Poetas de color. Calcagno Francisco

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Poetas de color - Calcagno Francisco


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con tus cantos inmortales.»

      Pero ¡ay! el infeliz mulato deliraba si pensaba así: semejante cosa era un imposible, porque el soberano de su patria estaba… muy lejos, y su representante en Cuba, era el inexorable O’Donnell, para quien no habia más poesía que el estricto cumplimiento de lo que creia su deber.

      Mas si no eran tales los pensamientos de Plácido, sin duda ocupaban su alma generosa sentimientos de paz y mansedumbre en los momentos en que debia rebosar en hiel y rencor. Nuestros lectores conocen sin duda aquella sublime carta, modelo de resignacion cristiana en que recomienda á su esposa como único llanto á su memoria que perdone á sus enemigos, que socorra á los pobres «y mi sombra estará risueña contemplándote digna de ser esposa de Plácido!»

      Sócrates murió perdonando, Jesucristo murió perdonando; pero Sócrates era un filósofo, Jesucristo era un Dios; el pobre Plácido no era siquiera un hombre, era un mulato peinetero en un pais esclavista! Y esa carta que salida de las manos del humilde se ha paseado por todos los idiomas cultos, no es un reproche solo á su pais, lo es á su época: es un castigo inflijido á esa institucion que hoy empezamos á mirar como un enjendro de la barbarie de los siglos pasados.

      Llegó en tanto el dia de la sentencia, el nefasto 29 de Junio! no horrorizarémos al lector con el cuadro de la ejecucion: treinta y cinco años han pasado y todavía derramamos lágrimas al recordar aquellos dos versos, quizá casuales, que ya herido pronunció ántes de espirar9.

      Más bien y para distraer un momento de cuadro tan tétrico su imaginacion le recitarémos un bello soneto del «bardo del Yumurí.»

EL JURAMENTO

      A la sombra de un árbol empinado

      Que está de un ancho valle á la salida

      Hay una fuente que á beber convida

      De su líquido puro y argentado

      …

      Allí fuí yo por mi deber llamado

      Y haciendo altar la tierra endurecida

      Ante el sagrado código de vida

      Estendidas las manos he jurado:10

      …

      …

      Se dice que las ilustradas matanceras convinieron en un luto secreto de nueve dias, los periódicos del extranjero y algunos de la Península11 lloraron su muerte, ya que á nosotros no nos era dado espresar nuestro dolor; y la inquisicion de la Escalera continuó impasible su marcha siniestra y tortuosa como la de la serpiente.

      Aquí concluye el tenebroso drama de la vida de Plácido, pero nada habrémos hecho en nuestra calidad de biógrafos si no damos una idea de su carácter y de la índole y tendencia de sus poesías.

      IV

      Un escritor de nuestros dias clasifica á Plácido en las siguientes palabras:

      «Fué un mulato pendenciero, borrachon y disoluto en todos los terrenos donde se le presentaba la ocasion.»

      No hay que admirarse de esas palabras: ni hacen ningun daño á la memoria de Plácido porque son del mismo que pretendió infamar la del venerable Padre Las Casas, llamándole frailucho inmundo y embustero.

      Bien sabido es que fué, al contrario, de carácter dulce, afable y complaciente: á primera insinuacion improvisaba ó con voz campanuda y enfático gesto comenzaba á declamar la pieza que se le pedia. No nos ha quedado retrato suyo: en el grupo de literatos cubanos formado en esta ciudad en 1861 por «Cuba Literaria» en el lugar que le corresponde se colocó una corona de laurel: pero hé aquí un retrato á la pluma que le reproduce con exactitud: «Era de buena estatura y conformacion de miembros, de rostro no muy claro, sombreado por una ligera barba, frente espaciosa y ojos negros, espresivos; su aspecto taciturno y reflexivo cuando estaba solo, y abierto y animado en compañía de sus amigos; era de un natural afable, alegre y cariñoso, su andar pausado sin afectacion y vestia con decencia; amaba la religion sin fanatismo, y practicaba la mejor de las virtudes con tal devocion que á veces pidió prestado lo que difícilmente podia pagar para socorrer á los necesitados, y cuando álguien lo censuraba por tanto desprendimiento, decia, «que querria poseer inagotables riquezas para no oir las quejas de la humanidad sin aliviarlas.» Tenia una memoria prodigiosa, leia con una entonacion y gusto sorprendentes y hemos oido á algunos que lo trataron con intimidad que poseía el don de la improvisacion de una manera maravillosa.»

      Tal era en efecto Plácido: examinando su Plegaria un filósofo aleman opina que no podia ménos de ser inocente porque, como dice el mismo poeta «entre Dios y la tumba no se miente.» Nosotros dudamos de esa inocencia y en honor al recuerdo de Plácido la rechazamos si por ella ha de entenderse no participacion en algun plan revolucionario: preferimos hallarlo delincuente12 aunque nunca digno de castigo; porque esa delincuencia no era más que noble aspiracion. Si lo habíamos colocado en el último escalon social ¿no era perdonable que aspirara á subir? Lo repetimos, es más grande culpable que inocente, y suponemos que en su Plegaria su pretendida inocencia encerraba una significacion más digna de la que se le atribuye. Pretendió luchar; pero tenia razon para emprender la lucha: esa es su inocencia.

      Tampoco creemos como la mayoría que su martirio, asesinato judicial como lo llama Thales Bernard (Revue des races latines) haya contribuido en nada para su popularidad: esta precedió al drama final y descansa en el verdadero mérito de sus obras: hemos recorrido las diversas opiniones emitidas sobre ese mérito. Nosotros sin incurrir en las exageraciones de Mathurin M. Ballou13 y otros que quieren hacerlo superior á Heredia, tampoco estarémos con los que afirman que su renombre procede de sus condiciones especiales. Creemos con Villaverde, que ha sido «el poeta de más estro de Cuba» y que de haberle igualado la instruccion nadie hubiera alcanzado más alto. Hay en sus obras un romance Jicotencal,14 que, como dice Suarez Romero en el prólogo á las obras de Palma puede sostener el paralelo con los mejores escritos hasta ahora en la lengua castellana» y junto á esta obra maestra no tenemos reparo en colocar su soneto Jesucristo en la cruz que por la sublimidad de imágenes y el sombrío terror que infunde no palideceria al lado de los mejores de su clase.

      Plácido cultivó diversos géneros sobresaliendo en el romance, en la oda y en la sátira. Poseedor en grado eminente de la facultad poética, estro, pocos tuvieron como él facilidad para enaltecer las cosas más triviales, depurándolas de las miserias que las deslucieran, y amoldando su pensamiento á todas las formas, escepto el drama y la epopeya, á no ser que su leyenda El hijo maldito15 se considere de este último género16. Decia, y así lo espresó en un ingenioso soneto, que tenia horror á los versos impuestos ú obligados; sin embargo, su triste situacion le hacia ahogar la espontaneidad y prodigar elogios y felicitaciones, raras veces dictadas por la admiracion, muchas por la gratitud y no pocas por la necesidad. Cuéntanse entre las primeras La Siempreviva á Martinez de la Rosa, Las flores del sepulcro á una dama de alto rango que le favorecia, y su oda A la Condesa de Merlin: entre los segundos la oda ya citada á Isabel II.

      Cultivó también la fábula, para narrar sus propias desventuras, de modo que ese género volvió con él á su primitivo destino: por ellas principalmente se ha dicho que la vida de Plácido son sus poesías: no habia leido ciertamente su apólogo La Palma y la malva, cierto crítico que pretende que los versos de Plácido «respiran libertad sin tinte de democracia.» Es verdad que, segun el mismo escritor, la conspiracion fué descubierta por una esclava del poeta.

      Tambien el amor suele ser objeto de los poemas de Plácido ¿quién lo cantó como él, y quién ménos apto que el ser entregado al amor sensual que mata al platónico?

      En cuanto al lenguage no cabe duda que contiene gravísimos lunares, no podia ser de otro modo, pero


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<p>9</p>

Puesto que aquí nada se ha escrito sobre el caso irémos á buscar al estrangero quien nos cuente la muerte de nuestro poeta: Mr. Jourdan, Paris 1863, la refiere del modo siguiente… «dióse entónces la señal, espesa nube salió de las bocas de fuego y envolvió á las víctimas, la sangre corria y dos ó tres agonizantes se retorcian en las convulsiones de la agonía, los soldados iban ya á romper filas, cuando del grupo de los ajusticiados un hombre se alza y clama con voz moribunda. Mundo, adios, no hay piedad para mí; soldados, aquí! Aquel desgraciado habia sido herido por una sola bala en la clavícula, una segunda descarga le dejó muerto. Era Plácido! y así pereció asesinado judicialmente el primer poeta de la raza hispano-americana. Por horrible que parezca esta historia es cierta, es justamente como lo contaba el pueblo: el episodio aunque no escrito era sobradamente conocido entre nosotros.

<p>10</p>

Improvisado en una romería: existe el árbol, que es un mango frondoso, y la fuente, á la entrada del valle del Yumurí.

<p>11</p>

Entre estos El Laberinto, de Madrid, número 20, tomo 1º fué de los primeros que publicaron sus últimos cantos. El Dr. Wurderman of Columbia South Carolina en sus «Notes on Cuba» hizo una coleccion y traduccion de Plácido, sobre la cual se escribió un juicio en London Quarterly Review for January 1848, este no se publicó y quedó inédito en la biblioteca de Howard College: al año siguiente tradujo sus versos el citado North American Review, Boston 1849, tomo 68. Además su muerte ha dado lugar á la novela El mulato Plácido ó el poeta mártir, y al cuadro dramático La muerte de Plácido por D. V. Tejera, representado en Nueva York en 1876.

<p>12</p>

Leido este manuscrito por algunos inteligentes amigos nos han hecho sobre este pasage observaciones que modificando nuestro dictámen, nos harian cambiar su redaccion, si no prefiriéramos presentar aquellas á la consideracion del lector: hé aquí algunos estractos de cartas que hemos recibido:

«Es mejor dar por sentado que no fué más que poeta, y nunca conspirador en ningun sentido: su culpabilidad, por grandes razones que tuviera para conspirar, puede no ser aceptable para muchos y escusar el hecho de su muerte como triste necesidad: me parece que lo más acertado es guardar silencio sobre ese punto. En todo lo demás de su obra estamos acordes.» (F. Valdés Aguirre, Habana 1868.) «Debe distinguirse la clase de inocencia de Plácido: él no aspiró al dominio de la clase de color sobre la blanca, que fué el crímen que le achacaron y aparece que fué aquel porque le mataron. Todas sus simpatias y relaciones eran con los blancos; él, como todos los criollos cubanos, sin distincion de razas, deseaba la revolucion que debia sacarle de la sugecion en que se veia aherrojado. De la culpa porque le mataron le creo pues inocente.» (C. Villaverde, Nueva York, carta al autor 1871.)

«No debe usted afirmar un hecho que el mismo poeta negaba al esclamar en el Adios á su lira Soy inocente. La posteridad conmovida ante el sublime canto del poeta al borde del sepulcro lo cree inocente, y es manchar su memoria afirmar que fué culpable cualquiera que sea el colorido que se pretenda dar al hecho á cuyo fin se sostiene que contribuyó poderosamente.» (Vidal Morales, carta, Habana 1876.)

«..... Usted ha interpretado dignamente á Plácido, respecto al carácter de sus versos; pero es preciso deslindar bien ese punto de la culpabilidad honorífica que le supone: creo que el erudito aleman tuvo razon en dar fé á su propia declaracion de inocencia.» (Suarez Romero, 1875.)

«..... Mis noticias conducen á dar por sentado que la muerte de Plácido fué un asesinato jurídico, si jurídico se puede llamar lo que hace una comision militar, aunque sea asesinato. A esa conclusion llegamos porque nos parece que la tal conspiracion no fué histórica, sino un fantasma creado (sobre una pequeña base cierta) por el miedo y el remordimiento, y exagerado por la maldad y toda la caterva de malas pasiones que se anidan en el corazon del hombre, y salen á causar estragos cuando se las deja sin freno. Además de eso Plácido, ni en lo que hubo de cierto tomó jamás la menor parte, sin que el soneto El Juramento y otras composiciones signifiquen nada para probar lo contrario… Nuestros datos son que Plácido murió inocente como dice el escritor francés que usted cita é impugna. Y en llamarle inocente de esto, además de tributar homenage á la verdad histórica, creo que se ensalza á la víctima..... La muerte de Plácido es un delito sobre la conciencia de los que la causaron. (J. I. Rodriguez, Washington, Nov. 1878.)

<p>13</p>

Gan-Eden or Pictures of Cuba, Boston, 1854. Tambien el Salas y Quiroga ya citado. Nuestro escritor, presbítero camagüeyano Fuentes y Betancourt en una luminosa tésis escrita, 1877, para incorporarse en la Universidad de Lima dice que quizás Plácido aventaje en inspiracion, espontaneidad y sonoridad métrica al mismo Heredia. Concepto semejante hallamos en una corta biografía que en 1873 publicó El Abolicionista, de Madrid.

<p>14</p>

Thales Bernard llama el Adios á mi lira la obra maestra de Plácido: es sin duda muy bella, y las circunstancias en que la escribió la hacen más apreciable, pero le superan en mérito literario el Jicotencal, Al Yamurí, los sonetos á Guillermo Tell, la Muerte de Gessler.

<p>15</p>

No debe llamársele poema bíblico, como lo hizo La Aurora: el asunto es puramente fantástico. Se publicó por separado en Matanzas 1843, Imprenta del Gobierno (El hijo de Maldicion) despues se insertó en sus posteriores ediciones.

<p>16</p>

Un biógrafo, Nueva York 1875, nos dice que principió un poema La toma de la Habana por los ingleses, que se estravió sin concluirse; tambien se perdió su poesía El eco de la gruta, 1834, que dedicó á Heredia entónces accidentalmente en Cuba; sin contar sus numerosas improvisaciones ya solo, ya en certámen con el popular José del Ocio, certámenes en que improvisaban alternativamente empezando cada cual su décima por el último verso de la de su competidor. ¡Y así divertian en banquetes y reuniones! Plácido desde su aurora tuvo renombre de repentista: se le solia dar pié forzados, á veces conteniendo un contrasentido para disolver ó una impropiedad que debia salvarse: de aqui sus décimas que concluyen Besar la cruz es pecado, La campanilla, de qué, La Virgen fué gran…» (La Guirnalda, Diciembre 30, 1872) Siempre salia airoso de estos esfuerzos intelectuales, por lo comun del género jocoso á que se prestaba su carácter jovial. ¡Cuán melancólica, sin embargo, cuán sentida, amarga y profunda, aquella improvisacion en el Festin Campestre de Iturrondo, 1834, es un arranque de dolor y de reconvencion contra la injusticia que lo humillaba: no la hemos leido: hemos oido hablar de ella al Sr. Bachiller que estuvo allí y que por entonces tambien escribia versos.