100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй Олкотт

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100 Clásicos de la Literatura - Луиза Мэй Олкотт


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es Glinda? —quiso saber el Espantapájaros.

      —La Bruja del Sur. Es la más poderosa de todas y gobierna a los Quadlings. Además, su castillo se halla al borde del desierto, de modo que tal vez ella sepa cómo cruzarlo.

      —Glinda es una Bruja Buena, ¿verdad? —dijo la niña.

      —Los Quadlings la quieren mucho, y ella es buena con todos —contestó el soldado—. Me han dicho que es una mujer hermosa que sabe mantenerse joven a pesar de los años que ha vivido.

      —¿Cómo puedo llegar a su castillo?

      —El camino va directo al sur, pero dicen que está lleno de peligros para los viajeros. En el bosque hay bestias salvajes y una raza de hombres extraños a quienes no les gusta que los forasteros crucen sus tierras. Por esta razón nunca viene ninguno de los Quadlings a la Ciudad Esmeralda.

      El soldado se retiró entonces, y el Espantapájaros manifestó:

      —A pesar de los peligros, parece que lo más conveniente es que Dorothy viaje a las tierras del Sur y pida a Glinda que la ayude, porque de otro modo jamás podrá volver a Kansas:

      —Seguro que has estado pensando otra vez —comentó el Leñador.

      —Así es —repuso el Espantapájaros.

      —Yo iré con Dorothy —declaró el León—. Estoy cansado de la ciudad y extraño el bosque y los campos. Ya saben que soy una fiera salvaje. Además, Dorothy necesitará a alguien que la proteja.

      —Eso es verdad —concordó el Leñador—. Mi hacha podría serle útil, de modo que iré con ella a la tierra del Sur.

      —¿Cuándo partimos? —preguntó el Espantapájaros.

      —¿Tú también vas? —preguntaron sorprendidos.

      —Claro que sí. De no ser por Dorothy, no tendría cerebro. Ella me sacó del poste en el maizal y me trajo a la Ciudad Esmeralda, así que le debo mi buena suerte y jamás la dejaré hasta que haya partido hacia Kansas de una vez por todas.

      —Gracias —agradeció Dorothy—. Son muy bondadosos conmigo, y me gustaría partir lo antes posible.

      —Nos iremos mañana por la mañana —dijo el Espantapájaros—. Ahora vamos a prepararnos; el viaje será largo.

      CAPÍTULO 19

      EL ATAQUE DE LOS ARBOLES BELICOSOS

      La mañana siguiente Dorothy se despidió con un beso de la bonita doncella verde y después saludaron todos al soldado de la barba que los había acompañado hasta la puerta. Cuando el guardián volvió a verlos, se extrañó mucho de que quisieran salir de la hermosa ciudad para correr nuevas aventuras; pero en seguida les quitó los anteojos, que volvió a guardar en la caja verde, y les deseó muy buena suerte.

      —Ahora eres nuestro gobernante —dijo al Espantapájaros—. Así que debes volver lo antes posible.

      —Lo haré si puedo —fue la respuesta—. Pero primero debo ayudar a Dorothy a regresar a su hogar.

      Al despedirse del bondadoso guardián, la niña le dijo:

      —Me han tratado muy bien en tu bonita ciudad, y todos han sido muy buenos conmigo. No sé cómo agradecerles.

      —No lo intentes siquiera, querida —repuso él—. Nos gustaría conservarte con nosotros, pero, ya que deseas regresar a Kansas, espero que encuentres el camino.

      Abrió entonces la puerta exterior y los amigos salieron por ella para emprender su viaje.

      El sol brillaba con todo su esplendor cuando nuestros amigos se volvieron hacia el Sur; estaban todos muy animados y reían y charlaban alegremente. A Dorothy la alentaba de nuevo la esperanza de regresar al hogar, y el Espantapájaros y el Leñador se alegraban de poder serle útiles. En cuanto al León, aspiró el aire libre con deleite y agitó la cola fuertemente, lleno de alegría al hallarse de nuevo en campo abierto. Toto, por su parte, corría alrededor de todos ellos y se alejaba a veces persiguiendo mariposas, sin dejar de ladrar en ningún momento.

      —La vida de la ciudad no me sienta —comentó el León mientras iban marchando a paso vivo—. He perdido kilos mientras estuve allá, y ahora estoy ansioso por demostrar a las otras fieras lo valiente que soy.

      Se volvieron entonces para lanzar una última mirada a la Ciudad Esmeralda, y todo lo que pudieron ver fue el perfil de las torres y campanarios detrás de los muros verdes y, muy por encima de todo, la cúpula enorme del Palacio de Oz.

      —La verdad es que Oz no era malo como mago —dijo el Leñador al sentir que el corazón le golpeteaba dentro del pecho.

      —Supo darme un cerebro, y muy bueno por cierto —manifestó el Espantapájaros.

      —Si él hubiera tomado la misma dosis de valor que me dio a mí —terció el León—, habría sido un hombre muy valiente.

      Dorothy no dijo nada. Oz no había cumplido la promesa que le hiciera, aunque hizo todo lo posible, de modo que lo perdonaba. Como él mismo decía, era un buen hombre, aunque de mago no tuviera nada.

      El primer día de viaje los llevó a través de los verdes campos salpicados de flores que se extendían alrededor de la Ciudad Esmeralda. Aquella noche durmieron sobre la hierba, sin otra manta que las estrellas que brillaban en el cielo; sin embargo, descansaron muy bien.

      En la mañana continuaron andando hasta llegar a un espeso bosque al que parecía imposible rodear, pues se extendía a izquierda y derecha tan lejos como alcanzaba la vista. Además, no se atrevían a desviarse de la ruta directa por temor de extraviarse. De modo que empezaron a buscar un punto por el cual fuera fácil entrar en el bosque.

      El Espantapájaros, que iba a la cabeza del grupo, descubrió al fin un corpulento árbol dotado de ramas tan extendidas hacia los costados que por debajo podrían pasar todos ellos. Al observar el espacio libre, encaminóse hacia el árbol, mas cuando llegaba debajo de las primeras ramas, éstas se inclinaron y se enroscaron en su cuerpo, levantándolo acto seguido para arrojarlo con fuerza hacia donde se hallaban sus compañeros de viaje.

      Aunque esto no le hizo daño, no dejó de sorprenderlo, y el pobre hombre de paja parecía un tanto atontado cuando Dorothy lo ayudó a levantarse.

      —Allí hay otro espacio entre los árboles —anunció el León.

      —Déjenme probar a mi primero —pidió el Espantapájaros pues no me hace daño que me arrojen a tierra.

      Así hablando, encaminóse hacia el otro árbol, pero las ramas lo apresaron inmediatamente y volvieron a arrojarlo al suelo.

      —Es muy extraño —dijo Dorothy—. ¿Qué podemos hacer?

      —Parece que los árboles han decidido luchar contra nosotros para impedir nuestro viaje —comentó el León.

      —Creo que ahora voy a probar yo —dijo el Leñador.

      Se echó el hacha al hombro y fue hacia el primero de los árboles que tan mal había tratado al Espantapájaros. Cuando una gruesa rama descendió para apoderarse de él, el hombre de hojalata le asestó un tajo tan feroz que la cortó en dos. En seguida empezó el árbol a sacudir todas sus otras ramas como si estuviera muy dolorido, y el Leñador pudo pasar por debajo sin ninguna dificultad.

      —¡Vamos! —les gritó a los otros—. ¡Aprisa!

      Todos se adelantaron a la carrera y pasaron debajo del árbol sin sufrir el menor daño, salvo Toto, al que apresó una rama pequeña que lo sacudió hasta hacerlo aullar, pero el Leñador la cortó sin demora, liberando así al perrito.

      Los otros árboles del bosque no hicieron nada para impedir su paso, razón por la cual los viajeros comprendieron que sólo la primera hilera podía doblar sus ramas hacia abajo, y probablemente eran los guardianes del bosque, dotados de aquel maravilloso poder a fin de mantener alejados a los intrusos.

      Los


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