Cuentos de la Alhambra. Washington Irving
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Cuentos de la Alhambra
EL EDITOR
Si los Cuentos de la Alhambra han alcanzado tan buena acogida entre los ingleses y franceses, con mayor razon puede esperarse que la logren entre nosotros; porque enlazadas estas fábulas con las tradiciones y consejas populares del pais, es muy natural que produzcan aquel interes que inspiran al hombre de buen corazon las antiguallas de su patria, y la tierna memoria de los cuentos de la niñez.
Esta consideracion nos ha impulsado á dar á luz el presente tomito, como una muestra de la obra que con el mismo título y mayor estension acaba de escribir el célebre Washington Irving; y si el éxito nos diese motivo para juzgar que ha merecido el aprecio de los inteligentes, quizá pensaremos en publicar otra serie, y aun acaso todos los que restan del original.
El Viage
Conducido á España á impulsos de la curiosidad en la primavera de 1829, hice una escursion desde Sevilla á Granada en compañía de un amigo, agregado entonces á la embajada rusa en Madrid. Desde regiones muy distantes nos habia llevado el acaso al pais en que nos hallábamos reunidos, y la conformidad de nuestros gustos nos inspiró el deseo de recorrer juntos las románticas montañas de Andalucía. ¡Ojalá que si estas páginas llegan á sus manos en el pais adonde las obligaciones de su destino hayan podido conducirle, ya le hallen engolfado en la pompa tumultuosa de las córtes, ya meditando sobre las glorias mas efectivas de la naturaleza; le recuerden nuestra feliz peregrinacion y la memoria de un amigo, á quien ni el tiempo ni la distancia harán jamas olvidar su amabilidad y su mérito!
Antes de pasar adelante, no será inoportuno presentar algunas observaciones preliminares sobre el aspecto general de España, y el modo de viajar por aquel pais. En las provincias centrales, al atravesar el viagero inmensos campos de trigo, ora verdes y undosos, ya rubios como el oro, ya secos y abrasados por el sol; buscará en vano la mano que los ha cultivado, hasta que al fin divisará, sobre la cima de un monte escarpado, un lugar con fortificaciones moriscas medio arruinadas, ó alguna torre que sirviera de asilo á los habitantes durante las guerras civiles, ó en las invasiones de los moros. La costumbre de reunirse para protegerse mútuamente en los peligros, existe aun entre los labradores españoles, merced á la rapiña de los ladrones que infestan los caminos.
La mayor parte de España se halla desnuda del rico atavío de los bosques y las selvas, y de las gracias mas risueñas del cultivo; pero sus paisages tienen un carácter de grandeza que compensa lo que les falta bajo otros respetos: hállanse en ellos algunas de las cualidades de sus habitantes, y de ahí es que yo concibo mejor al duro, indomable y frugal español despues que he visto su pais.
Los sencillos y severos rasgos de los paisages españoles tienen una sublimidad que no puede desconocerse. Las inmensas llanuras de las Castillas y de la Mancha, estendiéndose hasta perderse de vista, adquieren cierto interes con su estension y uniformidad, y causan una impresion análoga á la que produce la vista del océano. Recorriendo aquellas soledades sin límites visibles, suele descubrirse de cuando en cuando un rebaño apacentado por un pastor inmóvil como una estátua, con su baston herrado en la mano á guisa de lanza; una recua de mulos que cruzan pausadamente el desierto, cual atraviesan las carabanas de camellos los arenales de la Arabia; ó bien un zagal que camina solo con su cuchillo y carabina.
Los peligros de los caminos dan ocasion á un modo de viajar que presenta en escala menor las carabanas del oriente: los arrieros parten en gran número y bien armados á dias señalados, y los viageros que accidentalmente se les reunen aumentan sus fuerzas.
El arriero español posee un caudal inagotable de canciones y romances con que aligera sus continuas fatigas. La música de estos cantos populares es sobremanera sencilla, pues que se reduce á un corto número de notas, y las letras por lo comun son algunos romances antiguos sobre los moros, endechas amorosas, y con mayor frecuencia romances en que se refieren los hechos de algun famoso contrabandista; y sucede no pocas veces, que tanto la música como la letra es improvisado, y se refiere á una escena local ó á algun incidente del viage. Este talento de improvisacion, tan comun en aquel pais, parece se ha trasmitido de los árabes, y es fuerza convenir en que aquellos cantos de tan fácil melodía producen una sensacion sumamente deliciosa cuando se oyen en medio de los campos salvages y solitarios que celebran, y acompañados por el argentino sonido de las campanillas de las mulas.
No es posible imaginarse cosa mas pintoresca que el encuentro de una recua de mulas en el tránsito de aquellos montes. Oireis ante todo las campanillas de la delantera, cuyo sonido repetido y monótono rompe el silencio de las alturas aéreas, y tal vez la voz de un arriero que llama á su deber á alguna bestia tarda ó descaminada, ó que canta con toda la fuerza de sus pulmones un antiguo romance nacional. Al cabo de rato descubrís las mulas que pasan lentamente los desfiladeros, ya bajando una pendiente tan rápida y elevada, que las vereis como designadas de relieve sobre el fondo azul del cielo, ya avanzando trabajosamente al traves de los barrancos que están á vuestros pies. Á medida que se aproximan distinguís sus adornos de color brillante, sus arreos bordados, sus plumages; y cuando ya están mas cerca, el trabuco, siempre cargado, que cuelga detras de los fardos como una advertencia de los peligros del camino.
El antiguo reino de Granada, en el que íbamos á entrar, es uno de los paises mas montuosos de España. Sierras vastas ó cadenas de montes desnudos de árboles y de maleza, y abigarrados de canteras de mármol y de granito de diversos colores, levantan sus peladas crestas en medio de un cielo de azul oscuro; mas en su seno están ocultos algunos valles fértiles y frondosos, y el desierto cede el lugar al cultivo, que fuerza á las rocas mas áridas á producir el naranjo, la higuera y el limonero, y á engalanarse con las flores del mirto y el rosal.
En las gargantas mas salvages de aquellos montes se encuentran varios lugarejos murados, construidos á manera de nidos de águilas en las cimas de los precipicios, y algunas torres derruidas, colgadas por decirlo así sobre los picos mas elevados, recordando los tiempos caballerescos, las guerras de moros y cristianos, y la lucha romántica que precedió á la toma de Granada. Al transitar el viagero por aquellas altas cordilleras, se ve á cada paso precisado á echar pie á tierra, y conducir el caballo de la brida para subir y bajar por algunas sendas ásperas y angostas, semejantes á escaleras arruinadas. Algunas veces corre el camino á orillas de precipicios espantosos, de que ningun parapeto os defiende; otras se sumerge en una pendiente rápida y peligrosa que se pierde en una oscura profundidad, ó pasa por entre barrancos formados por los torrentes del invierno, y que sirven de guarida á los malhechores. Descúbrese de cuando en cuando una cruz de funesto presagio; y este monumento del robo y del asesinato, erigido sobre un monton de piedras á la orilla del camino, advierte al caminante que se halla en un parage frecuentado por los bandidos, y que quizá entonces mismo le acecha en emboscada alguno de aquellos malvados. Muchas veces sorprendido el caminante en el recodo de un valle sombrío por un bramido ronco y espantoso, levanta la cabeza, y en una de las frondosas quebradas del monte descubre una manada de fieros toros andaluces destinados á los combates del circo. Nada mas imponente que el aspecto de aquellos brutos terribles, errantes en su terreno nativo con toda la fuerza que les da la naturaleza: indómitos y casi estraños al hombre, solo conocen al pastor que los guarda, y que no siempre se atreve á aproximárseles; el mugido de estos animales, y los amenazantes ojos con que miran hácia abajo desde sus elevadas praderas, añaden todavía espresion al aspecto salvage de la escena.
El 1º de mayo salimos mi compañero y yo de Sevilla para Granada, y como conocíamos el pais que íbamos á recorrer, y lo incómodo y poco seguro de los caminos, enviamos delante con arrieros los efectos de mas valor, y llevábamos únicamente nuestros vestidos y el dinero necesario para el viage, con un aumento destinado á satisfacer á los bandoleros, caso de vernos atacados, y libertarnos así del mal trato á que se ven espuestos los viageros muy avaros ó muy pobres. Sabíamos tambien que no debe confiarse en la despensa de las posadas, y que habíamos de cruzar largos espacios inhabitados; y con este conocimiento tomamos las precauciones convenientes para asegurar nuestra subsistencia, y alquilamos dos caballos para nosotros, y otro para que llevase nuestro corto equipage y á un robusto vizcaino, que debia guiarnos en el laberinto de aquellas montañas, cuidar de las caballerías, y en fin, servirnos en la ocasion, ya de ayuda de cámara, ya de guarda. Habíase este prevenido de un formidable trabuco para defendernos, segun decia contra los rateros: sus fanfarronadas sobre esta arma no tenian término; mas sin