Los rostros del islam. Pablo Cañete Blanco

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Los rostros del islam - Pablo Cañete Blanco


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mujer también varíe, así como su estatus social adscrito a las diferentes regiones en las que se practica. No es, pues, comparable la situación de la mujer musulmana en Irán, donde está obligada a vestir el velo islámico (hiyab) con la situación de lugares más seculares como Líbano o Túnez.

      Además de las coordenadas progresistas y tradicionalistas de algunos países, cabe la necesidad de observar también cuál es el papel de las mujeres musulmanas en Occidente y cómo deciden vivir su religión en sociedades en las que su culto es minoritario. Hay que tener en cuenta que las mujeres musulmanas en Occidente sufren a menudo vejaciones de distinta intensidad por su condición religiosa.

      Antes de empezar con el análisis surge la necesidad de señalar que en el mundo musulmán se produce una gran inflexión en torno a los años ochenta. Fue importante porque a partir de 1979 la revolución de Irán polarizó el mundo islámico. Viendo las diferencias cada vez más notables entre Oriente y Occidente, los musulmanes se dividieron entre aquellos que consideraron que era necesario seguir avanzando y modernizándose (preferiblemente conservando señas identitarias, es decir, sin occidentalizarse) y los que consideraron que la pobreza de algunos de los países islámicos se debía a la propia modernidad (traída por «el gran Satán» occidental encabezado por EE. UU.) y que era necesaria una vuelta a las prácticas más antiguas, en concreto a las de los primeros cuatro califas, los llamados «bien encaminados».

      Teniendo que generalizar para referirnos a la época moderna (por no ser ese el objeto del libro), antes del estallido del islam, las mujeres optaban por dos modelos. Las clases más pudientes vivían occidentalizadas, mientras que las capas más bajas vivían el islam más tradicional. En las ciudades, donde la modernidad era algo palpable, llegó junto a la tecnología el modo de vida occidental con algunos de sus apéndices, incluido el de la moda. Mientras, las mujeres del ámbito rural perpetuaban ellas mismas (las suegras y otras figuras hegemónicas del harén como la primera esposa imponían la tradición) un modo de vida denigrante desde el punto de vista occidental. Las mujeres rurales estaban completamente apartadas de la vida pública, eran a menudo analfabetas y estaban sometidas a las figuras masculinas –esencialmente a su marido y su familia.

      Actualmente los tradicionalistas desean preservar o retornar a las formas del islam primitivo, por considerarlo perfecto. Para la mujer esto supone una vuelta a los siglos VII y VIII, es decir, tener nulos derechos humanos. Para defender esta postura usan el argumento de que aunque la mujer y el hombre son idénticos a ojos de Dios, sus papeles son complementarios y no coincidentes. Los Hermanos Musulmanes y las Yamaat-i-Islami son grupos neoconservadores que tienen este ideario.

      Por su parte, los reformistas buscan preservar su historia, cultura y religión sin que ello suponga renunciar a la modernidad y los valores pro derechos humanos. De hecho, existen algunas mujeres de muy diversos estratos –y que incluyen a las profesionales y universitarias–que deciden llevar hiyab y que buscan compatibilizar su tradición e identidad (árabemusulmana) con un modo de vida moderno y profesional en el que sean ellas las que decidan si quieren o no llevar el velo. Incluso algunas se graban haciendo actividades ilícitas para sí mismas, como conducir (Reuters y Europa Press, 2014). En definitiva, los reformistas o progresistas dentro del islam buscan el empoderamiento de la mujer y una nueva visión del rol de esta en la sociedad.

      Tenemos, de esta manera, que dependiendo del grado de tradicionalismo o progresismo de la sociedad en la que se practica el islam la condición de la mujer varía radicalmente. Desde los grupos que apoyan la reclusión de la mujer y su retirada de la vida pública a las propias mujeres –y hombres–que defienden que una modernidad a la manera islámica es posible.

      Esta «modernidad islámica» es en sí un concepto difícil de definir en términos de «la mujer y los derechos humanos» ya que, como indica John L. Espósito, a menudo los movimientos que pretendían una extensión de los derechos de las mujeres musulmanas han sido tachados por los grupos más integristas de «occidentalizadores» y por tanto contrarios a la «verdadera y auténtica liberación islámica de las mujeres» (Esposito, 2006).

      Aun así, actualmente diversos países musulmanes están viendo tambalearse sus cimientos y son las mujeres las que están tratando de ganar espacio en el campo público. Ahí se encuadran pequeñas rebeliones silenciosas como las del maquillaje en países como Irán (Beautymarket.es, 2010). Las mujeres de esta región, obligadas a llevar el velo, utilizan el maquillaje como elemento subversivo en una sociedad aparentemente inmovilista pero que está demostrando unas importantes corrientes subterráneas de cambio.

      El proceso puede ser incierto y arriesgado por su naturaleza subversiva y revolucionaria. En episodios tan lamentables como las violaciones de decenas de mujeres en las manifestaciones egipcias podemos ver una violencia completamente institucionalizada. La mujer es rodeada y vejada por cientos de hombres que no hacen sino condenar a la mujer que aparece en la escena pública. Por otra parte, se han creado plataformas que tratan de prevenir o defender a las mujeres que pueden o de hecho sufren estos ataques.

      Como en todo proceso revolucionario, una porción significativa de mujeres musulmanas defiende una vuelta a valores más tradicionales y modos de vida más restrictivos que perpetúen la posición dominante del hombre en la sociedad islámica. Antes de tratar de aclarar algunas de las dudas que consideramos de más trascendencia e interés para el lector en lo relativo a la mujer y el islam, queremos incidir en que en cualquier transformación social la mujer ha tenido un enorme poder y potencial, pero también ha sido un elemento vulnerable que a día de hoy sigue siendo estigmatizado en todas las sociedades, de una manera u otra y en un grado más o menos elevado.


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