Cuentos de la Alhambra. Washington Irving

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Cuentos de la Alhambra - Washington Irving


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nos dijo al oido que aquel personage era D. Alfonso Gutierrez, el héroe y campeon de Loja, célebre por su fuerza prodigiosa, y por las muchas hazañas con que se señaló en tiempo de la invasion francesa. Con efecto, su lenguage y singulares maneras me divertian estraordinariamente; porque nuestro hombre era un verdadero andaluz, cuya jactancia igualaba cuando menos á su bravura. Iba siempre cargado con su sable como una niña con la muñeca; tan pronto le tenia en la mano como bajo el brazo, llamábale su santa Teresa, y solia decir: «Cuando le saco tiembla la tierra.»

      Estuvimos hasta muy tarde oyendo las conversaciones de tan diversos personages, que platicaban juntos con toda la franqueza de una posada española. Oimos cantares de contrabandistas, historias de ladrones, antiguos romances moriscos, y por fin de fiesta, nuestra bella huéspeda cantó los infiernos, ó las regiones infernales de Loja, que son unas cavernas sombrías, por donde corren y se precipitan con espantoso estruendo rios y cascadas subterráneas. El vulgo cree que desde tiempo de los moros, cuyos reyes tenian sus tesoros en estas cuevas, habitan en ellas monederos falsos.

      No seria difícil llenar estas páginas de incidentes de nuestra espedicion; pero me llaman otros objetos. Viajando de este modo, Salimos en fin de los montes para entrar en la hermosa vega de Granada. Sentámonos á la orilla de un riachuelo sombreado de frondosos olivos, y allí hicimos nuestra última comida á campo raso, teniendo á la vista la antigua capital del postrer reino musulman en España. Las altas torres de la Alhambra comunicaban á la ciudad un interes irresistible, al paso que la Sierra-Nevada descollaba por encima de los edificios á manera de una corona de plata. Brillaba el dia puro y despejado, y la fresca brisa de los montes templaba los ardores del sol. Cuando hubimos comido tendimos las capas, y disfrutamos por última vez del placer de dormir sobre el césped, halagados por el blando susurro de las abejas que vagan de flor en flor, y el tierno arrullo de las tórtolas que posan en los olivos. Pasadas las horas del calor volvimos á emprender la marcha, y despues de haber caminado entre vallados de aloes y bananos, y atravesado una multitud de jardines, llegamos á la que anochecia á las puertas de Granada.

      Á los ojos del viagero que se halle poseido de un sentimiento de predileccion hácia la histórica y poética Alhambra de Granada, es este monumento tan venerable como para los peregrinos musulmanes la Kaaba ó casa sagrada de Mahoma. ¡Cuántas leyendas y tradiciones verdaderas ó fabulosas, cuántos cantares, cuántos romances amorosos ó heroicos, españoles ó árabes tienen por objeto este edificio encantado! ¡Figúrese pues el lector cuál seria nuestro alborozo, cuando á poco de haber llegado á Granada, nos permitió el gobernador de la Alhambra que habitásemos los aposentos que tenia desocupados en aquel palacio de los reyes moros! Los siguientes rasgos son el fruto de mis investigaciones y meditacion durante esta deliciosa permanencia; y si pudiesen comunicar á la imaginacion del lector una parte del misterioso interes que inspiran los sitios donde fueron trazados, yo sé que habia de lastimarse de no haber pasado un verano conmigo en aquellos salones de la Alhambra, tan fecundos en memorias maravillosas.

      Gobierno de la Alhambra

      Es la Alhambra una fortaleza antigua, ó un palacio fortificado, desde cuya morada dominaban los reyes moros de Granada su ponderado paraiso terrenal, y en donde estuvo la última silla de su imperio en España. El palacio forma solo una parte de la fortaleza, cuyas almenadas murallas se estienden en direccion irregular en derredor de la cresta de una elevada colina que se desprende de la cadena de montes nevados y domina la ciudad. En tiempo de los moros podia esta fortaleza contener en su recinto un egército de cuarenta mil hombres, y no pocas veces sirvió á los soberanos de asilo contra sus vasallos sublevados. Despues de haber pasado el reino á manos de los cristianos, siguió la Alhambra siendo una morada real, y la habitaron algunas veces los monarcas castellanos. Cárlos V comenzó á levantar un palacio dentro de sus muros; mas los repetidos terremotos no dejaron llevar adelante esta empresa. Los últimos reyes que habitaron este edificio, fueron Felipe V y su esposa la reina Isabel de Parma, al principio del siglo diez y ocho.

      Hiciéronse grandes preparativos para recibirlos, se reparó el palacio y los jardines, y se construyeron nuevas habitaciones, que fueron ricamente adornadas por artistas italianos. Mas á pesar de todo, despues de la mansion pasagera de estos príncipes, la Alhambra quedó de nuevo desierta y desolada, si bien se conservaba siempre en ella un estado militar y guarnicion bastante numerosa. El gobernador era nombrado directamente por el rey, y su jurisdiccion se estendia hasta los arrabales de la ciudad, sin ninguna dependencia del capitan general de Granada. Habitaba la parte que corresponde á la fachada del antiguo palacio, y jamas bajaba á Granada sin algun aparato militar. La fortaleza era en efecto una pequeña ciudad, pues que contenia muchas calles, un convento de franciscos y una iglesia parroquial.

      Pero el abandono de la córte fue un golpe fatal para la Alhambra: sus hermosas salas fueron deteriorándose de dia en dia, quedando muchas del todo arruinadas; destruyéronse los jardines, y las fuentes cesaron de correr. Un enjambre de vagabundos se fue apoderando poco á poco de las partes desiertas de los edificios; los contrabandistas se aprovechaban de la independencia de su jurisdiccion para seguir con seguridad sus criminales operaciones; los ladrones, los pícaros de todas clases se refugiaban en su recinto, y dirigian desde allí sus tiros sobre Granada y sus inmediaciones. Por fin, puso el gobierno la mano, y desapareció este desórden: la plaza fue enteramente purificada, quedando solo en ella aquellos moradores de notoria honradez, y cuyo derecho de residencia era incontestable; demoliéronse la mayor parte de las casas, y únicamente se conservó una pequeña aldea, el convento y la parroquia. Durante las últimas guerras de la península, habiendo ocupado los franceses á Granada, pusieron una guarnicion en la Alhambra: alojóse el comandante en el palacio, y este monumento de la grandeza y de la elegancia de los moros, se salvó entonces de una completa devastacion por efecto de aquel gusto ilustrado que distingue á la nacion francesa. Se repararon los techos, y lo que quedaba de las salas y las galerías fue puesto á cubierto de la injuria del tiempo; se cultivaron los jardines, pusiéronse corrientes los conductos del agua, y volvió á saltar esta en medio de las flores: de modo que España debe á sus invasores la conservacion del mas hermoso y mas interesante de sus monumentos históricos.

      Antes de evacuar la fortaleza, volaron los franceses muchas torres de la muralla esterior é inutilizaron las fortificaciones; y como desde entonces no existe ya la importancia militar de esta plaza, su guarnicion consiste únicamente en algunos inválidos, cuyo principal servicio está reducido á guardar las torres esteriores, que suelen servir para prision de reos de estado. El mismo gobernador ha abandonado ya las alturas de la Alhambra y vive en el centro de Granada, en donde le es mucho mas fácil comunicarse con el gobierno.

      No puedo terminar esta breve noticia sin dar testimonio de la exactitud y laudable celo con que el actual comandante de la Alhambra D. Francisco de la Serna, llena los deberes de su destino, y emplea los cortos recursos de que puede disponer en reparar las ruinas del palacio, y retardar por medio de sabias precauciones una ruina que por desgracia es sobrado cierta. Si hubiesen hecho otro tanto sus predecesores, este monumento conservaria aun casi toda su belleza primitiva, y si el gobierno ausiliase los buenos deseos de este benemérito oficial, aquellos preciosos vestigios adornarian aun el pais por largo tiempo, y de todos los puntos de la tierra conducirian á él á los curiosos ilustrados.

      Interior de la Alhambra

      Son tantas y tan minuciosas las descripciones que se han hecho de la Alhambra, que sin duda bastarán algunos rasgos generales para refrescar la memoria del lector. Voy pues á referir sucintamente la visita que hicimos á este monumento la mañana inmediata á nuestra llegada á Granada.

      Habiendo salido del meson de la Espada, en donde parábamos, atravesamos la célebre plaza de Vivarrambla, teatro en otros tiempos de justas y torneos, y trasformada ahora en mercado muy concurrido. De allí pasamos al Zacatin, cuya calle principal era en tiempo de los moros un gran mercado: sus pequeñas tiendas y angostos soportales conservan aun el carácter oriental. Despues de haber cruzado la plaza donde se halla el palacio del capitan general, subimos una calle tortuosa y no muy ancha, cuyo nombre recuerda los dias caballerescos de Granada; á saber, la calle de los Gomeles, así llamada de una tribu famosa en las crónicas y en los romances, la cual conduce á una puerta de arquitectura griega, edificada por Cárlos V, que da entrada á los dominios de la Alhambra.

      Dos


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