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en plena predominancia del keynesianismo, que va inspirar a las políticas populistas, en 1947 nacía en Suiza casi en secreto, en el momento más oscuro del liberalismo clásico, la Sociedad Mont Pelerin bajo la iniciativa de Hayek y Friedman, que va a ser una de las vertientes del neoliberalismo. Posteriormente, en los ochenta, debido a la crisis internacional de estancamiento con inflación, vino el periodo triunfal del monetarismo, encabezado por Friedman y por la economía de la oferta o neoconservadurismo con Reagan y Thatcher.2

      Pero a diferencia del Norte, en América Latina ya en los cincuenta había brotado la confrontación entre monetaristas de viejo cuño del FMI y los estructuralistas de la CEPAL frente a los problemas de inflación en la región. Es en los ochenta, ante la crisis de la deuda externa y el fracaso de la sustitución de importaciones, que el nuevo monetarismo tuvo su expresión en el Consenso de Washington, en las reformas de primera generación, así como la influencia del neo institucionalismo en las reformas de segunda generación, en el que jugaron un papel sesgado y gravitante el FMI, el Banco Mundial y el BID, condicionando sus préstamos a “criterios de ejecución estructural”.3

      Sin embargo, el triunfo neoliberal fue interrumpido por una serie de crisis cambiarias del peso mexicano, el bath tailandés, el real brasileño y el peso argentino hasta estallar la Crisis Financiera en 2007 y 2008, como resultado de la desregulación y la liberalización de los mercados financieros. Así, tuvo que resucitar Keynes a través de la política fiscal del gasto con déficit, defict spending, y los Bancos Centrales tuvieron que aplicar medidas monetarias no convencionales. Sin embargo, una vez recuperados los mercados financieros se retornó apresuradamente a la política de austeridad fiscal aunque con un nivel de deuda pública mucho más alto, lo cual fue un error pues provocó una lenta recuperación y contribuyó a una nueva ola de populismo ahora de derecha en el Norte y en el Hemisferio Occidental.

      En el 2020, con el Gran Confinamiento no se discutió si el Estado debía o no intervenir puesto que simplemente volvió a resucitar Keynes, ya que se considera muy normal la expansión fiscal e incluso se reclama más intervención del Estado para ayudar a los hogares y, especialmente, a las empresas y bancos en dificultades. De pronto, se pasó del equilibrio fiscal o superávit fiscal con baja deuda pública, lo que predica el neoliberalismo, a un alto déficit fiscal y elevado endeudamiento público que se critica a los keynesianos populistas.

      La respuesta rápida de los Gobiernos

      El Informe del FMI (2021a) estima que la economía mundial y la de EE. UU. se contrajeron, respectivamente, en un 3,2% y 3,5% anual en 2020, la mayor contracción desde la desmovilización de la Segunda Guerra Mundial en 1946, con excepción de China.4

      A diferencia de la crisis financiera, los Bancos Centrales reaccionaron rápidamente y en escala masiva: redujeron las tasas de interés, provisionaron liquidez y compraron activos públicos y privados. La crisis del COVID-19 fue fundamentalmente un auto shock en el sector real y un frenazo súbito global generado por las medidas para abordar una emergencia de salud pública. Los bancos y el sector financiero no fueron el origen de la perturbación inicial como en las crisis pasadas. 5

      La respuesta fiscal fue inmediata y el paquete que destacó por su monto y en proporción al PIB fue el de EE. UU. por 5,2 billones de dólares:

      El plan Biden llevaría la respuesta fiscal pandémica de Estados Unidos a 5,2 billones de dólares, aproximadamente un cuarto del PIB anual de Estados Unidos. En comparación, la principal respuesta de política fiscal a la crisis financiera global, la Ley de Recuperación y Reinversión de Estados Unidos de 2009, alcanzó unos 800.000 millones de dólares.6

      El apoyo fiscal: gasto adicional o ingresos no percibidos, con base en datos del FMI hasta junio de 2021 permiten diferenciar el gasto en salud del apoyo fiscal y así se observa que los países avanzados destinaron un 11,3% del PIB, pero solo 1,7% fue para el gasto de salud, mientras que en las economías emergentes fue 4.3% del PIB y solo el 0,9% en salud. En América Latina se observa a Chile con mayor gasto respecto al PIB, un 14,1% pero en salud destinó el 0,6%, seguido de Brasil con 9,2% y a salud el 1,5% del PIB. Bolivia aparece con 5,5% y un 1,3% del PIB a salud. México está entre los países con más bajo aporte de 0,7% del PIB y con destino a salud el 0,4% del PIB (Gráfico 1).

      Hasta The Economist, en su editorial del 11 de marzo de 2021, admite que los estímulos fiscales masivos pueden convertirse en la respuesta normal a las recesiones y que después de una década desde de la crisis financiera de 2007-2009, los responsables de la formulación de políticas económicas de EE. UU. dejaron de ser demasiado tímidos con el COVID-19.

      En parte como resultado del aumento del gasto fiscal pero también de la caída de los ingresos fiscales debido al confinamiento, los déficits fiscales totales en la región más que se duplicaron al subir del 4,0% del PIB en 2019 al 8,8% en 2020, lo que dio lugar al incremento de la deuda pública del 68,4% del PIB en 2019 al 77,7% en 2020.

      Así en medio de la Pandemia, como por arte de magia, apareció de nuevo la criticada mano visible del Estado:

      La pandemia ha demostrado que la “mano invisible” del mercado no puede contar para entregar bienes públicos, y mucho menos defender el interés público. La mano visible del Estado debe contribuir, mediante el funcionamiento de instituciones eficaces y una buena gobernanza.7

      El problema de fondo

      Pese a la reacción de los Gobiernos la crisis gatillada por la pandemia tiene efectos devastadores en la salud y en la vida, y en el empleo, incluso en el largo plazo en los trabajadores y empresas, según la OIT (2021):

      En 2020, se estima que se perdió el 8,8 por ciento de las horas de trabajo totales, el equivalente a las horas trabajadas en un año por 255 millones de trabajadores a tiempo completo…..En relación con 2019, el empleo total se redujo en 114 millones como resultado de que los trabajadores se quedaron sin empleo o abandonaron la fuerza laboral.8

      La pandemia lo que ha expuesto son los riesgos que entrañan la mercantilización y la infrafinanciación de los sistemas de salud, como dijo el Secretario General de Naciones Unidas: “la mentira de que los mercados libres pueden proporcionar asistencia sanitaria para todos”. Son varias las voces del replanteamiento económico incluso en la revista del FMI:

      Junto con la emergencia climática, la pandemia ha puesto de manifiesto que las fallas del mercado son ahora la regla y no la excepción, lo que condena al anacronismo al modelo económico estándar, de la misma forma que el desempleo masivo y persistente en la Gran Depresión acabó con la idea de que los mercados de trabajo nivelarían la oferta con la demanda, eliminando así el desempleo.9

      El problema de la región es más preocupante con la Pandemia. El impacto en América Latina del COVID-19 fue más pronunciado, puesto que mientras concentra solo el 8,4% de la población mundial tiene el 32% de las muertes por el virus, con una caída del PIB (6,8%), la más pronunciada del mundo y equivalente a más del doble de la contracción mundial del 3,2%. Según el pronóstico del FMI (2021d):

      El producto de la región retornará a los niveles previos a la pandemia apenas en 2023, y el PIB per cápita lo hará en 2025, es decir, más tarde que otras regiones del mundo. La crisis ha repercutido desproporcionadamente en el empleo, y las pérdidas se han concentrado sobre todo en las mujeres, los jóvenes y los trabajadores informales y menos cualificados, y los indicadores sociales están dando cuenta de ello.10

      Hasta el FMI (2021b)11 encuentra que la pandemia de COVID-19 está agudizando el círculo vicioso de la desigualdad y que los gobiernos tienen que mejorar el acceso a los servicios públicos básicos —como la atención sanitaria (incluida la vacunación) y la educación— con políticas pre distributivas y fortalecer las políticas redistributivas.

      Para la CEPAL (2021c)12 la situación de pobreza aumentará en 2020 en 22 millones de personas (de 30,5% a 33,7%) y la extrema pobreza en 8 millones (de 11,3% a 12,5%) con un retroceso de 12 años en pobreza y 20 años en pobreza extrema. Prevé que la desocupación subirá de 8,1% a 10,7% en 2020 y calcula una pérdida de 26 millones de empleos en 12 países de la región. Estima que el aumento


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