La traición en la historia de España. Bruno Padín Portela
Читать онлайн книгу.sí fácilmente. Uno sería el de la realidad, es decir, los hechos que sabemos que sucedieron o sobre los que, al menos, no existen demasiadas dudas; y, en segundo lugar, el de la leyenda, que tiene que ver con ese relato creado y adornado por el paso de los siglos, en los que el Poema de Mío Cid ocupa un lugar preeminente. En este sentido Modesto Lafuente ya apuntaba que «desde el siglo XII hasta el XIV, se mezclaron á las verdaderas hazañas de Rodrigo el Campeador multitud de aventuras fabulosas que inventaron y añadieron los romanceros, es cosa de que no duda ya ningun critico»[3].
Es indudable que el Cid acabó perteneciendo a ese elenco de héroes en los que realidad y leyenda, como acabamos de decir, se funden para favorecer el nacimiento de auténticos arquetipos de conducta que sirvan de modelo para la sociedad; terreno al que pertenecen otros reconocidos nombres, como Sertorio, Viriato o Fernán González. Ejemplos que las sucesivas generaciones de españoles tendrán la obligación de estudiar en los colegios, algo que se percibe especialmente bien en el siglo XIX, dentro del proceso de construcción del Estado-nación, cuando los ciudadanos necesitan referentes históricos que moldeen sus aspiraciones vitales.
Desde luego, cuesta imaginar al Cid en el noveno círculo de la comedia dantesca. La imagen que la historiografía, la literatura o incluso el cine han ido cincelando dista mucho de presentar un Cid negativo. Lo que se pretende en estas páginas es analizar el papel que desempeñó Rodrigo Díaz en la construcción de la identidad nacional española a través de algunas de las historias generales más importantes que se escribieron desde el siglo XIII, así como poder determinar hasta qué punto coincide lo que nos cuentan estos relatos con lo que podemos conocer de la realidad histórica; o, en último término, comprobar si se le puede aplicar al infanzón burgalés el apelativo de «traidor» en base a los dos destierros sufridos a manos de su señor, el rey Alfonso VI.
LA JURA DE SANTA GADEA Y EL COMIENZO DE LA RIVALIDAD ENTRE ALFONSO VI Y EL CID
Es bien sabido que la vida de Rodrigo Díaz de Vivar se encuentra relacionada desde un determinado momento con la de dos monarcas cristianos: Sancho II de Castilla y, tras su muerte, Alfonso VI. Fernando I había repartido el reino entre sus hijos, correspondiéndole a Sancho Castilla, a Alfonso el reino de León y a García el de Galicia. Sancho pronto reunificó el reino dividido por su padre venciendo a sus hermanos, de los que al menos García, a juicio de Ramón Menéndez Pidal, no debió de presentar demasiada oposición: «El rey García de Galicia era de menor capacidad que sus hermanos»[4]. Pero lo interesante ahora será estudiar la relación que mantuvo el Cid con el segundo de sus señores. Para ello habrá que conocer el comportamiento del Campeador con Alfonso una vez que Sancho fue muerto a traición, según la versión más extendida entre la historiografía española.
Un buen punto de partida para estudiar el origen de dicha relación entre señor y vasallo se podría situar en una iglesia burgalesa, en el episodio denominado Jura de Santa Gadea, antes de que Alfonso se ciñese la corona de monarca. Sancho había sido traicionado a manos de Vellido Dolfos, tal como cuentan todas las fuentes a excepción de la Gesta Roderici Campidocti, más conocida como Historia Roderici, que ni siquiera narra la muerte del hijo de Fernando I. La última noticia que nos ofrece el biógrafo cidiano sitúa a Sancho en el cerco de Zamora, limitándose a decir: «Después de la muerte de su señor el rey Sancho, que le crió y le demostró muy gran amistad, el rey Alfonso le recibió como vasallo con honores y le tuvo en la corte en gran estima y consideración»[5].
Las crónicas que nos remiten este episodio son ciertamente tardías. La Historia Roderici, como acabamos de ver, no nos dice nada acerca de ningún juramento, silencio que también comparte el Carmen Campidoctoris, poema latino sobre el Campeador que tiene como principal objetivo ensalzar sus gestas y cuyo fin es, en consecuencia, más laudatorio que historiográfico[6]. Otro trabajo escrito, la Crónica Najerense, redactado hacia el último tercio del siglo XII[7], comienza a incorporar algunos elementos que no existían con anterioridad. Menciona, por ejemplo, a un «hijo de la perdición, Bellido Adolfo», que, tras conducir al rey fuera del campamento, «él, que estaba montado sobre otro caballo, lanzándole un venablo lo mató»[8].
Fue a partir del siglo XIII, de la pluma de Lucas de Tuy y del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, cuando conocemos la existencia de un juramento en la iglesia de Santa Gadea. En ella se le exige a Alfonso jurar que no había tenido nada que ver en el asesinato de Sancho. Así, el Tudense menciona en su Chronicon mundi que, encontrándose en el cerco de Zamora el rey Sancho, «salio de essa çibdad vn cauallero de gran osadia, que auia nombre Vellido Arnolfo, que ferió, sin sospecha, de traues a esse rey Sancho con vna lança (…) el qual rey, llagado con lança por el pecho, derramó juntamente la vida con la sangre»[9]. Tras la muerte de Sancho «los nobles castellanos y pamploneses» habrían de elegir a Alfonso a cambio de una sola condición: «Que primero jurasse que nunca auia seydo en consejo de la muerte del rey Sancho su hermano», pero, al no haber ninguno capaz de afrontar esa responsabilidad, «el sobredicho Ruy Diaz, noble cauallero», se encargó de tomar juramento al nuevo monarca, razón por la cual «el rey Alfonso siempre lo ouo en aborrescimiento»[10].
Jiménez de Rada, por su parte, copia a Lucas en la narración del juramento que incorpora en el De rebus Hispaniae. Lo único que varía en su relato es que, en lugar de «caballeros castellanos y pamploneses», había «los castellanos y los navarros»[11]. A partir de este momento, las palabras de estos dos religiosos van a influir de manera directa en el transcurso del relato histórico español, puesto que esta interpretación, basada en la supuesta jura de Santa Gadea como germen de las desavenencias surgidas entre el infanzón y el monarca, será asumida, con algunas excepciones, por la gran mayoría de la historiografía española desde el siglo XIII hasta, como mínimo, comienzos del XX.
Este breve repaso por algunas de las fuentes que aluden al Cid resulta útil porque nos sirve para establecer una clara diferencia entre el retrato que se hace de la relación entre el Campeador y Alfonso antes y después de que escriban sus obras el Tudense y el Toledano. Como hemos visto, las más cercanas a la vida de Rodrigo Díaz, como la Historia Roderici o el Carmen Campidoctoris, ignoran cualquier tipo de promesa del monarca. Lo que está en discusión aquí no es tanto su historicidad, de la que trataremos más adelante, sino su significación e influencia. No debemos olvidar que tanto L. de Tuy como Jiménez de Rada actúan como continuas citas de autoridad de las que se servirán los encargados de escribir la historia de España durante más de siete siglos.
Un claro ejemplo de la continuidad de esta tradición lo encontramos en varios textos históricos que se inspiran en gran medida en el Chronicon mundi y en el De rebus Hispaniae. Uno de ellos, la Estoria de España elaborada bajo la tutela de Alfonso X, representa bien esa influencia. Además de incluir la traición al rey Sancho, da crédito a esa reunión en la que participaron castellanos y navarros con el fin de aceptar a Alfonso como nuevo monarca. Según nos dice el relato alfonsí, la única condición consistía en que «yurasse que non muriera el rey don Sancho por su conseio», a lo que prosigue: «Pero al cabo non le quiso ninguno tomar la yura, maguer que la el rey quisiesse dar, sinon Roy Diaz el Çid solo, quel non quiso recebir por señor nin besarle la mano fasta quel yurasse que non auir el ninguna culpa en la muerte del rey don Sancho»[12].
El relato del juramento en Santa Gadea incorporó paulatinamente nuevos elementos que enriquecieron su simbolismo. La Estoria de España añade que Alfonso tuvo que responder «amén» hasta tres veces a la pregunta de si había tenido o no algo que ver en la muerte de su hermano. Para añadir más solemnidad a lo ocurrido