Un Rastro de Muerte . Блейк Пирс
Читать онлайн книгу.Ella permaneció en trance, mirando por la ventana mucho después que madre e hija habían desaparecido de su vista.
Cuando finalmente despertó y volvió con el resto, la anciana de origen hispano se estaba marchando. El ladrón de carros había sido procesado. Un nuevo maleante, esposado e insolente, se había colocado junto a la ventanilla para ser fichado, mientras un alerta oficial uniformado permanecía junto a su codo izquierdo.
Echó un vistazo al reloj digital de pared ubicado encima de la máquina dispensadora de café. Marcaba las 4:22.
¿Realmente he estado parada junto a esa ventana por diez minutos enteros? Esto se pone peor, no mejor.
Regresó a su escritorio con la cabeza baja, tratando de no hacer contacto visual con ninguno de sus colegas. Se sentó y miró los legajos sobre su escritorio. El caso Martine casi estaba cerrado, solo esperaba por un aviso del fiscal para que ella pudiera ponerlo en el gabinete de —completo hasta el juicio”. El caso Sanders estaba en espera hasta que los criminalistas regresaran con su reporte preliminar. La División Rampart había pedido a la Pacific buscar a una prostituta llamada Roxie que había desaparecido del radar; un colega les había dicho que ella había comenzado a trabajar en Westside y tenían la esperanza de que alguien en su unidad pudiera confirmarlo para no tener que abrir un expediente.
Lo peculiar de los casos de personas desaparecidas, al menos las de adultos, era que no era un crimen desaparecer. La policía era más tolerante con los menores, dependiendo de la edad. Pero en general, no había nada que evitara que la gente simplemente abandonara sus vidas. Sucedía con más frecuencia de lo que la gente suponía. Sin alguna evidencia de algo turbio, los oficiales de la ley estaban limitados en lo que legalmente podían hacer para investigar. Debido a eso, casos como el de Roxie solían caer por entre las grietas.
Suspirando resignada, Keri se dio cuenta que exceptuando algo extraordinario, no había realmente razón alguna para quedarse después de las cinco.
Cerró sus ojos y se imaginó a sí misma, dentro de menos de una hora, relajándose en su casa bote, Sea Cups, sirviéndose tres dedos—okey, cuatro—de Glenlivet y poniéndose cómoda para un atardecer con sobras de comida china y capítulos repetidos de Scandal. Si esa terapia personalizada no encajaba, podía terminar en el diván de la Dra. Blanc, una opción poco atractiva.
Había comenzado a guardar sus archivos del día cuando Ray llegó y se dejó caer en la silla del enorme escritorio que compartían. Ray era oficialmente el Detective Raymond —Big” Sands, su pareja por ya casi un año y su amigo por cerca de siete.
Él realmente hacía honor a su apodo. Ray (Keri nunca lo llamaba —Big”—él no necesitaba un masaje de ego) era un hombre negro de un metro noventa y cinco, y 104 kilos, con una brillante calva, un diente inferior partido, una muy cuidada perilla, y una afición a vestir camisas demasiado pequeñas para él, solo para destacar su contextura.
Con cuarenta años, Ray aún lucía como el boxeador, medallista olímpico de bronce, que había sido a los veinte, y el contendor profesional de peso pesado, con un registro de 28-2-1, que había sido hasta la edad de veintiocho. Por entonces, un pequeño y zurdo contrincante, casi trece centímetros más bajo que él, le dejó sin ojo derecho por la vía de un gancho y le puso a su carrera un chirriante final. Utilizó un parche durante dos años, le resultó incómodo, y finalmente se colocó un ojo de vidrio, con el que de alguna manera le iba mejor.
Como Keri, Ray se unió a la Fuerza más tardíamente que la mayoría, cuando, comenzando sus treinta buscaba un nuevo propósito en su vida. Ascendió rápidamente y era ahora el detective senior en la Unidad de Personas Desaparecidas de la División Pacífico o UPD.
—Te ves como una mujer que sueña con olas y whisky —dijo.
—¿Tan obvio es? —preguntó Keri.
—Soy un buen detective. Mis poderes de observación son inigualables. Además, hoy ya mencionaste dos veces tus excitantes planes vespertinos.
—¿Qué puedo decir? Me gusta perseguir mis objetivos, Raymond.
Él sonrió, con su ojo bueno mostrando una calidez que su defecto físico ocultaba. Keri era la única a la que permitía llamarle por su nombre propio. A ella le gustaba mezclarlo con otros títulos, menos lisonjeros. Con frecuencia él hacía lo mismo con respecto a ella.
—Escucha, Pequeña Señorita Sunshine, puede que estés mejor invirtiendo los últimos minutos de tu turno chequeando a los criminalistas acerca del caso Sanders en lugar de soñar despierta con beber despierta.
—¿Beber despierta? —dijo ella, simulando estar ofendida— No es beber despierta si empiezo después de las cinco, Gigantor.
Ya iba él a responderle cuando el teléfono sonó. Keri tomó la llamada antes de que Ray pudiera decir algo y ella, juguetona, le sacó la lengua.
—División Pacífico Personas Desaparecidas. Detective Locke al habla.
Ray se puso a la escucha también pero sin hablar.
La mujer que llamaba sonaba joven, alrededor de treinta años, más o menos. Antes de que ella dijera siquiera por qué estaba llamando, Keri notó la preocupación en su voz.
—Mi nombre es Mia Penn. Vivo en la Avenida Dell en los Canales de Venice. Estoy preocupada por mi hija, Ashley. Ella debería haber llegado a casa desde la escuela a las tres treinta. Sabía que la iba a llevar a una cita con el dentista a las cuatro cuarenta y cinco. Me escribió un mensaje de texto justo antes de dejar la escuela a las tres pero no está aquí y no responde ninguna de mis llamadas o textos. Ella no es para nada así. Es muy responsable.
—Sra. Penn, ¿acostumbra Ashley a conducir o caminar hasta la casa? —preguntó Keri.
—Viene a pie. Ella está solo en décimo grado, tiene quince. Ni siquiera ha comenzado las clases de conducir.
Keri miró a Ray. Sabía lo que él iba a decir y ella misma no tenía argumentos para contradecirlo. Pero algo en el tono de Mia Penn la capturó. Podía decir que la mujer apenas podía mantener el control. Había pánico bajo la superficie. Quiso pedirle a él que se saltaran el protocolo pero no podía esgrimir ninguna razón creíble para hacerlo.
—Sra. Penn, habla el Detective Ray Sands. Estoy escuchándola por la extensión. Quiero que respire profundamente y luego me diga si su hija ha llegado tarde a casa alguna vez.
Mia Penn replicó al punto, haciendo a un lado la sugerencia de respirar mejor.
—Por supuesto —admitió, tratando de ocultar la exasperación en su voz—. Como dije, ella tiene quince. Pero siempre ha enviado mensajes de texto o ha llamado si se va a retrasar más de una hora. Y nunca se retrasa cuando tenemos planes.
Ray respondió sin dirigir la vista a Keri, porque sabía que ella lo miraría con desaprobación.
—Sra. Penn, oficialmente, su hija es menor de edad y las normas con respecto a personas desaparecidas no se aplican igual que como sucede con un adulto. Tenemos una autoridad más amplia para investigar. Pero hablándole honestamente, una adolescente que no esté respondiendo a los mensajes de texto de su madre y no haya llegado a casa menos de dos horas después de la salida de la escuela, no va a disparar el tipo de respuesta inmediata que usted espera. En este punto no hay mucho que podamos hacer. En una situación como esta, lo mejor que puede hacer es acercarse a la estación y llenar un reporte. Eso es algo que debe hacer. No hay problema con eso y podría acelerar las cosas si necesitamos desplegar recursos.
Hubo una larga pausa antes de que Mia Penn respondiera. El tono de su voz se volvió cortante.
—¿Cuánto tiempo tengo que esperar para que usted —despliegue”, Detective? —preguntó ella— ¿Son dos horas más que suficiente? ¿Tengo que esperar hasta que oscurezca? ¿Hasta mañana en la mañana? Apuesto a que si yo fuera...
Cualquier cosa que Mia Penn estaba a punto de decir, se lo calló, como si supiera que cualquier cosa que añadiera sería contraproducente. Ray iba a responder