El príncipe. Nicolás Maquiavelo
Читать онлайн книгу.de la Edad Media. Era un proceso que se daba a través de luchas entre los principales estados italianos, interrumpido por “la diplomacia del equilibrio” de Lorenzo el Magnífico, pero que se podía reanudar en cualquier momento, ahora que había que luchar contra un enemigo común, el ocupante extranjero. Por eso la historia de la república romana le parece a Maquiavelo tan actual.
En esos escritos anteriores a 1512, se revela claramente la figura espiritual de su autor, enamorado de su república florentina, pesimista, mordaz, con una aptitud para la metáfora política que no ha sido bastante estudiada, con cierto desprecio de raíz popular por los personajes encumbrados, con un amor profundo por la libertad, cuyo fundamento reconoce en la igualdad. (Dice que los Suizos gozan de una “libre libertad” porque su población es homogénea y nadie sobresale entre los demás, sino en el breve período en que desempeña una magistratura.)11
A todo esto Maquiavelo agrega el convencimiento de que sólo el pueblo en armas y no la milicia mercenaria, es decir, el ejército profesional de ese entonces, podía defender la independencia de la patria y la libertad de los ciudadanos. Como funcionario del gobierno florentino, Maquiavelo, a partir de 1506, trató en efecto de organizar esas milicias ciudadanas, que eran muy bisoñas en 1512 y no estaban estructuradas como su creador hubiera querido; por esto y otras razones que sería muy largo examinar aquí, fracasaron al defender la ciudad del ejército español que en ese año puso prácticamente la ciudad en manos de los Médici. Pero éstos no perdonaron a Maquiavelo el haberlas creado.
POST RES PÉRDITAS
En ese año 1512 en que volvió el poder señorial a Florencia y todo su mundo se derrumbó, Maquiavelo no huyó, no fue al destierro como muchos de sus amigos: eligió quedarse y contemporizar con la nueva situación. A partir de ese entonces acostumbró fechar sus escritos contando los años desde la catástrofe, con el agregado Post res pérditas: tantos años después de la “pérdida de las cosas”, donde res tiene un sentido muy amplio: desde la libertad republicana al prestigio personal del escritor, ligado al empleo que había desempeñado (aludía a la vez a las res publicas y a las res privatas).
Sospechoso para los nuevos señores, Maquiavelo a los pocos meses fue detenido, torturado y, una vez liberado, constreñido a vivir en el campo. Es el momento en que escribe El Príncipe, el pequeño libro en que se basa su antigua fama. Es muy probable que remonten a ese difícil momento los tercetos de los primeros cinco cantos de El asno de oro, poema inconcluso, iniciado como desahogo personal, en el metro y con el espíritu de los Decenales.12 El poeta imagina haberse extraviado en el territorio dominado por la maga Circe, que, en la parte del poema que nunca fue escrita, lo iba a transformar en burro. En los cantos que nos quedan, el autor narra, a manera de prólogo, sus amores con una bella pastora, encargada por Circe de llevar a pastar al heterogéneo rebaño de sus ex amantes, metamorfoseados, según la costumbre conocida de aquella corte, en varios animales.
En estos tercetos, el deseo de ver caer de nuevo el dominio de los Médici (expresado bajo forma de profecía: “al fin los encumbrados caerán”)13 se mezcla de modo interesante con las observaciones generales acerca de la diversidad de los estados y de las razones de estado imperantes. La amargura del autor por su situación personal y por el derrumbe de las libertades florentinas le arranca acentos de protesta contra la corrupción del mundo. El protagonista, aun convertido en burro, denunciará la desvergüenza difusa, “antes de que se coma la montura”14 —clara alusión a la difícil situación económica del escritor, provocada por la pérdida del empleo— y “ni Dios podrá impedirle que rebuzne”.15
Mientras trataba de consolarse con su vocación menor, la poesía jocosa, que pasa en este momento al campo estrictamente personal y secreto, en su actividad más seria, la ensayística política basada en la historia, deja de lado por un momento los Discursos sobre la primera década de Tito Livio y escribe El Príncipe.
EL PRÍNCIPE
Imposible —creo yo— entender el verdadero significado de esta obrita explosiva si se la considera aisladamente y, a la vez, como un todo homogéneo. Hay que estudiarla en su complejidad y tener en cuenta múltiples factores.
El primer impulso para la composición de El Príncipe fue dado indudablemente por la importancia que de golpe adquiere en Florencia, en 1512, el fenómeno histórico del poder unipersonal absoluto. El proceso en Italia ya estaba en pleno desarrollo en tiempos de Dante quien, en la segunda parte de su vida, conoció forzosamente a muchos “señores” (los Della Scala, los Polenta, los Malatesta, los Malaspina...) y fue amigo de alguno de ellos, pero cuando los mira en conjunto, como buen ciudadano de una república, los califica de “tiranos”. (Como protagonista de la Comedia, le dice a Guido da Montefeltro, en el canto XXVII del Infierno: “Jamás sin guerra estuvo tu Romaña/dentro del corazón de sus tiranos”.)
Después, de a poco, casi todos los municipios libres restantes habían ido desapareciendo. Al iniciarse el siglo XVI, Florencia era, sin embargo, aún una república. Hasta ese momento, con Venecia, había sido la principal excepción a la tendencia general hacia la mini monarquía absoluta, no por haber conservado intacto, como Venecia, el régimen republicano, sino por no haberse resignado al principado, que había sido su forma de gobierno en la segunda mitad del siglo anterior, y por haber vuelto al régimen municipal en la primera ocasión. Ahora, con el retorno de los Médici, entraba de nuevo en la normalidad de la época, con carácter definitivo, al parecer.
Maquiavelo se resigna e interrumpe los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, en los que estudiaba como modelo la república romana, para dedicarse a estudiar el principado.
En la composición de El Príncipe influyen —decía— varios factores. El primero es el pensamiento del autor cómo se había formado a través de la experiencia del secretariado en tiempos de la república y cómo sobrevivió al terremoto mental y material de 1512.
EL GOBIERNO DEL PUEBLO Y LA MORAL
El hombre —pensó él siempre— no cambia en su naturaleza profunda; por eso nos sirve el estudio de la historia romana. Ese hombre, que es el sujeto de la historia, es naturalmente egoísta y aprovechador; de ahí que cualquier tipo de sociedad degenere, para empezar a recuperarse cuando la degeneración ha llegado a un grado insoportable: el poder unipersonal degenera fatalmente en tiranía, contra la que los nobles se rebelan en nombre de una libertad que no es tal porque al poco tiempo se traduce en un régimen opresivo para el pueblo. Este cobra conciencia y fuerza y abate el régimen oligárquico para establecer una república popular, estructura que correspondería al ideal de Maquiavelo, pero no se mantiene: el interés personal, que Maquiavelo llama corrupción, hace degenerar esa libertad en licencia. Un ambicioso entonces aprovecha el descontento difuso para establecer en esa sociedad su dominio absoluto: y el proceso vuelve a empezar.16 “Del bien deriva el mal, del mal el bien”, dice Maquiavelo a propósito de lo mismo, en El asno de oro.17
Más lentamente fue madurando en él su idea fundamental: que el arte de conquistar, mantener y aumentar el poder no tiene nada que ver con la moral y que, por lo tanto, todos los tratados antiguos y medievales acerca de cómo debe ser el “buen príncipe” (cuyo prototipo podría ser el De regimene principum del cardenal Egidio Colonna) no tienen ningún asidero en la realidad de los hechos, que Maquiavelo llama “la realidad efectual”.18 En este terreno se ha producido el gran malentendido acerca del pensamiento de Maquiavelo, atribuible a la poca precisión con que se usa la palabra “política”.
Si limitamos su significado al “arte de gobernar”, indudablemente Maquiavelo da origen a una ciencia política basada en lo útil y completamente separada de la ética. Pero Maquiavelo no se ocupa sólo de los gobernantes. Él, que se jactaba de ser “hombre popular”, estudia, como especialista en ciencia política, no sólo a quien gobierna, sino también a quienes tratan de ser gobernados lo menos posible como, por ejemplo, la plebe romana antigua o el pueblo