Un Rastro de Muerte . Блейк Пирс

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Un Rastro de Muerte  - Блейк Пирс


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está en mi camino a casa. Deme su dirección de correo electrónico. Le enviaré una forma de personas desaparecidas. Puede empezar a rellenarla y yo pasaré para ayudarla a completarla y agilizar su ingreso en el sistema. ¿Qué tal le suena eso?

      —Suena bien, Detective Locke. Gracias.

      —No hay problema. Y bueno, quizás Ashley ya esté en casa para cuando yo llegue allá y yo pueda darle un sermón sobre mantener a su mamá informada —sin costo alguno.

      Keri tomó el bolso y las llaves, preparándose para ir a la casa de los Penn.

      Ray no había dicho una palabra desde que colgaron. Ella sabía que él se estaba agitando silenciosamente pero evitó levantar la vista. Si sus miradas se cruzaban, sería ella la que recibiría el sermón y no estaba de humor.

      Pero al parecer Ray no necesitaba hacer contacto visual para decir sus líneas.

      —Los Canales no están en tu camino a casa.

      —Solo un poco fuera de mi camino —insistió ella, todavía sin levantar la vista—. Así que tendré que esperar hasta las seis treinta para regresar a la marina y a Olivia Pope y asociados. No es gran cosa.

      Ray suspiró y se reclinó en su silla.

      —Es una gran cosa. Keri, acá has sido detective por casi un año. Me gusta tenerte como mi pareja. Y has hecho un gran trabajo, incluso antes de que consiguieras tu placa. El caso Gonzales, por ejemplo. No creo que yo lo hubiera podido resolver y llevo una década más que tú investigando estos casos. Tienes una especie de sexto sentido para estas cosas. Es por eso que te usaba como recursos en los viejos tiempos. Y es por eso que tienes el potencial para ser en verdad una gran detective.

      —Gracias —dijo ella, aunque sabía que no él no había terminado.

      —Pero tienes una gran debilidad y te va a arruinar si no le pones freno. Debes permitir que el sistema funcione. Existe por una razón. El setenta y cinco por ciento de nuestro trabajo se resuelve en las primeras veinticuatro horas sin nuestra ayuda. Necesitamos permitir que eso suceda para concentrarnos en el otro veinticinco por ciento. Si no lo hacemos, terminamos sobrecargados de trabajo. Nos volvemos improductivos, o peor aún —sería contraproducente. Y entonces estamos traicionando a la gente que de verdad nos está necesitando. Es parte de nuestro trabajo escoger nuestras batallas.

      —Ray, no estoy ordenando una Alerta Ámbar. Solo estoy ayudando con algo de papeleo a una madre preocupada. Y en verdad, son solo quince minutos de desvío de mi ruta.

      —Y… —dijo él esperando algo más.

      —Y había algo en su voz. Está guardándose algo. Quiero hablar con ella cara a cara. Puede que no sea nada. Y si es así, me iré.

      Ray meneó su cabeza y lo intentó una vez más.

      —¿Cuántas horas gastaste con ese chico sin hogar en Palms que estabas segura había desaparecido y no fue así? ¿Quince?

      Keri se encogió de hombros.

      —Mejor asegurarse que lamentarse —murmuró por lo bajo.

      —Mejor empleado que despedido por uso inapropiado de los recursos del departamento —replicó él.

      —Es después de las cinco —dijo Keri.

      —¿Significa?

      —Significa que no estoy en mi turno. Y esa madre me está esperando.

      —Pareciera que tú nunca estás en tu turno. Devuélvele la llamada, Keri. Dile que te envíe por correo electrónico las formas cuando haya terminado. Dile que llame para acá si tiene alguna pregunta. Pero ve a casa.

      Ella había sido tan paciente como había podido pero por lo que a ella concernía, la conversación había terminado.

      —Te veré mañana, Sr. Inmaculado —dijo, dándole un apretón en el brazo.

      Cuando se dirigía al estacionamiento para buscar su Toyota Prius de color plata y diez años de uso, trató de recordar la vía más rápida para llegar a los Canales de Venice. Sentía ya una urgencia que no comprendía.

      Una que no le gustaba.

      CAPÍTULO DOS

      Lunes

      Cayendo la tarde

      Keri maniobró con el Prius a través del tráfico de la hora pico en el límite oeste de Venice, conduciendo más rápido de lo normal. Algo la estaba moviendo, una corazonada que sentía crecer, una que no le gustaba.

      Los Canales estaban a pocas cuadras de puntos de interés turístico como Boardwalk y Muscle Beach, y le tomó diez minutos de recorrido por la Avenida Pacific antes de poder conseguir un lugar para estacionar. Se bajó y dejó que el teléfono le indicase el resto del camino a pie.

      Los Canales Venice no eran solo el nombre de una urbanización. Eran realmente una serie de canales artificiales construidos a principios del siglo veinte, a imitación de los originales ubicados en Italia. Ellos cubrían unas diez cuadras justo al sur del Boulevard Venice. Unos pocos de los hogares que se alineaban junto a las corrientes de agua eran modestos, pero la mayoría eran extravagantes en el mejor estilo playero. Las parcelas eran pequeñas pero algunos de los hogares fácilmente valían ocho cifras.

      La casa a la que Keri llegó estaba entre las más impresionantes. Tenía tres plantas, pero solo el piso superior era visible, debido al alto muro estucado que la rodeaba. Ella dio la vuelta desde la parte de atrás, que daba al canal, hasta la puerta del frente. Mientras lo hacía, notó múltiples cámaras de seguridad en los muros de la mansión y en la casa misma. Varias de ellas parecían estar siguiendo sus movimientos..

      ¿Por qué una madre con una hija adolescente vive aquí? ¿Y por qué tanta seguridad?

      Llegó hasta la verja de hierro forjado de enfrente y se sorprendió de encontrarla abierta. Pasó adelante y estaba a punto de tocar la puerta cuando esta se abrió desde adentro.

      Una mujer salió a recibirla, vestía jeans raídos y un top blanco sin mangas, con una cabellera larga y abundante de color castaño, y los pies descalzos. Como Keri había sospechado al escucharla por teléfono, no pasaría de los treinta. Tendría la misma estatura de Keri, pero era nueve kilos más delgada, y estaba además bronceada y en forma. Se veía estupenda, a pesar de la expresión ansiosa en su rostro.

      El primer pensamiento de Keri fue esposa trofeo.

      —¿Mia Penn? —preguntó Keri.

      —Sí. Entre por favor, Detective Locke. Ya he rellenado los formularios que me envió.

      Por dentro, la mansión se abría a un impresionante vestíbulo, con dos escaleras gemelas de mármol que llevaban al nivel superior. Había casi suficiente espacio para organizar un juego de los Lakers. El interior era inmaculado, con cuadros cubriendo cada pared y esculturas adornando mesas de madera tallada que se veían también como obras de arte en sí mismas

      Todo el lugar se veía como si hubiera aparecido como nota a destacar en la revista Hogares que te hacen cuestionar tu propia valía. Keri reconoció una pintura colocada en un lugar prominente como un Delano, lo que era decir que esa sola, valía más que la patética casa bote de veintidós años que ella llamaba hogar.

      Mia Penn la guió a otro de los recibidores, más casual, y le ofreció asiento y agua embotellada. En un rincón de la sala, un hombre de constitución gruesa con pantalones y chaqueta estaba recostado de la pared. No dijo nada pero sus ojos no se apartaron de Keri. Esta notó un pequeño bulto en la parte derecha de su cadera, bajo la chaqueta.

      Un arma. Debe ser de seguridad.

      Una vez que Keri se sentó, su anfitriona no perdió tiempo.

      —Ashley sigue sin contestar mis llamadas o mis textos. No ha tuiteado desde que salió de la escuela. No hay posts en Facebook. Nada en Instagram —suspiró y añadió—.


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