El príncipe. Nicolás Maquiavelo

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El príncipe - Nicolás Maquiavelo


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y sobrino de éste, Lorenzo. Es la página más estilísticamente tradicionalista que Maquiavelo haya escrito, de períodos amplios y pesados, de acento obsequioso. Quiere hacer —dice— al príncipe de Florencia un regalo en sí humilde, pero que es el mejor que pueda ofrecer, pues es el resultado de largos años de estudios y experiencias. Luego expresa el deseo de que el destinatario “llegue a la grandeza que la suerte y sus demás cualidades le prometen”. A esta frase se limitaba la adulación característica de semejantes dedicatorias. Y no es difícil —a pesar del interés que Maquiavelo tenía en granjearse el favor de Lorenzo— descubrir una remota luz de ironía en ese haber puesto la suerte (es decir, el parentesco con el Papa) como la cualidad principal del homenajeado. Pero, aun tan limitada, esa alabanza debió pesarle.24

      La segunda parte es la obra misma, con exclusión del último capítulo. De insólita brevedad, de estilo cerrado y enérgico, caracterizado por momentos por un esquematismo de tratado científico, dotado casi siempre de una pasionalidad reprimida por prudencia y por una búsqueda de imparcialidad que pareció cinismo, este libro es poderosamente unitario, porque es obra de un artista dramático, que ve la historia como una inmensa comedia o una inmensa tragedia. Y El Príncipe es un retrato, el retrato de un personaje trágico, arrastrado a cometer crímenes, a matar en sí al hombre, por la lógica férrea del poder.

      No corresponde este retrato a un personaje histórico determinado, pero es coherente, pues reúne los rasgos comunes a César Borgia, Alejandro VI, Fernando el Católico Agátocles de Siracusa y muchos otros. Es un personaje trágico, sin amigos (sólo debe confiar en quien tiene un interés personal en serle fiel), más temido que amado, más preocupado por su imagen que por su ser, olvidado de sí mismo en tensión tremenda hacia los cuatro puntos cardinales, para no perderse ni un síntoma de peligro que podría ser mortal, ni el espacio huidizo de una posible conquista. Es el retrato de un jugador, absorbido y anulado por la pasión del juego, un juego en que se apuesta la vida misma vida. El adversario del príncipe en este juego es la Fortuna (con mayúscula), dueña de la mitad del destino: la otra mitad pertenece a la voluntad del hombre. Y en este sentido el príncipe es un personaje épico, porque es un luchador que está al acecho para aprovechar todos los atisbos de buena suerte y contrarrestar la mala suerte con toda la energía de su voluntad de poder.

      Como buen autor dramático, Maquiavelo no puede reprimir su admiración despavorida por el personaje César Borgia cuando, encontrándose en situación sumamente desventajosa, sin armas, sin amigos, bajo la amenaza de una conspiración contra su vida, consigue rehacerse, eliminando fríamente, a traición, a todos los conjurados. Maquiavelo historiador, ciudadano florentino, hombre, había definido como la más inteligente de un conjunto de serpientes venenosas en lucha recíproca (Decenal I); Maquiavelo autor dramático ve en él a un potente personaje trágico; Maquiavelo teórico del arte de gobernar lo aplaude como prototipo del príncipe: siempre hizo lo más acertado para conquistar y mantener el poder. Cometió muchos delitos, pero no cometió delitos que para sus fines fueran inútiles. Maquiavelo da un ejemplo: el pueblo de Romaña era difícil de dominar. César Borgia mandó allí con plenos poderes a un gobernador enérgico y cruel que mantuvo el orden haciéndose odiar. Y bien: cuando el duque pensó que tanto rigor ya no era necesario, para evitar que se atribuyeran a él las crueldades pasadas, hizo que los habitantes de Cesena encontrasen una mañana al gobernador, “cortado en dos partes en la plaza, con un pedazo de madera y un cuchillo ensangrentado al lado”. El pueblo quedó —agrega el escritor— “satisfecho y estupefacto”.25

      En “hacer bien lo que se hace” consiste la virtud en el vocabulario del Renacimiento, en que las palabras tienen su valor etimológico. Su raíz es Vir (hombre) y vale virilidad y, por lo tanto, según el concepto tradicional, energía, originalidad, eficacia. Entonces César Borgia, acaso el asesino de su hermano en Roma y seguramente el de sus compañeros de armas en Senigalia, que no tuvo reparo en cometer alevosos homicidios cuantas veces lo consideró conveniente a sus intereses, es un príncipe “virtuoso”, es decir, eficaz como príncipe.

      La naturaleza misma del poder es demoniaca. En los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, el escritor lo deja entender en más de una oportunidad. A propósito de la deportación de pueblos enteros por Filipo de Macedonia, dice: “Estos procedimientos son excesivamente crueles, enemigos de todo vivir no sólo cristiano, sino humano, y cualquiera debería desecharlos, eligiendo vivir como ciudadano privado y no como rey al precio de la ruina de tantos hombres. Sin embargo, quien no quiera emprender ese primer camino, que es el del bien, si se quiere mantener (en el poder), debe entrar en este mal”.26

      El medio principal para obtener y conservar el poder es el engaño: “Alejandro VI no hizo nunca otra cosa, no pensó nunca otra cosa que no fuera engañar a los hombres, y siempre pudo hacerlo. Nunca hubo hombre que fuera tan eficaz en afirmar una cosa con los mayores juramentos, y que menos la pusiera en práctica. Y siempre tuvo éxito en sus engaños”. Más adelante, en el mismo célebre capítulo de El Príncipe: “Hay un príncipe en los tiempos presentes al que es mejor no nombrar (se trata de Fernando el Católico), quien no predica nunca otra cosa que paz y fe y es decidido enemigo de una y otra; y una y otra, si él las hubiera llevado a la práctica, varias veces le hubieran hecho perder la reputación y el estado”.27

      Al principio de este mismo capítulo, Maquiavelo sostiene que el príncipe debe saber ser hombre cuando le convenga y, cuando le convenga, bestia, alternando, según las circunstancias, la ferocidad del león con la astucia del zorro, no manteniendo las promesas sino mientras mantenerlas dé fruto político. Estas recomendaciones, y otras del mismo tipo que forman el sistema, le han proporcionado a este librito su fama de “manual del perfecto tirano” y a su autor la caracterización completamente desenfocada de teórico de la razón de estado al servicio del poder absoluto.

      EL CORAZÓN ESTÁ CON LA LIBERTAD

      Hay que observar que los elogios de Maquiavelo a los peores tiranos son exclusivamente técnicos. El entusiasmo que tiembla en sus palabras cuando en los Discursos habla de las libertades republicanas, en El Príncipe falta completamente (exceptuando siempre el último capítulo), sustituido por el orgullo del pensador que dice la verdad donde los demás la ocultan y por cierta euforia estética del artista frente al personaje trágico que está moldeando. Él siente este carácter “poético” de su príncipe. Una vez, en 1525, escribiendo a Guicciardini, se firma así: “Niccolò Machiavelli, istorico, comico e tragico”.28 “Istorico” se refiere a las Storie fiorentine, que en ese entonces estaba componiendo; “Comico” al sector jocoso de su labor literaria y especialmente a La Mandrágora, que en esos días se estaba representando, y “Tragico”, evidentemente a El Príncipe, pues no hay entre sus escritos ninguna tragedia propiamente dicha.

      Maquiavelo no aconseja nunca al pueblo que obedezca a su príncipe. Se comporta en este librito con la misma objetividad de que generalmente hace gala en los Discursos, donde hay un capítulo sobre el Decenvirato romano en que el autor se propone mostrar “muchos errores cometidos por el senado y la plebe en daño de la libertad y muchos errores hechos por Apio, jefe del Decenvirato, en desmedro de la tiranía que se había propuesto establecer en Roma”.29 El corazón de Maquiavelo está con la plebe y la libertad: por momentos lo dice y siempre lo deja entender. Pero, cuando se trata de la ciencia política, es decir, de la política que él por primera vez presenta como ciencia, anota diligentemente y demuestra los errores y aciertos de las partes contendientes, desde el punto de vista de los fines que cada una se propone. No es que prescinda de la moral: la moral está del lado del pueblo y de la libertad, y lo dice; pero el aspecto técnico tiene una positividad y una negatividad distintas de las del aspecto moral. Esto, en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio. En El Príncipe prevalece la consideración técnica por dos razones: por el tema circunscrito, que admitía al pueblo sólo como contrapartida necesaria del protagonista, y por el hecho de tener la obra un carácter circunstancial, desgajada como había sido de los Discursos, porque el tema había cobrado repentina y pavorosa actualidad en Florencia. Se podría agregar una tercera razón; y es que en Florencia había desaparecido la 1ibertad de palabra, Maquiavelo acababa de ser sometido a la


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