Diez razones para amar a España. José María Marco
Читать онлайн книгу.a la diversión.
En Marbella todo está pensado para la comodidad de los visitantes. La ciudad se pone al servicio de quien puede pagar, aunque la atmósfera de privilegio lima un poco los excesos más histriónicos y descabellados. La Costa del Sol, que es lo más parecido en Europa a California, encuentra en Marbella el punto más exigente. Exhibicionismo y discreción, superlujo y seguridad… Todo parece fluir a la sombra benigna del pico de la Concha, en las monumentales estribaciones de la Sierra Blanca que aseguran la abundancia de agua, la vegetación exuberante y una atmósfera respirable.
Los españoles han comprendido cómo evitar cualquier posible invasión: hacer realidad las fantasías de quienes los visitan. Las infraestructuras son de primera categoría, obras maestras de la ingeniería como la autovía que salva Despeñaperros, las circunvalaciones de Málaga y de Madrid, aeropuertos como El Prat o Barajas. La sanidad, privada y pública, es un modelo y el tan denostado turismo de sol y de playa, que fue la base de la industria turística del país, hoy exporta su experiencia a todo el mundo. El clima, por su parte, no ha cambiado mucho desde los godos. Los días siguen siendo soleados, las tardes infinitas, la noche luminosa y la misma luz, resplandeciente y dorada, invita a vivir con la misma intensidad. En el siglo xxi, España sigue siendo lo más parecido al paraíso que existe en el mundo.
2 LA LENGUA
Un pequeño hispanoparlante nacido en 2018 hablaría una lengua oficial en 21 países. También la hablan, como lengua nativa, otros 480 millones de personas repartidas por dos continentes (577 millones incluidos los hispanoparlantes no nativos). La tercera lengua más utilizada en internet. Es un mundo con un PIB total de casi 50 billones de dólares, que atrae interés e inversiones de todo el resto del planeta y facilita el empleo y el intercambio, al menos como lo haría una moneda común. La lengua nació en un territorio pequeño, en el norte de España, lo que sería pronto el condado de Castilla. Al expandirse luego como reino, con él se expandió el castellano. Acabó siendo adoptado como idioma común, espontáneamente y sin imposición de nadie, por los habitantes de la península –—los españoles—. Así se gestó el original modelo lingüístico español, con una lengua compartida y otras tres vivas en sus respectivos territorios. El castellano saltó al Nuevo Mundo y acabó convertido en una de las grandes lenguas americanas con el inglés y el portugués. Allí replicó el modelo español: coexistencia con otras lenguas, en este caso las que sobrevivieron a la llegada de los españoles, y unidad del idioma, que a pesar de las distancias y la diversidad geográfica y cultural mantiene su consistencia y su belleza. Idioma flexible, adaptable, integrador, ni la variedad de acentos, ni los términos y los giros nuevos, ni la coexistencia con otras lenguas han acabado con esta unidad, que permite entenderse sin problemas a hispanoparlantes de los dos continentes.
Una mañana, no hace mucho tiempo, iba andando por una calle madrileña, enfrente del edificio del Museo Arqueológico y la Biblioteca Nacional. Unas chicas se habían parado ante un escaparate. Al pasar a su lado, escuché cómo una de ellas le preguntaba a otra: «¿Cómo se dice “Te quiero” en guaraní?». Paré en seco y mientras fingía interés por las prendas de ropa a las que ellas sí prestaban la atención que merecían, logré oír una conversación entrecortada de risas.
Acababa de escuchar el rastro vivo de una lengua milenaria, venida del corazón de América del Sur, en el centro de lo que en su día fue la capital de un imperio que se extendía por tierras tan lejanas como aquellas. Los españoles habían llevado el castellano a América. Ahora aquellas americanas, españolas también, probablemente, traían a España una de las lenguas habladas allí antes de la conquista… El mundo estaba cobrando una dimensión nueva. Rectificaba en algo el trágico curso de una historia que había hecho desaparecer miles de idiomas que expresaron en su momento formas únicas de ver el mundo y la vida. Delante del majestuoso edificio del museo y la biblioteca, aquella conversación, tan inocente, era una pequeña venganza y el inicio de una forma de rectificación. Más tarde supe que entre los paraguayos que viven en Madrid los hay que se esfuerzan por preservar y difundir la lengua guaraní.
La lengua española o castellana
En un país en el que siempre han convivido diversas lenguas, parece natural que sean varios los nombres que recibe la lengua compartida. Puede ser lengua española porque es la lengua de todos los españoles y hablada en todo el país. Y puede ser también lengua castellana porque nació en Castilla, en el territorio del condado de ese nombre, encajado entre el reino de León por el oeste, los señoríos vascos por el este y el terreno de nadie, lindante con las tierras de al-Ándalus, por el sur. Aquel romance derivado del latín se extendió a medida que el reino de Castilla, que ya había dejado de ser un condado, se iba ampliando. Entonces el castellano se convirtió en la lengua del reino más extenso y más poblado de España —también de los más ricos de Europa—. Y al ocupar una posición central en la península, se convirtió sin que lo impusiera nadie en la lengua utilizada por los habitantes de este territorio para comunicarse entre ellos.
La expansión del castellano le había llevado a integrar otros romances derivados del latín, como el astur leonés y el aragonés, que quedaron sin desarrollar. No siempre fue así, sin embargo. Los habitantes de Galicia, los territorios vascos y parte del Reino de Aragón siguieron hablando su propia lengua. Más tarde se incorporarían el reino de Valencia y las islas Baleares, recuperadas para la cristiandad por los aragoneses.
Para entonces, a finales del siglo xv y aún más en el siglo xvi, el castellano se ha difundido ya en toda la península, también entre las elites portuguesas. El uso de la palabra «castellano» va dejando paso a la de «español». Es este —«español»— un término nuevo, utilizado algunas veces en la Edad Media, pero que triunfa cuando se establece la conciencia de una nacionalidad común, una vez (re)conquistado el reino de Granada y reunidas las diversas coronas españolas. Aun así, el término «castellano» no se perderá, a diferencia de lo que ocurre en Italia con el «toscano». Covarrubias, en su Tesoro, o diccionario, del año 1611, habla de «la lengua castellana o española». La edición española de un clásico italiano, la Arcadia de Sannazaro, precisa que ha sido «traducida en nuestra Castellana lengua Española». Hoy mismo continúa la vacilación, y hay quien —yo mismo— siente cierta predilección por el «castellano».
¿El motivo? Amado Alonso, en su gran estudio Castellano, español, idioma nacional, indica que «castellano» es el nombre propio de la lengua, mientras que «español» sugiere algo más, como es la extensión del territorio en el que se habla y, muy pronto, la incorporación de términos y giros nuevos, venidos de fuera de Castilla. Decir «castellano» es también recordar el origen de aquel dialecto romance hablado en una zona no muy grande y destinado a ser conocido más adelante en medio mundo. Al decir «castellano», evocamos la inclemencia de los primeros tiempos del condado de Castilla: el campo abierto, el cielo sin límites, la voluntad de independencia, la conciencia de lo que significa la afirmación de uno mismo ante los enemigos del sur y un gusto por la igualdad —o la democracia, dice Menéndez Pidal, que evoca con tanta convicción la dura poesía de entonces—. De todo aquello quedaría una lengua clara, limpia, llana y valiente. Además, el castellano no monopoliza ni apura lo español, que es también propio de las demás lenguas de España, tan españolas como el castellano.
Al considerar la perspectiva global, cambian las cosas y muchos tendemos entonces a hablar de «español», porque parece que la lengua hablada en América ha dejado atrás la que una vez fue la de Castilla. No es así del todo, y se puede recordar que durante mucho tiempo en América la palabra «castilla», aplicada por los americanos nativos a lo que había venido de ultramar, implicaba poder y prestigio. Fuera de la dimensión global, el término «castellano», para designar a la lengua española, parece más evocador, más ajustado a la realidad y también más respetuoso.
El español tiene a su favor la internacionalización de la lengua. Como en otros muchos aspectos de la cultura española, cada uno puede expresarse aquí a su modo. Y todos son lícitos.
La originalidad del castellano
La región en la que nació el