El jardín de los delirios. Ramón del Castillo

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El jardín de los delirios - Ramón del Castillo


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En el mismo texto Lausen aclaraba que los situacionistas no son exactamente cosmopolitas, aunque algunos de ellos sí usaron esa palabra. Probablemente –decía–, son “cosmonautas que osan lanzarse a espacios desconocidos para construir en ellos zonas habitables para hombres no simplificados e irreductibles” (p. 153).

      87 Como recuerda Greil Marcus, para la Internacional Situacionista la cuestión no era la escasez material, sino la abundancia, la prosperidad de la que empezaba a gozarse desde la posguerra. Las privaciones más peligrosas no eran las de la necesidad, sino las de la fantasía. La miseria del deseo. “La pobreza moderna era una pobreza de la pasión, arraigada en la predictibilidad de una sociedad mundial lo suficientemente rica para manejar el tiempo y el espacio” (Marcus, G., Restos de carmín [1989], Barcelona, Anagrama, 1993, p. 185).

      88 Esa fue, de algún modo, la política que se siguió desde los setenta: en California y en Nueva York los solares se transformaban en jardines comunitarios, se ocupaban espacios y se convertían en parques públicos con neumáticos, flores y arena para jugar (como en la calle 10 o en el People’s Park de Berkeley). Gracias a las presiones de los grupos de ocupación y la colaboración vecinal, los planes de recalificación de algunos de estos terrenos podían suspenderse o, si no, por lo menos posponerse lo suficiente para seguir disfrutando de ellos. Si había suerte, el espacio podía ganarse para el uso comunitario. Bookchin conocía esos experimentos y otros que surgieron en Montreal (en Milton Park y otras urban villages que fomentaban la autogestión), pero nunca separaba la defensa del municipalismo libertario de “la cuestión ecológica”. Como decía en aquellos años, en las charlas que impartió por Canadá: “La crisis ecológica supone fundamentalmente un problema social”, y su solución pasa por la descentralización (citado por Biehl, 2017: 291).

      89 Quizá no soy capaz de resumir bien qué actitud tenía la Internacional hacia temas tecnológicos concretos, aunque sí me queda claro qué pensaban sobre la transformación de la ciencia y la tecnología en espec­táculo. En el escrito de 1968 “Dominación de la naturaleza: ideología y clases” critican con toda la razón las revistas de divulgación científica, ciencia ficción y fantasía que generan un falso progresismo basado “en el vértigo de la novedad de feria”. Como dicen a propósito de una popular revista, “la banda de charlatanes de la increíble revista Planète, que tanto impresiona a los maestros de escuela, encarna una demagogia insólita que se aprovecha de la gigantesca ausencia de una contestación y de la imaginación revolucionaria […]. Jugando a la vez con la evidencia de que la ciencia y la tecnología avanzan cada vez más rápidamente sin que se sepa hacia dónde, Planète arenga a los valerosos para hacerles saber que en lo sucesivo habrá que cambiarlo todo; y, simultáneamente, admite como dato inmutable el 99% de la vida realmente vivida por nuestra época” (citado por Debord, 1973).

      90 En “Examen de algunos aspectos concretos de la alienación” los situacionistas atacaban la cultura del coche en Estados Unidos: el automóvil, decían, prolifera no como medio de transporte, sino como objeto de consumo. A mediados de los años sesenta, recordaban, un cuarto de las familias de Estados Unidos tenía dos unidades. La facilidad del crédito permitía, además, aumentar las ventas más allá de los sectores más pudientes (citado por Debord, 2013: 211). Sin embargo, después de aportar datos sobre la decadencia de la vida en las ciudades estadounidenses (peligrosidad, insalubridad) no aportaban visiones urbanísticas alternativas. Se limitaban a decir que el modelo estadounidense podría extenderse por Europa (p. 212). Utilizo aquí esta selección de textos más reciente y más accesible, aunque demasiado breve.

      91 No encuentro muy útil el análisis que Joost de Bloois hace de El planeta enfermo, en “Reified Life: Vitalism, Environmentalism, and Reification in Guy Debord’s The Society of the Spectacle and A Sick Planet”, capítulo 9 de Gandesha, S. y Hartle, J. F., eds., The Spell of Capital. Reification and Spectacle (Ámsterdam, Amsterdam University Press, 2017). Para relacionar biopolítica y espectacularidad, Bloois da demasiadas vueltas complicando las ideas ya de por sí vagas de este panfleto de Debord (Bloois lo llama “modesto tratado”). Dice, además, que probablemente Debord recurrió a la famosa imagen de la Tierra tomada por el Apolo, The Blue Marble, pero no pudo hacerlo porque los astronautas la hicieron un año después de que Debord escribiera el texto. Lo cierto es que, con o sin esa foto de la Tierra, Debord relaciona la consumación de la sociedad del espectáculo con la consumición de la vida planetaria, la sociedad enferma con la vida enferma, la fusión de la historia y de la naturaleza en un solo vertedero. Bloois lo dice de una forma mucho más sofisticada, pero no creo que más clara.

      92 Llegué a este texto gracias a Murphy.

      93 Este grupo, fundado en 1966 en la casa que Henri Lefebvre tenía en los Pirineos, publicó una revista homónima entre 1967 y 1969.

      94 Véase como resume estos argumentos Biehl (p. 395).

      95 “Y por Baudrillard como ‘simulacro’”, añadía Bookchin (2012b: 65).

      96 Es importante tener presente un dato: muchos de los teóricos estadounidenses de la ciudad que inspiraron a la generación de Bookchin entroncaban con una tradición antiurbanista que se desarrolló aún más después de la Guerra de Secesión. Para entender esto hay que recurrir al excepcional libro de Lucia y Morton White de 1961, El intelectual contra la ciudad. De Thomas Jefferson a Frank LLoyd Wright (Buenos Aires, Emecé, 1967). Sobre Mumford, Lloyd Wright y la influencia de esta tendencia que idealiza la vida fuera de las ciudades véanse sobre todo los capítulos xiii y ss. Descubrí este libro porque esa tradición de diseño no se puede entender al margen de ideas literarias y filosóficas. El propio Mumford –como recuerdan los White (p. 198)– “no solo era un estudioso de las ciudades, sino también un estudioso de la literatura norteamericana”.

      97 Sobre temas agrícolas, Bookchin seguía las ideas del botánico y micólogo Albert Howard, impulsor de la técnica de compostaje moderno. En 1976, en el Instituto para la Ecología Social de Vermont se experimentó mucho con técnicas de compost que volvían la tierra más resistente a plagas de doradillas. También construyeron bancales y montículos al estilo francés, técnicas de cultivo intensivo que obtienen más producción en poco espacio, una formula apta para huertos urbanos pequeños en barrios con pocos medios que podrían autoabastecerse.

      98 Véanse más datos sobre el New Alchemy Institute (nai) y la referencia al estudio de Jeffrey Jacob sobre el movimiento de vuelta a la tierra en Biehl (p. 328). Todd fundó el nai en Cape Cod, Massachusetts, en 1969. En 1976 construyó el primer “Arca” en Price Edward Island, Canadá, conectando varios invernaderos a un almacén donde los tanques para peces atraían calor y reducían el gasto energético durante el invierno. Para entender la relación de todo este movimiento ecotecnológico, el folk art y la contracultura, véase el extraordinario estudio de Douglas Murphy (2017). Gracias a este trabajo llegué hasta otra referencia imprescindible: Scott, F. D., Architecture of Techno-Utopia. Politics after Modernism (Cambridge, Massachusetts, The mit Press, 2017).

      99 Cuando en 1973 se publicó Lo pequeño es hermoso, no resultó extraño que Schumacher reconociera la influencia de Bookchin (que había publicado ya Our Synthetic Environment, pero que lo vendió mucho más una vez que el libro de Schumacher se hiciera tan popular). Sin embargo, mientras que la ecología de Bookchin era inseparable


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