100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй Олкотт

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100 Clásicos de la Literatura - Луиза Мэй Олкотт


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que saldrán de mi nuevo cerebro.

      Después se despidió de todos con gran alegría y fue hacia el Salón del Trono.

      —Adelante —respondió Oz a su llamado.

      Al entrar, el Espantapájaros vio al hombrecillo sentado junto a la ventana, sumido en profundas reflexiones.

      —Vengo a buscar mi cerebro —dijo con cierta vacilación.

      —Sí, sí. Haz el favor de sentarte en esa silla —repuso Oz—. Tendrás que perdonarme por sacarte la cabeza, pero lo haré a fin de poner tu cerebro en su sitio apropiado.

      —Está bien. Puedes sacarme la cabeza, ya que me la habrás mejorado cuando vuelvas a ponérmela.

      Y el Mago le quitó la cabeza y le vació la paja de que estaba rellena. Después fue a otra habitación y tomó una medida de afrecho que mezcló con gran cantidad de alfileres y agujas. Una vez que hubo mezclado bien todo esto, puso la mezcla en la parte superior de cabeza del Espantapájaros y terminó de rellenarla con paja para mantenerla en su lugar.

      Cuando volvió a poner la cabeza sobre los hombros del paciente, le dijo:

      —De aquí en adelante serás un gran hombre, pues acabo de ponerte un cerebro de primera.

      El Espantapájaros sintióse tan complacido como orgulloso ante el cumplimiento de su gran deseo, y una vez que hubo agradecido debidamente a Oz, regresó al lado de sus amigos.

      Dorothy lo miró con curiosidad al ver su cabeza que parecía haberse agrandado en la parte superior.

      —¿Cómo te sientes? —preguntó.

      —Muy sabio por cierto —contestó él con gran seriedad—. Cuando me acostumbre a mi cerebro, lo sabré todo.

      —¿Por qué te sobresalen de la cabeza todos esos alfileres y agujas? —preguntó el Leñador.

      —Esa es la prueba de que es agudo —comentó el León.

      —Bien, ahora me toca a mí —dijo Leñador, y fue a llamar a la puerta del Salón del Trono.

      —Adelante —le invitó Oz.

      —Vengo en busca de mi corazón —anunció el hombre de hojalata.

      —Muy bien. Pero tendré que abrirte un agujero en el pecho para colocar el corazón en su sitio adecuado. Espero que no te haga daño.

      —En absoluto. No sentiré nada.

      Oz fue a buscar un par de tijeras de hojalatero e hizo un orificio rectangular en el costado izquierdo del pecho del Leñador. Después abrió un cajón de la cómoda y sacó un bonito corazón hecho de seda roja y relleno de aserrín.

      —¿Verdad que es hermoso? —preguntó.

      —Lo es de veras —repuso el Leñador, muy complacido—. ¿Pero es un corazón bondadoso?

      —Muchísimo. —Oz puso el corazón en el pecho del paciente y volvió a colocar la tapa del orificio, soldando las coyunturas con gran cuidado—. Ya está. Ahora tienes un corazón del que cualquiera se sentiría orgulloso. Lamento haber tenido que ponerte un remiendo en el pecho, pero fue inevitable.

      —El remiendo no importa —exclamó el feliz Leñador—. Te estoy muy agradecido y jamás olvidaré tu bondad.

      —Ni lo menciones —dijo el Mago.

      El Leñador volvió al lado de sus amigos, los que lo felicitaron sinceramente por su gran fortuna.

      El León fue entonces a llamar a la puerta del salón.

      —Adelante —invitó Oz.

      —Vengo en busca de mi valor —anunció el felino al entrar.

      —Muy bien, iré a buscarlo —contestó el hombrecillo.

      Fue hacia un armario y del estante más alto retiró una botella rectangular cuyo contenido vertió en un tazón de oro verdoso muy bien trabajado. Poniéndolo delante del León Cobarde —que lo olió como si no le agradara —le dijo:

      —Bebe.

      —¿Qué es?

      —Verás —fue la respuesta—, si lo tuvieras en tu interior sería valor. Naturalmente, ya sabes que el valor está siempre dentro de uno, de modo que a esto no se le puede llamar realmente coraje hasta que lo hayas bebido. Por lo tanto, te aconsejo que lo bebas lo antes posible.

      Sin vacilar un momento más, el León bebió hasta vaciar el contenido del tazón.

      —¿Cómo te sientes ahora? —preguntó Oz.

      —Lleno de coraje —repuso el León, y regresó muy contento al lado de sus amigos para hacerles partícipes de su gran alegría.

      Una vez solo, Oz sonrió al pensar en el éxito que acompañó a su tentativa de dar al Leñador, al Espantapájaros y al León exactamente lo que cada uno creía desear.

      —¿Cómo puedo evitar ser un farsante cuando toda esta gente me hace creer cosas que todos saben que son imposibles? —dijo—. Fue fácil satisfacer los deseos del Espantapájaros, el León y el Leñador, porque ellos imaginan que soy omnipotente. Pero se necesitará algo más que imaginación para llevar a Dorothy de regreso a Kansas, y estoy bien seguro que no sé cómo puede hacerse.

      CAPÍTULO 17

      LA PARTIDA DEL GLOBO

      Pasaron tres días sin que Dorothy tuviera noticias de Oz, y fueron días muy tristes para la niñita aunque sus amigos se sentían felices y contentos. El Espantapájaros se afanaba de las ideas que bullían en su cabeza. Al andar de un lado a otro, el Leñador sentía el corazón que le golpeaba el pecho, y dijo a Dorothy que había descubierto que era un corazón más bondadoso y tierno que el que tenía cuando era de carne y hueso. El León afirmaba no tener miedo a nada en la tierra y estar dispuesto a enfrentarse a un ejército de hombres o a una docena de los feroces Kalidahs. De modo que todos estaban satisfechos, excepto Dorothy, quien anhelaba más que nunca regresar a Kansas.

      Para su gran júbilo, el cuarto día la mandó llamar Oz, y cuando entró en el Salón del Trono la saludó afablemente.

      —Siéntate, queridita. Creo que he hallado el modo de sacarte de este país.

      —¿Y de regresar a Kansas? —inquirió ella ansiosamente.

      —Bueno, no estoy seguro respecto de Kansas —fue la respuesta—, pues no tengo la menor idea del rumbo a tomar; pero lo principal es cruzar el desierto, y entonces ha de ser fácil hallar el camino de regreso al hogar.

      —¿Cómo puedo cruzar el desierto?

      —Te diré lo que pienso —expresó el hombrecillo—. Cuando vine a este país lo hice en un globo. Tú también viniste por el aire, ya que te trajo un ciclón. Por eso creo que la mejor manera de cruzar el desierto ha de ser por el aire. Ahora bien, para mí es imposible hacer un ciclón, pero ha estado pensando en el asunto y creo que puedo hacer un globo.

      —¿Cómo?

      —Los globos se hacen con seda a la que se recubre de goma para que no escape el gas. En el Palacio tengo seda de sobra, de modo que no será difícil fabricar un globo. Pero en todo este país no hay gas para llenar el globo a fin de que se eleve.

      —Si no se eleva no nos servirá de nada —puntualizó Dorothy.

      —Verdad —contestó Oz—. Pero hay otra manera de hacerlo volar, y es llenándolo de aire caliente. No es tan bueno como el gas, pues si el aire se enfriara el globo caería en el desierto y los dos estaríamos perdidos.

      —¿Los dos? —exclamó la niña—. ¿Irás conmigo?

      —Sí, claro. Estoy cansado de ser tan farsante. Si saliera del Palacio mis súbditos descubrirían muy pronto que no soy un Mago, y entonces se enfadarían conmigo por haberlos engañado. Por eso tengo que permanecer


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