El Observador. La Solución Al Génesis. Alberto Canen

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El Observador. La Solución Al Génesis - Alberto Canen


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descubrimientos se han iniciado con esa simple frase: “¿Y si…?”.

      Y sí, intentemos enfocar el tema desde esa perspectiva, ¿total?... ¿qué podríamos perder?...

      

      

      Por supuesto, debo aclarar en este punto que yo creo en Dios. Creo que Dios ha creado todo. Soy, lo que se llama, un creyente.

      Filosóficamente me inclino más hacia el lado hinduista-budista, que hacia el católico-judío-musulmán, pero como el Dios es el mismo en ambos casos, no veo conflicto en leer los libros sagrados de ambas religiones, y analizar lo que Dios le ha dicho a los hombres, sean estos de la Mesopotamia, o del valle del Indo.

      

      

      Bien, vayamos entonces, a ver, que nos ha dicho Dios.

      

      Chapter 3

       2

      MILES DE MILLONES

      

      

      

      

      Primero, reflexionemos sobre los “nunca bien ponderados” siete días.

      Por supuesto, los siete días bíblicos debían tener algún tipo de explicación -pensé-, y me aboqué a resolverlo.

      Lo primero que se me ocurrió fue que si Dios era infinito, posiblemente, un día de Dios podría durar mil millones de años, por lo que siete días de Dios bien podrían ser seis mil millones de años. Ustedes dirán ¿por qué seis mil millones de años? Bueno, porque actualmente se calcula, que desde la nebulosa original al presente han transcurrido seis mil millones de años, y cuatro mil seiscientos millones de años desde la consolidación de la Tierra.

      

      

      Aunque Occidente no ha manejado cifras importantes -y al decir cifras importantes me refiero a guarismos tan grandes como de miles de millones de años- en sus mitologías, puede ser interesante observar que en India -para la época en que se escribió el Génesis- ya estaban acostumbrados a pensar números de esa magnitud.

      Por ejemplo: según las escrituras védicas [4], los cuatro yugás (eras) forman un ciclo de 4.320.000 años (un Majá-yugá, o ‘gran era’), que se repite una y otra vez. La primera es la Satyá-yugá o ‘era de la verdad’ de 1.728.000 años de duración. En la que el promedio de vida de una persona era de 100.000 años. Es la Era de Oro, según otra clasificación.

      Luego, adviene la Duapára-yugá o ‘segunda era’ que abarca unos 1.296.000 años. Con un promedio de vida de 10.000 años; también denominada Era de Plata.

      La ‘tercera era’, Treta-yugá duró unos 864.000 años; en ella el promedio de vida que tenía un hombre era de 1.000 años; también es conocida como Era de Bronce (aunque no se pretende que coincida con la Edad de Bronce en la India).

      Finalmente, Kali-yugá o ‘era de riña’ de 432.000 años de extensión donde el promedio de vida de un ser humano era de 100 años (al comienzo de ella, hace 5100 años). Denominada Era de Hierro (tampoco se pretende que coincida con la Edad de Hierro en la India).

      

      

      Interesante, muy interesante.

      

      

      Hasta aquí no encontré inconvenientes en sopesar los “siete días”.

      Si uno cree en Dios, lo normal, a mi entender, sería creer que es infinito, por lo que la relación miles o millones de años-días de Dios no me ha generado ningún conflicto.

      

      

      Sigamos.

      Analicemos ahora la explicación que nos brinda la ciencia acerca del nacimiento del Sistema Solar y de nuestro planeta Tierra para, de esta manera, luego poder compararla con el texto del Génesis.

      

      

      Los invito a situarnos en el lugar y en el tiempo.

      Vayamos hasta ese momento en el que todo se inició en nuestro pequeño rincón del universo.

      

      

      Hace seis mil millones de años, una nube de gas y polvo estelar -lo que se denomina una nebulosa planetaria-, flota a la deriva en el espacio.

      Esta nebulosa, esta nube de polvo y gas estelar es el producto residual de una estrella, que luego de su muerte como supernova [5] (estrella que explota en su muerte, su estadío final) esparce en el espacio los materiales que ha producido en su interior a partir de elementos más simples.

      Los elementos creados en ese horno estelar -ahora más complejos- componen esta enorme nube de polvo, hielo y gas que flota plácidamente a la deriva. Nuestra nebulosa local.

      El fenómeno de la explosión de una supernova es similar al de la explosión de una Nova, pero con la diferencia sustancial que, en el primer caso, las energías en juego son un millón de veces superiores. Cuando se produce un acontecimiento catastrófico de este tipo, los astrónomos ven encenderse de improviso en el cielo una estrella que puede alcanzar magnitudes aparentes de -6m o más.

      La explosión de una supernova es un fenómeno relativamente raro. De todos modos tenemos testimonios de hechos de este tipo: en 1054, se encendió una estrella en la constelación de Tauro, cuyos restos aún pueden observarse bajo la forma de la espléndida Crab Nebula; en 1572, el gran astrónomo Tycho de Brahe observó una supernova brillando en la constelación de Casiopea; en 1640, un fenómeno análogo fue contemplado por Kepler. Todas éstas son apariciones de supernovas que estallaron en nuestra Galaxia.

      Hoy se calcula que cada galaxia produce, en promedio, una supernova cada seis siglos. Una famosa supernova de una galaxia exterior es la aparecida en 1885 en Andrómeda.

      

      

      En determinado momento, esta calma, este flotar plácido, se ve alterado por la llegada de olas, olas-ondas de choque producidas posiblemente por la explosión de otra supernova, otra estrella que termina sus días en las cercanías.

      Estas ondas de choque, estas olas que impactan y sacuden a nuestra apacible nebulosa desencadenan en


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