Luke, examina tus sentimientos. Fernando Vidal Fernández

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Luke, examina tus sentimientos - Fernando Vidal Fernández


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porque alguien piense o actúe de determinada manera. Será muy bueno interpelarles con frecuencia y preguntarles su opinión, incluso a sabiendas de que todavía son muy niños como para tener un criterio sobre la cuestión. Se pondrá en juego nuestra habilidad para hacer las preguntas o sugerencias adecuadas para su edad. Por ejemplo, si ha habido un atentado en Kabul, podremos preguntar a los pequeños: «¿Qué crees que estarán sintiendo los niños de la ciudad?», o a los jóvenes: «Yo no sé qué haría si nos pasara algo así, ¿tú qué harías?».

      5. Darle al pray

      Además, esta escucha de las noticias no solo nos proporciona una ocasión para hablar sobre ellas, sino que podemos actuar de distintas formas. Una muy sencilla ocurre cuando hay un desastre masivo como un terremoto o un atentado. Suelen circular entonces por las redes sociales imágenes como Pray for Paris, Pray for Haití o Pray for Aleppo. Es un buen momento para «darle al pray» y rezar un momento según las creencias de cada familia. Un instante de silencio es respetuoso y bueno.

      Que los niños o chavales dejen de hacer lo que están haciendo y guarden silencio es algo que les quedará grabado. Quizá los adultos puedan hacer un pequeño gesto y recordar a las víctimas, pedir juntos por la paz y por el consuelo de las familias. Ante cosas así es necesario apelar a lo que cada familia tenga por más sagrado. Ayudará que en redes sociales o Internet se enseñe alguna imagen de las vigilias que espontáneamente suelen comenzar los ciudadanos u otra fotografía que no sea hiriente de los hechos.

      Quizá dure un minuto o dos, pero esa pequeña celebración es importante. Nuestro mundo a veces carece de signos para lo importante y las cosas se suceden encadenadas sin más, sin concederles la prioridad o el valor que tienen. Tenemos que ser capaces de darles el valor o respeto que merecen mediante signos o pequeñas celebraciones que nos permitan parar, mirar, conectar con el corazón y hallar el sentido.

      Además de esas pequeñas celebraciones domésticas hay otras acciones que podemos hacer juntos como familia. Las redes sociales nos permiten pronunciarnos públicamente. Podríamos ponernos con nuestros hijos en el ordenador, abrir el programa PowerPoint, seleccionar una fotografía y escribir algo que luego grabemos como imagen y enviemos por Twitter, Facebook, Instagram o cualquiera de las redes. Es un momento de taller.

      Primero, un adulto ha seleccionado fotografías y las ha grabado en el ordenador. Dependiendo de la edad de los hijos se puede hacer esa operación con ellos. Seleccionar las imágenes –fotografías, dibujos u otras representaciones– ya es en sí importante, porque es un pequeño ejercicio de contemplación. Seleccionar la imagen requiere que vayamos diciendo criterios que no son solo el gusto, sino qué expresan unas u otras.

      Después de seleccionar la imagen e insertarla en una diapositiva, ahora hay que pensar la frase. Pensarla con la familia, todos juntos alrededor de la pantalla, es un momento muy interesante. Nos hace profundizar, es un momento reflexivo y a la vez crea conciencia y unión.

      Tras escribir la frase sobre la imagen simplemente hay que grabar y enviarla por redes. Si se hace juntos, será una pequeña pero significativa experiencia de compromiso familiar, unidos con el mundo.

      6. La carta familiar de Amnistía Internacional

      Otra forma muy útil de transformar el mundo, en nuestra medida, además de una gran pedagogía del compromiso social, son las cartas de Amnistía Internacional. Como es bien sabido, Amnistía Internacional es la mayor organización ciudadana mundial contra la violación de los derechos humanos. Fundada en 1962, extiende su acción a todos los lugares del planeta, muy especialmente a aquellos lugares donde no se respetan los más mínimos derechos fundamentales.

      Entre sus muchas actividades, es muy eficaz cuando Amnistía nos moviliza para que personalmente escribamos una carta a aquellos que están violando los derechos de una persona o pueden defenderla. Que decenas de miles de ciudadanos de todo el mundo escribamos a esa persona que tiene que tomar una decisión o está tomando la decisión errónea tiene gran impacto.

      Porque sabe que sus acciones están siendo observadas y que tendrá que responder en consecuencia. Y eso presiona a los gobiernos de los países para que atiendan diplomáticamente a la cuestión. Además moviliza a la prensa y hace que un caso tenga relevancia en la atención de la opinión pública. De esta forma, esa carta es un vínculo de solidaridad con la persona o familias que sufren la violación de sus derechos. De manera que se convierte en un acto de solidaridad con el entorno de las víctimas y un apoyo a las organizaciones locales que luchan por su defensa, muchas veces en situaciones muy precarias o incluso poniendo en riesgo su propia vida.

      Es importante no solo que escribamos cartas de Amnistía Internacional, sino que los niños y jóvenes puedan hacer su contribución escribiendo sus propias cartas o enviando dibujos. Todas esas cartas las metemos dentro de un mismo sobre que enviamos como familia y se transforman en un gesto que, repetido, constituye toda una pedagogía para enseñar el mundo y qué hacer en él.

      Esa carta de palabras y dibujos enseña a nuestros hijos que es posible contestar a los problemas del mundo y no les deja en la inacción o la impotencia ante ellos. Es posible que pensemos que los desastres del mundo pueden generar desazón o angustia en los niños, pero eso sucede cuando no les ofrecemos un canal para poder dar una respuesta proporcional a sus capacidades.

      Además de la «carta familiar» de Amnistía Internacional hay otras muchas opciones. A veces lo que se hace es manifestar nuestra solidaridad con una pequeña bandera en el balcón o en la ventana. Podemos proponer a los niños que hagan un dibujo y lo recorten para pegar en su ventana.

      También es muy útil hacer una donación con ellos. Quizá carezcan de criterio para determinar la cantidad adecuada de dinero que donar, pero sí podemos hablar con ellos sobre dicha donación y, en cierto momento del proceso, llamarles para que pulsen el botón de donación o incluso nos ayuden a escribir la frase que muchas veces hay que escribir.

      Otra forma de responder a las noticias que se escuchan es ampliar la información sobre ello. Eso nos lleva algo de trabajo, pero merece la pena y entra en parte en nuestras responsabilidades cívicas. Se trata de buscar un artículo algo más amplio sobre la cuestión, imprimirlo o recortarlo del periódico, subrayarlo y dárselo para que amplíen. Quizá simplemente puedes pasar por su habitación y decir: «¿Te acuerdas de lo que escuchamos esta mañana? Vi este artículo y pensé que te podría interesar».

      En ese momento no estás solo dándole información a tu hijo, sino que él siente que le estás tomando en serio, que le consideras capaz de leer ese texto, que crees que su opinión es importante y tiene una responsabilidad. Es un pequeño gesto que le empodera y le dirige al mundo.

      Quizá haya una manifestación pacífica que convoquen distintas organizaciones. Una familia que participa unida en una manifestación está creando una corriente intergeneracional y teniendo una intensa experiencia de comunión entre ellos y con el mundo. Me emociona mucho cuando coincidimos familias en las manifestaciones. Ver a los hijos haciendo suyos los mensajes pacíficos y constructivos es una de las mayores experiencias de educación cívica que he vivido.

      7. Hacer que el mundo funcione

      Hemos dejado un interrogante atrás: ¿somos capaces de establecer la conexión entre nuestros trabajos, estudios, tareas o compromisos y lo que el mundo necesita cada día? ¿Somos capaces de que nuestros hijos comprendan que sus estudios son parte de la respuesta que hoy deben dar a esos problemas del mundo? ¿Y una persona mayor que ya lleva una vida más contemplativa? ¿Y alguien enfermo crónico que apenas puede emprender ninguna acción?

      En el sistema en que vivimos perdemos la capacidad natural de discernimiento, porque nos dividen de tal forma la vida que acabamos por no comprender la unidad que hay entre todo. El peligro es dividir las cosas, compartimentarlas de modo que no se perciban las relaciones causales entre ellas. Discernir no solo es «separar y distinguir», sino también unirlas de modo que al juntarlas se comprenda su significado real.

      El discernimiento en familia necesita una mirada global.


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