación


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capítulo 7 presento al grupo más grande de personas entrevistadas, las que no están tan seguras de sí mismas. Yo las llamo las oscilantes. En los grupos humanos, hay una mayoría de personas que no están seguras de dónde se encuentran y tienen opiniones inconsistentes. En este análisis, sus respuestas abarcan los diferentes niveles de la estructura de género. Pueden mostrarse muy orgullosas de no ser ni masculinas ni femeninas, sino un poco de cada, pero luego consideran que los hombres deben ser duros y que las mujeres deben criar. Algunas parecen andróginas, pero aun así respaldan los puntos de vista tradicionales sobre cómo deben ser los hombres y las mujeres. Otra forma en la que este grupo de personas jóvenes adultas no se ubica en los extremos de la estructura de género se da cuando un chico se esfuerza por ajustarse a las expectativas de género y ser duro mientras aprende a cazar y luchar, pero luego está de acuerdo con que su novia pague sus gastos cuando es ella la que tiene trabajo y él se encuentra aún en la universidad. Puede ser muy mascu lino en el nivel individual, pero, en el nivel interactivo, haced que hable de su novia feminista y estará satisfecho de ser lo que ella quiere: la parte económicamente dependiente en su relación de pareja. Otro ejemplo de oscilante lo constituye una mujer que profesa una fe fundamentalista, que cree firmemente que Dios ha ordenado al hombre que ejerza de cabeza de familia, pero es consciente de que ella es muy enérgica y, por lo tanto, planea encontrar una manera sutil, entre bastidores, de tomar las decisiones en su futura familia. Estas participantes se dan cuenta de que viven en un mundo cambiante y también son conscientes de que deben ser flexibles para poder alcanzar sus objetivos. La mayoría de ellas son muy liberales respecto al género, al menos en la medida en que, a pesar de sus creencias y sus ideas de cómo quieren vivir, no pretenden imponer sus propias decisiones al resto. En el capítulo 8 expongo cómo estos grupos de millennials son similares y, al mismo tiempo, diferentes. Identifico algunos aspectos en común, como el planteamiento vital de «vive la vida y deja vivir», que parece característico de esta generación. Otro resultado claro es que la creencia de que las mujeres deben quedarse en casa para ejercer principalmente como esposas y madres ya no forma parte de la estructura de género del siglo XXI. Incluso los verdaderos creyentes entienden que las mujeres y los hombres están muy vinculados a la fuerza de trabajo, aunque se dan cuenta de que las madres necesitan flexibilidad para conciliar sus vidas laborales con los cuidados. Claramente, es un progreso respecto al mundo en el que crecí. Mis padres querían que me formara como enfermera o maestra, por si acaso mi marido me dejaba y me veía obligada a buscarme un empleo. En el mundo de mi infancia, nadie esperaba que una mujer blanca casada y de clase media trabajara por un salario. No estaba en el guion cultural. La generación millennial ni siquiera puede recordar ese mundo, pero se da una gran diversidad más allá del acuerdo de que las mujeres y los hombres trabajan por un salario, y analizo algunas de las implicaciones de esta pluralidad entre los y las millennials respecto a la estructura de género.

      En la conclusión me deslizo más allá de los datos presentados en este libro. Vuelvo a la pregunta sobre la revolución de género. ¿En qué punto se encuentra el género en la actualidad? Sostengo que es posible que la generación millennial quiera transformarlo, pero su enfoque de hacerlo desde la individualidad puede obstaculizar su efectividad. Termino con una proyección y un consejo sobre lo que espero que hagan con la estructura de género. Espero que la desmantelen. Sigue leyendo para entender por qué.

      1 Según un informe del Pew Research Center (2015), muchas/os millennials no están de acuerdo con esta etiqueta dada a su generación por académicos y especialistas en marketing. Solo el 40 % aceptan esta denominación generacional. Aun así, es la palabra con la que se designa a su generación y utilizaré el término para referirme a esta.

      2 En castellano utilizamos morfemas diferenciados para distinguir los adjetivos masculinos de los femeninos. Dado que en este texto se alude reiteradamente a la clasificación de verdaderas/os creyentes, oscilantes, innovadoras/es y rebeldes y con la intención de no sobrecargar la lectura, haremos uso de distintas estrategias inclusivas para referirnos a las personas que forman parte de la muestra relativa a estas categorías analíticas (nota de la traducción).

      3 Utilizamos el femenino en referencia a las personas. Entre el grupo de rebeldes encontramos a las personas no binarias que no se reconocen en categorías dicotómicas (N. de la T.).

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      El género en tanto que estructura social

      Si queremos entender lo que es el género para la generación millennial, primero debemos estar de acuerdo en cómo conceptualizamos la idea de género.1 En este capítulo presento una forma de pensar el género que va mucho más allá de la identidad personal, me refiero al género en tanto que estructura social. Empezaré con un recorrido sobre cómo se ha entendido el género en el pasado, principalmente desde el punto de vista de la investigación en ciencias sociales. Mi contribución pretende sintetizar las aportaciones anteriores. Empiezo con una explicación de las teorías e investigaciones previas sobre género, para integrarlas después en una versión revisada del marco teórico sobre el que he trabajado durante la mayor parte de mi carrera.

      Para iniciar este recorrido, haremos un breve repaso tanto de las primeras teorías biológicas que buscaban explicar las diferencias sexuales, como de aquellas que se encuentran en desarrollo. Después nos centraremos en las teorías que, desde la psicología, conceptualizan el género como un rasgo de la personalidad, fundamentalmente como algo que es propio de los individuos. Después de ello nos proponemos intentar comprender la pugna entre las diversas teorías sociológicas que se desarrollaron para cuestionar la presunción de que el género es simplemente una característica individual. Con este bagaje previo, me aproximo a los enfoques integrativo e intersectorial, que emergieron hacia finales del siglo pasado, incluido el mío propio. A pesar de la interdisciplinariedad –a menudo contradictoria– de las investigaciones publicadas en las últimas décadas, es posible identificar una narrativa coherente que da cuenta de una comprensión cada vez más sofisticada del género y de la desigualdad sexual. La investigación en género constituye, en muchos sentidos, un estudio de caso que ilustra el método científico. Cuando la investigación empírica no confirmaba las premisas teóricas, estas se revisaban, se contextualizaban e incluso a veces se descartaban, lo que daba origen a nuevas teorías. En este capítulo trazaremos ese recorrido. Finalizaré aportando mi propia contribución, un enfoque integrador y multinivel que entiende el género en tanto que estructura social con consecuencias para los sujetos individuales, para las expectativas que se generan en la interrelación con las otras personas, así como para las instituciones y organizaciones (Risman, 1998; 2004; Risman y Davis, 2013). Usaremos mi marco teórico a lo largo de este libro para intentar entender adónde podría llevarnos la generación millennial.

      Las endocrinólogas, profesionales de la medicina especialistas en la producción y regulación de las hormonas, han mantenido durante mucho tiempo que la masculinidad y la feminidad eran resultado de las hormonas sexuales (Lillie, 1939). William Blair Bell, ginecólogo británico, fue el primero en explicitar este supuesto en 1916, cuando escribió: «… la psicología normal de toda mujer depende del estado de sus secreciones internas, y a menos que sea impulsada por la fuerza de las circunstancias –económicas y sociales–, no tendrá deseo propio por abandonar su esfera normal de acción» (Bell, 1916: 129). Esta afirmación, al igual que otras sostenidas en aquella época, se centraba en las hormonas como factores limitantes solo de la vida de las mujeres, como si los hombres no fueran también seres biológicos. Con el auge de la ciencia, las conductas de género empezaron a ser justificadas por las hormonas sexuales en vez de por explicaciones religiosas (Bem, 1993), pero entonces la investigación reveló una mayor complejidad al demostrar que la mera existencia de hormonas sexuales en el cuerpo no permitía distinguir a los hombres de las mujeres, ya que ambos sexos segregaban estrógenos y testosterona, aunque en cantidades diferentes (Evans, 1939; Frank, 1929; Laqueur, 1927; Parkes, 1938; Siebke, 1931; Zondek, 1934). No es solo que los hombres y las mujeres tengan estrógeno y testosterona corriendo por sus venas, sino que estas hormonas tienen efectos mucho más allá del sexo o el género, ya que se encuentran,


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