La alhambra; leyendas árabes. Fernández y González Manuel

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La alhambra; leyendas árabes - Fernández y González Manuel


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muger era Leila-Radhyah.

      V

      CELOS Y MISTERIO

      Era la media noche.

      El príncipe Mohammet velaba en su alto calabozo de la torre del Gallo de viento.

      La veleta rechinaba.

      Sin embargo, la lanza del caballero no se fijaba en ningun punto.

      El príncipe, para entretener su tristeza, leia los amores del poeta cordobés, Abu-Amar, que tenian mucha semejanza con los suyos.

      De tiempo en tiempo se asomaba á una ventana y miraba á un ángulo del patio á un ajimez donde se veia el reflejo de una luz y delante de aquel reflejo una sombra de muger.

      Pero una de las veces que el príncipe miró á aquel ajimez, le encontró oscuro.

      Pasó algun tiempo, y el ajimez permaneció abandonado.

      Al fin, vió luz en la galería inferior y aparecieron una muger que iba enteramente cubierta con un velo, acompañada de un anciano que la alumbraba con una lámpara.

      A pesar de ir tan cuidadosamente encubierta la dama, el príncipe la reconoció.

      – ¿A dónde irá á estas horas y acompañada de un viejo Bekralbayda? esclamó con celos y con rabia.

      La muger y el viejo atravesaron el patio y desaparecieron por otra parte de la galería.

      El príncipe continuó abstraido en la ventana.

      Poco despues se oyó un ligero ruido en la escalera de la torre.

      Luego la llave de los cerrojos de la compuerta.

      Al cabo la compuerta se alzó, y apareció una muger.

      Volvió á caer la compuerta y la muger quedó sola é inmóvil aunque estremecida delante del príncipe.

      El príncipe creyó reconocerla de nuevo y la arrancó el velo.

      No se habia engañado.

      Era Bekralbayda, pero de luto.

      A causa de la sencillez de su trage, estaba mas hermosa.

      El príncipe fué á arrojarse en sus brazos.

      – Detente, dijo ella, la desgracia nos separa.

      – ¡La desgracia! esclamó el príncipe.

      – Sí; tu padre no consiente en nuestra union.

      – ¡Ah! esclamó el príncipe; me habia olvidado, es verdad.

      – Y… ¿qué es verdad?

      – Tú no puedes ser mi esposa, porque…

      – ¿Por qué?

      – Yo te he visto perderte con mi padre en los bosques de los jardines.

      – ¿Y has creido acaso?

      – Yo sé que mi padre te ama.

      – Sí, es verdad; el rey Nazar me ama.

      – Cúmplase la voluntad de Dios.

      – Pero yo no he sido del rey Nazar.

      – ¡Ah! ¡tú me engañas!

      – Dios no ha permitido que yo sea del rey Nazar, porque no ha querido que se cometan dos crímenes.

      – ¡Dos crímenes!

      – Yo hubiera muerto de vergüenza y dolor si el rey Nazar me hubiera hecho suya por la violencia; y el rey Nazar haciéndome suya hubiera cometido un incesto.

      – ¡Un incesto!

      – Sí, ¿no vés mi luto?

      – ¡Ese luto!

      – Este luto es por mi madre.

      – ¡Por tu madre! ¿y quién es tu madre?

      – La sultana Wadah.

      – ¡La sultana Wadah! ¡la esposa de mi padre!

      – Sí.

      – ¿Eres acaso mi hermana?

      – No: Dios no lo ha querido.

      – ¿Pero si eres hija de la sultana Wadah…?

      – Yo habia nacido antes de que el rey Nazar conociese á mi madre.

      – ¡Ah! ¿y sabe el rey mi padre que tú eres hija de su esposa?

      – Sí.

      – ¡Ah! de modo que…

      – Sí… sí… el rey Nazar no me perseguirá mas; pero…

      – Te encerrará, te guardará, tendrá celos…

      – ¿Tendrá celos de tí?

      – ¡De mí! ¡Dios mio! yo sabia que mi padre te amaba, y aunque en los primeros momentos he tenido celos, despues estos celos me han horrorizado: mi padre es mi señor, yo soy su hijo y su siervo: él puede hacer de mí y de lo mio lo que mejor quiera: yo no puedo dejar de amarle y respetarle.

      – Por lo mismo, Mohammet, yo he aprovechado la buena voluntad de un wacir de tu padre que se ha brindado á traerme aquí.

      – ¿Y para qué vienes?

      – Para decirte que es necesario que me olvides.

      – ¿Me olvidarás tú?

      – ¡Ah! esclamó Bekralbayda.

      Y se echó á llorar.

      – Tu padre te tiene preso por mi amor: añadió la jóven.

      – Mi padre me matará quitándome tu amor: esclamó el príncipe.

      – Hemos nacido muy desgraciados.

      – Que se cumpla la voluntad de Dios.

      En aquel momento se oyeron en las escaleras pasos de muchos hombres armados.

      – ¡Oh! ¡Dios poderoso! esclamó el príncipe, viene gente á mi prision y es necesario que te ocultes.

      – ¡Que me oculte! ¿y dónde?

      – ¡Ah! es verdad, esclamó con desesperacion Mohammet, cúbrete con tu velo.

      Bekralbayda se cubrió precipitadamente.

      Poco despues se oyeron los cerrojos de la compuerta que se abrió.

      Apareció un walí, que se prosternó ante el príncipe.

      – ¿Qué quereis? le dijo este.

      – El poderoso y magnífico sultan tu padre me manda llevarte á su presencia con las personas que se encuentren contigo.

      – ¿Lo manda así el sultan?

      – Así lo manda.

      El príncipe se encaminó á las escaleras y las bajó resueltamente.

      Bekralbayda le siguió.

      Tras él iban el walí y los soldados silenciosos.

      Cuando estuvieron en la parte del alcázar habitada por el sultan Nazar, el walí abrió la puerta de una cámara donde dejó solos al príncipe y á Bekralbayda.

      VI

      MISTERIOS

      Aquella cámara era de las mas bellas del palacio del Gallo de viento.

      Un ancho divan de seda y una lámpara velada convidaban al reposo.

      Búcaros de flores se veian por todas partes.

      Braserillos de oro quemaban deliciosos perfumes.

      A lo lejos, entre el silencio, se oia una guzla á cuyo son cantaba una voz de muger una cancion de amores.

      El príncipe y Bekralbayda estaban de pié en medio de la cámara.

      Esperaban.

      Pero pasó el tiempo… mucho tiempo y nadie apareció.

      Bekralbayda


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