Sed de más. John D. Sanderson

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Sed de más - John D. Sanderson


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y sufriendo las novatadas de sus compañeros, entre quienes destaca Pasquini (Gastone Moschin), un violento superior suyo ante el que Elia procura mantener la calma. La interpretación de Rabal está modulada en su justo término, con una contención que transmite información y emoción, fruto del trabajo de dirección de Montaldo y de la propia evolución técnica del actor. Rabal le relataba tranquilizadoramente a su mujer un ejemplo de la profesionalidad del equipo de producción y de la suya propia:

      Siguiendo con la trama, los habitantes del pueblo donde está destinado el comando fascista no los reciben con agrado, y se producen amagos de boicot a los que los militares responden con fusilamientos masivos en la plaza de Cavour, escenario natural donde históricamente tuvieron lugar dichas ejecuciones. La llegada del nuevo soldado Marco Laudato (Jacques Charrier), enrolado por admiración a los ideales defendidos por su ya fallecido padre, se nos presenta con unos elaborados travellings. Como prueba iniciática, bajo la tutela de Elia, Marco participa en el fusilamiento de diez hombres que se niegan a delatar al culpable de la muerte de un camisa negra. Los primeros planos de las caras de los ajusticiados y sus familiares acentúan el dramatismo de una escena sobrecogedora.

      Los crecientes escrúpulos de Elia ante el desarrollo de los acontecimientos le conducen a susurrarle a Marco sus dudas sobre el régimen que defienden. La escena más representativa para el público italiano se produce junto a la estatua de Garibaldi, icono del liberalismo nacional, en la que Elia intenta convencerle para que deserte con él y se alíe con los partisanos, harto de participar en tanto asesinato infundado. Pero su adoctrinamiento ha sido tan efectivo que Marco no solo se niega, sino que además le delata y acaba presentándose voluntario para el pelotón de su fusilamiento.

      Marco había iniciado una relación con Ida (Maria Grazia Francia), que vivía sola con su hija pequeña al estar su marido destinado en Rusia, pero conforme va promocionándose militarmente empieza otra relación sentimental con Anna (Eleonora Rossi-Drago), viuda de un terrateniente, atraída por las medallas que le otorgan a su amante. Sin embargo, Anna terminará seduciendo a uno de los superiores de Marco, Mattei (Carlo D’Angelo), que pronto abandonará la causa mussoliniana ante su previsible debacle y se evaporará con ella en la Italia postbélica, como tantos otros fascistas. Marco, aferrado a sus ideales, solo desistirá una vez le comunican la muerte de Mussolini. Con su reflexión final vendrá la conciencia de su error.

      Rabal se sentía eufórico ante las expectativas generadas por la película:

      Sin embargo, el contexto político italiano de 1961 era muy distinto al que había recibido a la novela ocho años antes. Con la gestación del Movimiento Social Italiano emergía una nueva generación de fascistas desbocadamente violentos y nada arrepentidos de lo acontecido anteriormente. En consecuencia, la presentación de Tiro al piccione en el Festival de Venecia fue tomada como una provocación por círculos intelectuales de izquierdas ante una perspectiva considerada no absolutamente condenatoria de los «camisas negras». Además, los enfrentamientos producidos entre los ya conocidos como «misinos» y obreros manifestantes de Milán se habían extendido al resto del país, con una brutal represión policial contra estos últimos dirigida por el presidente democristiano Tambroni. En esa situación, la recepción de la película difícilmente podía ser favorable, como relata Montaldo:

      La controversia política era un aspecto novedoso en la trayectoria cinematográfica de Rabal, y contribuiría a que su carrera transitara por caminos muy distintos a los maniqueos desarrollos argumentales a los que estaba acostumbrado. Tanto Prisionero del mar como Tiro al piccione son dos películas que respetan la inteligencia del espectador, haciéndole cuestionarse sus propios principios antes de tomar partido por una u otra opción, disyuntiva que, trasladada al ámbito actoral, en aquellos momentos saciaba la sed de aprendizaje de Rabal. Tal vez mañana, por el contrario, no planteaba ningún dilema ético ni artístico, pero sí contribuía a abrirle los ojos desde una perspectiva empresarial, aunque él siempre dejaría este aspecto en manos de su hermano. En todo caso, Rabal estaba encantado con el trato que recibía en Italia, donde encadenaría el final del rodaje de Tiro al piccione con el inicio de Morte di un bandito (Giuseppe Amato, 1961), una biografía del activista siciliano Salvatore Giuliano. Le escribió a su mujer haciendo un inevitable agravio comparativo:

      Para concluir con la película de Montaldo, los abucheos a Tiro al piccione fueron la tónica general en las salas italianas en las que se proyectó, mientras que la crítica especializada la tachaba de fascista. Curiosamente, en España se prohibiría precisamente por todo lo contrario, por ser comunista, y solo pudo verse en una pantalla cinematográfica medio siglo después, el 13 de abril del 2011, en la sala Berlanga de la Filmoteca de Valencia, cuando por fin se estrenó en España con motivo del homenaje rendido a Giuliano Montaldo en la trigésimo segunda y última edición de la Muestra de Cine del Mediterráneo. La emoción embargó a Montaldo y a Asunción Balaguer, presentes en la sala. El paso del tiempo ponía por fin a Tiro al piccione en el lugar de honor que merece.

      Montaldo (Hidalgo, 1985: 86-87) destacó de aquel rodaje: «Si es verdad, como creo, que el actor debe expresar emociones, dolores, sufrimientos y alegrías con la mirada, Paco tiene esos ojos… ¿Un punto débil? Aquella maldita peluca que, por fin, tuvo un día el coraje de quitarse mostrando así un rostro todavía más noble». Abordaremos ese punto débil en el capítulo siguiente.


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