Antología. Ken Wilber

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Antología - Ken  Wilber


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en la base sino en la cima de la montaña.

      Sexo, ecología, espiritualidad vol. 1, 235-238

      LOCURA Y ESPIRITUALIDAD

      Siempre se ha considerado a la esquizofrenia y al misticismo de un modo similar a la locura y la genialidad pero, por más que se asemejen, se trata de dos fenómenos completamente diferentes. En cualquiera de los casos, las similitudes existentes entre la esquizofrenia y el misticismo han dado origen a dos estados generales de opinión al respecto. Quienes consideran a la esquizofrenia como una enfermedad, una dolencia, o una de las peores patologías, suelen tener (dadas sus semejanzas) la misma idea sobre el misticismo. Desde este punto de vista, si los sabios y los místicos no están completamente trastornados, poco les falta para ello. Según un reciente informe del Group for the Advancement of Psychiatry (GAP): «El psiquiatra hallará el fenómeno místico interesante porque puede encontrar en él formas de conducta que se hallan a mitad de camino entre la normalidad y la psicosis, una especie de regresión egoica al servicio de la defensa contra la tensión interna o externa […]». Con cierta frecuencia he aceptado –e incluso sostenido– la existencia de esta posible hipótesis de la regresión y de que algunos de los que se autodenominan místicos están, de hecho, atrapados en algún tipo de regresión e incluso que, en su camino hacia los estados superiores de unidad, algunos auténticos místicos reactivan ocasionalmente complejos regresivos. Pero esto, sin embargo, no debería impedirnos diferenciar de forma rotunda la esquizofrenia del verdadero misticismo. Así pues, la generalización del GAP sobre la trascendencia y el misticismo resulta bastante limitada.

      El segundo clima de opinión con respecto a la esquizofrenia y al misticismo parece más próximo a la verdad, pero es tan generalizador y dogmático como el primero. Esta perspectiva no tiende a considerar a la esquizofrenia como algo patológico sino, por el contrario, como el paradigma de la salud. Quienes sostienen este punto de vista –investigadores, por otra parte, a quienes tengo en gran estima, como R.D. Laing y Norman O. Brown, entre otros–, simpatizan con la idea de que los estados trascendentes son ultrarreales (algo con lo que estoy plenamente de acuerdo) y, puesto que la esquizofrenia y el misticismo parecen tan semejantes, el esquizofrénico es el paradigma de la salud mental óptima. Según Brown: «No es en la esquizofrenia sino en la normalidad donde la mente se halla dividida; en la esquizofrenia las falsas barreras se desintegran […]. Los esquizofrénicos están sufriendo de realidad […]. El mundo del esquizofrénico es el mundo de la participation mytique; “una indescriptible amplificación de las sensaciones interiores”, “misteriosos sentimientos de referencia”; influencias y poderes psicosomáticos ocultos […]».

      Mi propia opinión al respecto se halla a mitad de camino entre ambas perspectivas y se basa en las importantísimas distinciones existentes entre los estadios pre y trans anteriormente descritos.

      Basándonos en los informes fenomenológicos que disponemos hoy en día, el episodio esquizofrénico típico suele constar de los siguientes factores:

      1. El evento desencadenante suele ser una situación de tensión extrema o una contradicción extraordinaria. Tal vez, antes de eso, el sujeto haya tenido grandes dificultades para establecer relaciones sociales, tal vez su ego (o su persona) sea demasiado débil, e incluso cabe la posibilidad de que sea proclive al aislamiento. También puede ocurrir, por otra parte, que el individuo simplemente sea víctima de dukkha –el sufrimiento inherente al samsara– y se vea de manera provisional desbordado por una dolorosa introspección. Pero, sea cual fuere el catalizador (y no excluyo, de entre ellos, a los poderosos factores bioquímicos –que son extraordinariamente importantes, un hecho cuya capital trascendencia se ha visto claramente demostrada por las recientes investigaciones bioquímicas sobre los procesos cerebrales–), sea cual fuere el catalizador, digo, cuando la traducción egoico-personal se desmorona o debilita tiene lugar un

      2. entorpecimiento de las funciones de edición y filtraje de la traducción egoica que deja sin defensas al individuo y lo torna vulnerable tanto a los niveles inferiores como superiores de la conciencia. Lo que ocurre, a mi entender, es que entonces se pone en marcha un doble proceso ya que, por una parte, el yo comienza a experimentar una regresión hacia los niveles inferiores de conciencia; mientras que, al mismo tiempo, se ve inundado por aspectos procedentes de los dominios superiores (especialmente el nivel sutil). Dicho de otro modo, en la medida en que el individuo se traslada al subconsciente, entra en él lo supraconsciente; en la medida en que retrocede a los niveles inferiores, se ve invadido por los superiores y, de esta manera, se ve afectado por el inconsciente sumergido y por el inconsciente emergente. Personalmente, no veo otra forma de justificar la fenomenología que acompaña a la escisión esquizofrénica. Quienes interpretan la esquizofrenia como algo meramente regresivo ignoran su verdadera dimensión religiosa y quienes sólo ven en ella el summum de la salud y la espiritualidad hacen caso omiso de las claras evidencias de fragmentación y regresión psíquica.

      En cualquier caso, cuando la traducción egoica comienza a fallar suele aparecer una angustia extraordinaria. Con el comienzo de la regresión y de la interrupción de la traducción egoica, el individuo se abre al pensamiento mítico y a las referencias mágicas características del estadio mítico-pertenencia que confunde la parte con el todo y los miembros de una clase con la clase misma, la característica más relevante precisamente de la modalidad de pensamiento esquizofrénica. Un esquizofrénico, por ejemplo, puede decir «anoche me metí en una botella pero no pude cerrarla» cuando, en realidad, lo único que está afirmando es que el frío le impidió dormir. La lógica mítica de esta afirmación es la siguiente: la cama, con sus sábanas y mantas, pertenece a la clase de los «recipientes», (es decir, de los objetos capaces de contener a otros). Una botella también pertenece a la misma clase y, dado que el pensamiento mítico es incapaz de distinguir entre los diferentes miembros de una misma clase, «meterse en la cama» y «meterse dentro de una botella» son lo mismo (y no sólo de un modo simbólico). De la misma manera, «mantas» y «tapones» son también equiparables, de modo que «no poder cerrar la botella» significa que «la manta no le cubría adecuadamente», lo cual explica el frío y sus dificultades para conciliar el sueño (no poder cerrar la botella). Se trata, como diría Bateson, de una confusión de tipos lógicos.

      En el caso de que la regresión vaya, aunque sólo sea un poco, más allá del pensamiento mítico, el individuo queda a merced de las floridas fantasías preverbales y del proceso primario, es decir, sufre alucinaciones (por lo general, auditivas y, en casos extremos, hasta visuales).

      3. El asunto, a mi entender, es que, cuando la traducción egoica comienza a fracasar y el yo se siente arrastrado a los dominios preegoicos, el individuo también queda simultáneamente expuesto a la invasión de los dominios transegoicos. Por esta razón, en tal caso, la conciencia del individuo suele verse abrumada por intuiciones muy intensas de naturaleza auténticamente religiosa (y no sólo de fantasías regresivas sino de auténticas y válidas introspecciones espirituales). «Tal vez, la experiencia creativa, la conversión religiosa y otro tipo de “experiencias cumbre” incluyan muchas de […] las formas de experiencia interna que pueden acompañar a la reacción psicótica aguda.» Éste es un hecho que, a mi juicio, no podemos ignorar.

      Con frecuencia, sin embargo, el individuo es incapaz de articular lógicamente estas introspecciones. ¡Si para hablar de algo tan simple como acostarse dice «meterse en una botella», cuál no será su dificultad para describir una visión-imagen de Jesucristo! Además, y por encima de todo, estas introspecciones tienden a ser sumamente «autistas», autocentradas y crípticas, y el único que puede comprenderlas es el propio sujeto. Esto parece estar relacionado con el hecho de que, dado que el aspecto regresivo de la esquizofrenia tiende a conducirle hasta niveles anteriores –pre– a la comprensión del rol, el individuo cree que él –y sólo él– es, por ejemplo, Jesucristo. Al no poder aceptar o asumir el papel de los demás es incapaz, por tanto, de ver que todo el mundo es Jesucristo. Intuye viva y fuertemente su naturaleza Atman (como resultado de la influencia de los niveles superiores), pero sólo desde un nivel primitivo y narcisista. Veamos ahora una conversación entre un místico y un esquizofrénico hospitalizado que ilustra a la perfección lo que estamos diciendo.


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