King Nº 7 El Dios de nuestra vida. Herbert King

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King Nº 7 El Dios de nuestra vida - Herbert King


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Vorträge, III (1966), 42

      En el transcurso de los años hemos hablado y seguiremos haciéndolo también en el futuro: Salto mortal para la razón,66 para la razón puramente natural. Quien no se anime a dar este salto, estará perdido por completo. Salto mortal para la razón. Salto mortal para el corazón. Hoy no existe otro camino si queremos interpretar y asumir cabalmente la vida, nuestra vida, y también la vida que nos espera en el futuro próximo y lejano. Porque intuimos que falta mucho aún para que finalicen estos tiempos de confusión y revolución. ¿Viviremos para cuando retorne un día la quietud, la paz en este mundo?

      1.24 CRUZ MUY PERSONAL Y ORIGINAL

       De: Homilía del 2 de diciembre de 1962

      En: Aus dem Glauben leben, 4, 120-123

      Dios tiene una meta, una meta original. Conocemos la meta general: aquí en la tierra llegar a ser lo más semejante posible a Él y a su Unigénito, y luego participar de la gloria del Dios Humanado en la eternidad. Pero no sabemos cómo es ese reflejo divino especial y original que yo puedo ser: Dios lo ha mantenido en secreto. Vale decir que él no sólo nos ve tal como hemos nacido; no sólo nos ve tal como es nuestro estado tras ser vapuleados y sacudidos por las tempestades de la vida, sino que él nos ve ya en la gloria de la eternidad, en la participación en su vida divina en la eternidad. Y siguiendo ese plan que ha fijado para mí con todo detalle, va ordenando todos los acontecimientos de mi vida. (…)

      Estoy convencido de que Dios tiene un determinado plan con mi vida, y que procura realizarlo. Ciertamente no conozco los caminos; son misteriosos, tienen sus meandros y zigzags. Pero creo que Dios utiliza todo, utiliza cada una de las situaciones de mi vida, mis extravíos y desconciertos, las desilusiones y desgracias que ocurren en mi vida, para realizar el gran objetivo que se ha fijado para mi vida. Caminos de sabiduría… Yo soy producto de su sabiduría. Las vicisitudes de mi vida… producto de su sabiduría. El Dios eterno es sabio y no cargará sobre mis espaldas más de lo que mis espaldas puedan cargar. Si estuviese convencido de ello, si viese detrás de todo a Dios, si viese su plan, ¡qué fácil resultaría entonces vivir! Pero nosotros, hombres de hoy, nos hemos desprendido íntimamente de Dios.67

      Recordemos aquella leyenda del cruzado. Yo soy ese cruzado. Se cuenta que un cruzado que amaba a Dios se quejó un día de que su cruz era muy pesada; quería deshacerse de ella. Miró la cruz de otros: ¡Qué livianas parecían! Lo mismo hacemos nosotros… Luego la leyenda relata que Dios le dijo entonces al cruzado: “- Pues bien, quitaré esa cruz de tus espaldas”. El cruzado le responde: “- Pero yo quiero cargar con una cruz, no quiero estar sin cruz. Tengo que imitar la vida de Cristo, el Crucificado”. Dios le responde: “- Muy bien, fíjate, aquí en este jardín tienen incontables cruces. Elige la que te plazca”. El cruzado examina una tras otras. Ensaya cargar una: Es demasiado pesada. Prueba otra: Es demasiado liviana. Finalmente descubre una, olvidada en un rincón. La prueba y exclama: “- Ésta es la que puedo cargar”. El Padre del Cielo sonríe: “- Bueno, llévatela; pero observa que es la misma cruz que tú dejaste; es la cruz que yo había previsto para ti desde toda la eternidad. Está confeccionada, hasta en sus detalles, a la medida de tus fuerzas”. En suma: ¿Qué soy yo? ¿Cuál es el camino de mi vida?: Producto de la infinita sabiduría del eterno Padre Dios.

      1.25 DIOS DISPONE TODAS LAS COSAS PARA EL BIEN DE LOS QUE LO AMAN

       De: Semana de Octubre 1966

      En: Vorträge, XI (1966), 263-267

      (La pregunta de san Pablo)

      Ya san Pablo nos llama la atención sobre que “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman” (Rom 8, 28), pero, subrayo: radicalmente todas, todas las cosas. En el espíritu del apóstol Pablo, san Agustín completa la idea como sigue: “Todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios, incluso el pecado”. Sabemos que Agustín pasó por una juventud de pecado, y que por esa vía fue maestro en cuanto a interpretar el pecado en el espíritu de Dios, a asumir sus pecados de tal forma que esos mismos pecados lo adentrasen más hondamente en el corazón del Dios vivo. (…)

      Vemos a san Pablo meditando en el desierto, lo vemos asimismo en sus viajes apostólicos trabajando día y noche, pero con su corazón continuamente en el mundo del más allá. Su espíritu no cejó en el empeño de comprender de alguna manera los misteriosos planes de Dios para con la humanidad, especialmente para con su propio pueblo, Israel. Por eso nos imaginamos bien cómo se le planteaba a su espíritu una y otra vez la pregunta: ¿Cómo es posible que mi pueblo evidentemente haya perdido su misión? ¿Cómo es posible que la sociedad humana se revuelque tan fuertemente en el lodo del pecado, de la impiedad, del odio a Dios?

      Su espíritu volaba más y más alto, buscando descubrir y revelar últimas posibilidades. ¿No hubiera sido posible - cavilaba - que el Dios eterno trazase otro plan para el mundo? Dios es infinito, omnipotente; él hubiera podido trazar, dar forma, modelar otro plan para el mundo. Pero ha diseñado este plan para el mundo; plan en el que Adán y Eva pecaron y por eso toda la humanidad quedó atrapada en la perdición. ¿No hubiera podido trazar otro plan, un plan en el que Adán y Eva no pecasen, en el que no hubiera pecado original? Naturalmente para el espíritu inquisidor del apóstol era evidente que eso era posible. En efecto, muchas, infinitamente muchas posibilidades estaban vivas en la mente del Dios eterno.

      Y ahora la pregunta del por qué: ¿Por qué Dios ha trazado ese plan, el plan en el que Adán y Eva pecan y todos quedamos atrapados en tal fractura de su ser, de su vida; todos atrapados en la tragedia del pecado, del pecado original?

      (La respuesta: Para que él pudiera apiadarse de nosotros)

      Escuchen ahora la respuesta. No sé si alguno de nosotros se habría aventurado a dar una respuesta. Pues bien, aquí advertimos hasta qué punto san Pablo auscultó el latido del corazón de Dios Padre y lo acogió en sí. Una respuesta, extraordinariamente profunda, inconcebiblemente grande, y difícil de comprender para nosotros, hombres de hoy. Pero no es una sorpresa para aquellos que en alguna medida estén familiarizados con el mundo del más allá, con la atmósfera del más allá, con las leyes del más allá. Escuchen lo que dice san Pablo: “Porque Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de todos.” (Rom 11, 32)68

      Deténganse aquí. ¿Por qué Dios permite nuestras debilidades y miserias? ¿Por qué permite que la humanidad de hoy se precipite al abismo? ¿Por qué todo eso? No para castigarnos. No, no, sino “para tener misericordia de todos”.

      En cierto sentido - pero sólo en cierto sentido - tenemos aquí un gran complemento para el gran descubrimiento del apóstol Juan.69 Según él, Deus cáritas est, Dios es amor (1 Jn 4, 8). Y Pablo agrega: Dios es el eterno amor misericordioso. De este modo nos enfrentamos al gran misterio de ser hijos de Dios, el gran misterio de la época actual. (…) Primero el hombre tiene que volver a ser niño para que recién entonces Dios pueda derramar toda la abundancia de su amor, de su amor misericordioso, sobre esta pobre, pobre sociedad humana.

      (Redescubrir a Dios)

      Por eso escuchémoslo nuevamente: la esencia de Dios es el amor, el amor misericordioso. Nuestra miseria, nuestras faltas y debilidades, nuestros pecados y deslices, por más antinaturales que sean, ¿son obstáculo insuperable para ser instrumentos, son impedimento inexorable para que seamos utilizados por Dios, para que Dios “monte sobre nuestros lomos”? De ninguna manera. Sólo hay que cumplir una condición. ¿Cuál? ¡Ay! Lo sabemos. Tenemos que hacer dos cosas:

      Redescubrir a Dios. No sólo verlo desde el punto de vista de su amor justiciero sino de su amor misericordioso. Aun cuando nuestra familia le ofrezca a Dios todo un catálogo de pecados, ese catálogo de pecados no impide el catálogo de gracias. Pecados, miserias, debilidades, aunque sean más numerosos que las arenas del mar, terribles, negros… pues bien, Dios sólo quiere que los reconozcamos. Que reconozcamos pues que somos también una communio peccatorum (comunidad de pecadores), pero no por eso somos en menor medida una communio sanctorum (comunidad de santos). Sólo tenemos que procurar que la communio peccatorum nos haga realmente una communio sanctorum.

      1.26 NUESTRA VIDA COMO “CLASE DE NATACIÓN”

       De: Chronik-Notizen


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