Volando Con Jessica. Giovanni Odino

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Volando Con Jessica - Giovanni  Odino


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los medios de vuelo.

      —Entiendo. Sabe, comandante, tengo una finca en Gattinara. Se encuentra en el norte, en las primeras montañas. La carretera acaba allí, y no hay tráfico. Está rodeada de árboles, pero en el interior hay una pradera enorme donde se podría aterrizar y despegar. Además del edificio principal hay otro, que se usa como taller para el coche y otros aparatos. Tiene un portón muy grande.

      Este abogado ya ha pensado cómo actuar. No es el típico adinerado que busca cómo divertirse.

      —¿Quién frecuenta la finca? —pregunto.

      —Pregunta acertada. A parte de nosotros, solo los cuidadores: los De Prà. Viven en Sostegno, un pueblo cercano, y normalmente no duermen en la villa. Trabajan para mí desde hace veinte años y sé cómo volverlos ciegos, sordos y mudos.

      —¿Como los monitos?

      El abogado me mira y sonríe.

      —Ha entendido perfectamente. Los puede considerar seguros.

      —¿Y cuál sería la razón de todo esto? ¿Por qué un helicóptero fantasma?

      —Se lo diré solo cuando haya aceptado.

      —¿Yo estaría implicado después del ensamblaje del helicóptero?

      —No. Bueno, rectifico: a lo mejor. Le resumo lo que necesito: la construcción, las pruebas y la formación. Además deberá enseñarnos a gestionarlo en todo lo relativo al combustible, la manutención y todo lo necesario. Después, en caso de que necesitemos ayuda, valoraremos juntos la modalidad de ejecución.

      Todavía no ha hablado de dinero. No acepto ni rechazo nada antes de conocer las posibles ganancias. Decido solicitar otros datos.

      —Se podría intentar —comento sin exponerme demasiado.

      El abogado se levanta de la silla y abre la puerta del mueble bar de estilo de los años treinta cercano a la zona donde nos encontramos.

      —¿Qué puedo ofrecerle, comandante? Hay ron y whisky. Si quiere otra cosa se lo pueden traer. También tengo cigarros y algunas marcas de cigarrillos. Hice instalar un buen sistema de ventilación en este estudio.

      —Gracias, no fumo, pero tomaré un poco de whisky.... veo la etiqueta del MacAllan.

      —Buena elección, tiene veinticinco años. Me uno a usted.

      El abogado vierte el destilado llenando dos vasos grandes hasta la mitad.

      —¿Hielo? —pregunta.

      —No. Me gusta solo.

      —Igual que a mí.

      Me da uno de los vasos y vuelve a sentarse.

      Bebe un sorbo. Lo saborea.

      —Comandante, ¿cuánto cree que costará? —bebe otro sorbo.

      Hago un cálculo rápido de lo que podría costar. Decido ser lo más claro y directo posible. No quiero malentendidos. Quiere algo demasiado fuera de lo común como para no querer pagar lo que sea que cueste.

      —Solo el coste de los componentes, excluido el montaje, debería estar alrededor de un millón y medio de euros. Tenga en cuenta que un aparato similar, nuevo, costaría más o menos lo mismo. Reconstruirlo comprando las piezas separadas es más caro. Digo un millón y medio porque espero poder comprar piezas usadas o reacondicionadas para no llegar a una cifra exorbitante —hago una pausa para dar tiempo a una reacción que no llega—. Si lo quisiera de segunda mano, y pudiéramos comprarlo por una vía normal, en perfecto estado, no costaría más de la mitad, pero la exigencia de que todo se haga en secreto aumenta el precio. La gente sabe muy bien cuándo puede sacar provecho. Los componentes, nuevos o usados, tendremos que comprarlos fuera de canales oficiales o sacarlos de las fábricas por vías alternativas —otra interrupción y ninguna reacción. Solo una invitación implícita a que siga—. A parte de todo esto, habrá otros gastos para ensamblar todo por personas cualificadas y que sean de confianza. Necesitaré ayuda para la búsqueda del material y para el trabajo técnico. Tengo en mente otras dos personas, a parte de mí, que podrían ayudar y que tienen las competencias necesarias. Como comprenderá, las dos condiciones deben cumplirse. Digamos que, para pagarlos a ellos, serían cincuenta mil para cada uno. A fin de cuentas ponen en riesgo su carrera.

      —Un millón ochocientos mil —finalmente se decide a intervenir el abogado —. Falta su retribución.

      —Inicialmente deberemos realizar la instrucción con un helicóptero más pequeño y más fácil —digo, retomando la palabra y dejando para más tarde mi sueldo—. Puedo organizar los vuelos sin que otros lo sepan, con un aparato de la escuela en la que trabajo como instructor de vuelo. Solo después de haber aprendido bien las maniobras básicas podremos empezar a practicar con el helicóptero en cuestión, que entretanto debería estar listo. Para la formación de vuelo serán alrededor de cincuenta mil para la escuela. El secreto encarece todo.

      —Y estamos en un millón novecientos mil. Y todavía falta su sueldo.

      Decido apuntar alto. No me siento capaz de realizar y organizar todo lo que me está pidiendo.

      —Doscientos cincuenta mil. Cincuenta para sellar el acuerdo y después cincuenta cada tres meses. Todo entre nosotros, claro. Los pagos de los colaboradores, y el mío, deben comprender el coste neto de todos los gastos de cualquier tipo: viajes, comidas y exigencias varias. Estos costes y las adquisiciones las pagará, siempre que sea posible, por adelantado. Hará falta casi un año, pero sobre esto no quiero comprometerme; podríamos necesitar más tiempo.

      —Por supuesto —confirma el abogado—. Estamos de acuerdo. Son dos millones cincuenta mil. Al final tendré un helicóptero de segunda mano encarecido más del cincuenta por ciento. Con todos los servicios incluidos me parece razonable. Sobre una eventual colaboración posterior hablaremos más tarde.

      —Llegaremos a un acuerdo, pero me gustaría hablar de ello después de haber terminado esta primera fase. Será muy dura, créame.

      —No me ha dicho en qué tipo de helicóptero está pensando.

      —Hay muchos, pero el más idóneo para sus exigencias es el Hughes 500. La razón es que, como no consta de elementos hidráulicos, su construcción es relativamente más sencilla que otros modelos. Por otro lado, las personas que deberían ayudarme lo conocen bien, tanto para encontrar las piezas como para montarlo.

      —No sé cuál es. ¿Es frecuente verlo?

      —Diría que sí. Es ese que tiene forma de huevo y que a veces se ve en televisión con la insignia y los colores de la Guardia di Finanza.

      —Ah, ¿sí? ¿De la Guardia di Finanza? Perfecto para perseguir a los evasores fiscales. —El abogado suelta una carcajada con su propio chiste irresistible. A mí no me parece tan gracioso.

      —Todavía me tiene que explicar qué quiere hacer con él —le pregunto, alarmado por ese comentario.

      —No es importante que usted lo sepa, ¿no le parece? Así su responsabilidad termina en la construcción —me responde.

      Tiene razón. En definitivas cuentas, solo me ha pedido hacer algo que, como mucho, supondrá una multa y perder la licencia de vuelo. Pero a mi edad, con una cuenta bancaria bien llena podría dejar de volar.

      —Hay otra cosa —continúo.

      —Le escucho.

      —El acuerdo será válido solo si estoy seguro de que mis compañeros me ayudarán. Sin ellos no podré llevar a cabo el trabajo ni garantizar el resultado.

      —Me parece bien. Y si me lo permite, comandante, puedo ayudarle a preparar un argumento que podría ayudarle a convencerlos.

      El abogado levanta un brazo y el mayordomo, o guardaespaldas, aparece en la puerta.

      ¡Demonios! ¡El mayordomo está controlando todo! En algún sitio tiene que haber una cámara escondida. En vez de tener botones de alarma, si alguno levanta


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