El Idiota. Федор Достоевский

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El Idiota - Федор Достоевский


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y brigada.

      –¿Es posible? —exclamó Michkin en el colmo del asombro.

      –Es un error —se apresuró a decir Nina Alejandrovna mirándole con cierta ansiedad—. Mon mari se trompe —añadió en francés.

      –Se trompe, querida, es muy sencillo de decir; pero quisiera ver cómo resolverías tú un caso semejante. Todos andaban medio locos. Yo sería también el primero en decir «se trompe» de no haber figurado como testigo y formado parte de la comisión investigadora. Todo demostró que el soldado Kolpakov era el mismo que seis meses antes había sido enterrado según la ordenanza, al son del tambor. Cierto que el hecho parece raro, casi inverosímil. Lo reconozco, pero…

      –Papá: tienes servida la comida —anunció, compareciendo, Bárbara Ardalionovna.

      –¡Ah, bueno! Verdaderamente ya tenía apetito… Pues sí, el caso es incluso psicológico, bien puede decirse…

      –Se te va a enfriar la sopa —dijo Varia con impaciencia.

      –En seguida voy, en seguida… —murmuró el general, saliendo de la sala—. Y por mucho que se multiplicaran las investigaciones… —continuó, ya en el pasillo.

      –Si usted se queda a vivir con nosotros —dijo Nina Alejandrovna a Michkin— habrá de perdonar muchas cosas a mi marido. Pero no le molestará demasiado. Siempre come solo. Usted sabe que todos tenemos nuestros defectos y nuestras… particularidades, y muchas veces aquellos a quienes se les critican tienen menos que otros… Debo hacerle un ruego, y es que si mi marido le pide el precio de la pensión le conteste usted que ya me lo ha abonado. Por supuesto, lo mismo da que lo entregue a uno o a otro; pero se lo agradeceré así para el buen orden de las cosas… ¿Qué hay, Varia?

      Varia había entrado en la estancia y presentaba en silencio a su madre el retrato de Nastasia Filipovna. Nina Alejandrovna se estremeció y mirólo por unos instantes, primero como con temor, luego con una especie de rencorosa amargura. Al fin dirigió la mirada a Varia, como pidiéndole explicaciones.

      –Se lo ha regalado hoy —dijo la joven— y esta noche acordarán ya una decisión.

      –¡Esta noche! —repitió a media voz Nina Alejandrovna con desesperado acento—. ¡Esta noche! Veo que ahora no queda duda ni tampoco esperanza. El regalo de ese retrato es un detalle bastante elocuente. ¿Te lo ha enseñado él mismo? —preguntó, con extrañeza.

      –Ya sabes que hace meses que no nos hablamos apenas. Me he enterado de todo por Ptitzin. El retrato se había caído de la mesa y yo lo he recogido en el suelo.

      –Príncipe —dijo de súbito Nina Alejandrovna quería hacerle una pregunta. Por eso le rogué que viniese. Dígame: ¿hace mucho que conoce usted a mi hijo? Porque me parece que Gania indicó que había llegado usted hoy mismo del extranjero.

      Michkin dio sobre su personalidad varias sucintas explicaciones de las que ambas mujeres no perdieron una sola palabra.

      –Le ruego que me crea si le digo que al interrogarle no pretendo inmiscuirme en los asuntos de mi hijo —prosiguió Nina Alejandrovna—. Si hay cosas que él mismo no puede confesar, no seré yo quien trate de averiguarlas por otros. Pero ¿sabe?, cuando usted ha marchado a su cuarto, Gania, después de lo que nos había dicho sobre su persona, ha agregado: «No gastéis cumplidos con el príncipe: está enterado de todo». ¿Qué significa esto? Me gustaría saber hasta qué punto…

      En aquel momento entraron Gania y Ptitzin. Nina Alejandrovna se interrumpió inmediatamente. Michkin permaneció sentado junto a ella, pero Varia se apartó. El retrato de Nastasia Filipovna permanecía, en plena evidencia, sobre la mesita de costura de Nina Alejandrovna, precisamente bajo sus ojos. Gania, mirándolo, frunció el entrecejo, cogió la cartulina y la arrojó, con ira, a su mesa de escritorio, que se hallaba al otro extremo de la habitación.

      –¿Es hoy, Gania? —preguntó bruscamente Nina Alejandrovna.

      Él se estremeció.

      –¿Hoy, qué?

      Y de repente se volvió, airado, a Michkin.

      –¡Comprendo! ¡Claro, está usted aquí! ¡Veo que eso debe ser una enfermedad en usted! ¿Es que no sabe reprimir la lengua? Permítame decirle, excelencia…

      Ptitzin le interrumpió:

      –La falta es mía, Gania, sólo mía.

      Gabriel Ardalionovich le miró, sorprendido.

      –Así es mejor, Gania; especialmente cuando la cosa está ya resuelta por un lado —dijo Ptitzin entre clientes.

      Y fue a sentarse ante una mesa apartada. Sacó del bolsillo un papel cubierto de números y comenzó a examinarlos atentamente. Gania, sombrío, esperando, al parecer, con inquietud una escena familiar, ni siquiera pensó en excusarse ante el príncipe.

      –Puesto que todo está arreglado, Iván Petrovich ha hecho bien en hablar —dijo Nina Alejandrovna—. Te ruego, Gania, que no arrugues el entrecejo ni te enfades. Prescindiré de toda pregunta sobre lo que no me quieras contestar. Te aseguro que me resigno a todo. Tranquilízate, haz el favor.

      Pronunció sus palabras sin interrumpir su labor y con acento sereno. Gania, extrañado, calló, por prudencia y, con los ojos fijos en su madre, esperó que ésta se explicase más claramente. Odiaba las disputas domésticas.

      Nina Alejandrovna, notando la circunspección de su hijo, añadió con amarga sonrisa:

      –Veo que no te calmas ni me crees. Pero desecha tu preocupación; no te incomodaré con lágrimas ni súplicas como otras veces. Mi único deseo es que seas feliz, como sabes bien. Me someto al destino… Mi corazón estará siempre contigo, ora quedemos juntos, ora nos separemos. Naturalmente, yo respondo de mí. De tu hermana no puedo decir lo mismo.

      –¡Otra vez ella! —exclamó Gania, mirando a su hermana con rencor y desdén—. Ya te he prometido, mamá, y vuelvo a repetírtelo, que nadie, sea quien fuere, te faltará al respeto mientras yo viva. Sea quien fuere la persona que franquee nuestra puerta, exigiré de ella el mayor respeto hacia ti…

      Y Gania pareció serenarse tanto, que incluso miró a su madre con expresión reconciliadora, casi tierna.

      –No te disgustes por mí, Gania. Ya sabes que no es por mí por quien llevo tanto tiempo sintiéndome inquieta y torturada. Se dice que hoy va a quedar todo resuelto entre vosotros. ¿En qué consiste ese «todo»?

      –Nastasia Filipovna ha ofrecido declarar esta noche si consiente en el matrimonio o no —repuso Gania.

      –Hace tres semanas que rehuíamos ese tema de conversación y nos iba mejor… Pero ahora que todo está resuelto permíteme dirigirte una pregunta: ¿cómo es que ella te ha dado su consentimiento y su retrato, siendo así que no la quieres? ¿Cómo una mujer tan, tan…?

      –¿Tan experta, quieres decir?

      –No es así como yo me hubiera expresado. Pero en fin… ¿Cómo puedes haberla engañado de tal modo sobre tus sentimientos?

      Aquellas palabras delataban una ira súbita y violenta. Tras un momento de reflexión, Gania dijo con acento claramente irónico:

      –Otra vez, mamá, no has sabido contenerte y has perdido la paciencia. Así empiezan siempre nuestras disputas. Me habías prometido evitar toda pregunta, todo reproche… ¡y ya has olvidado tu promesa! Vale más dejarlo. Sí, mejor es no hablar. Al menos sé que tu intención es buena… Yo no te abandonaré nunca por nada del mundo. Otro en mi lugar, huiría, eso sí, de una hermana como la que tengo. ¡Observa cómo me mira! No hablemos más; no sabes cuánto me alegrará que dejemos el tema… Por otra parte, ¿quién te dice que yo engañe a Nastasia Filipovna? En cuanto a Varia, que haga y piense lo que guste. Y ahora no hablemos más del asunto. ¡Basta!

      Gabriel Ardalionovich se exaltaba a cada palabra que decía mientras paseaba, inquieto, por la habitación. Siempre que aquel delicado tema aparecía sobre el tapete, las cosas tomaban un matiz muy agrio.

      –He dicho que si esa mujer entra aquí, yo saldré de esta casa. Y cumpliré


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