La vida digital de los medios y la comunicación. Martín Becerra
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Vitalidad
Se vincula con el objetivo de mantener en alto y en positivo los niveles de energía física y anímica, y funciona como un recurso básico del valor anterior. La vitalidad no viene sola, el mercado es un surtidor constante de pequeñas dosis de inmunidad y energía física y espiritual que ayudan a mantenerse ágil, con fortaleza, encendidos, con chispa. La vivacidad es fundamental para no opacarse y mantenerse vigente. En términos mentales, no se traduce tanto a tener una mente brillante como a ser curioso, creativo, vivaz.
Naturalidad
Se define por revalorizar lo no artificial, probablemente como síntesis superadora de la época de los noventa donde la cubierta de maquillaje hacía más deseables las cosas. Es solidario de ciertas actitudes: ser auténtico, honesto, original, único, para lo que conviene no reprimirse, no estructurarse ni impostarse. Ser obsesivo, acartonado o incluso detallista atentan contra la naturalidad. Ser despojado, en cambio, ayuda a moverse con liviandad y más orgánicamente. Responder al mandamiento de ser espontáneo y auténtico quizás sea incluso más difícil de construir que alinearse a un ideal estético más comprable y masivo. Ser espontáneo a pedido del otro (social) resulta paradojal; sin embargo, también concita un costado liberador: no ser perfeccionista, poder reírse de lo humano más fallido, no ocultar las vacilaciones o los momentos donde las escenas nos superan… ser menos hombres-máquina y ser más humanos. Inspirarse en la naturaleza y ser más a imagen y semejanza de ella: frescos, expansivos, fluyentes y simples.
Autovaloración
Parte de la necesidad de contar con parámetros de éxito definidos de manera más personal y provisoria. Se depende cada vez menos del reconocimiento del otro, la vida no se concibe como una carrera por una gran medalla sino que las condecoraciones se apoyan cada vez más en gratificaciones individuales, no tan ofrecidas al servicio del aplauso del otro. La individualidad cobra peso, sentido y tiene un efecto multiplicador positivo porque se entiende que mejores individualidades construyen un mundo mejor. Es decir que, a diferencia del individualismo, la individualidad se autoabastece: no implica que se logre a costa de otros, más aún, confía en que si cada quien logra dar la mejor versión de sí mismo, a todos les irá mejor. El componente “auto” de la autovaloración parte de cierto descreimiento del lugar del otro: ¿desde qué lugar el otro puede valorarme o no? Habiendo perdido fuerza las estructuras jerárquicas de conducción, pasa a ser uno mismo quien evalúa la medida de su éxito en función de metas personales múltiples y no necesariamente convergentes. Por supuesto, esto conlleva mayores dosis de autocrítica, el ojo del otro es cada vez más reemplazado por el susurro de la voz interior.
Cuidado
Este valor implica preservarse lo más posible de las amenazas del afuera; refugiarse en lo íntimo, en el origen (lo no contaminado, lo conocido) como estrategia de supervivencia y amparo ante el aturdimiento, la vulnerabilidad y la fragmentación social. Saber cuidar los recursos propios (personales, comunitarios, planetarios) y ser cuidadoso con los demás. El autocuidado como deber de buen “ciudadano” y el descuido como delator de la medida de aprecio merecido y personal, porque “cuidarse es quererse”.
Autodeterminación
En este caos puede traducirse en no quedarse esperando que las cosas sucedan, sino hacer que sucedan. Ser responsable pero no en su versión más moral, del lado del deber ser, sino en su cara ética: ser consecuentes con los deseos que pulsan desde adentro, no acallarlos, hacerles lugar, acercarse tanto como sea posible a su concreción. Poner en juego el potencial, desplegarlo, hacerlo florecer. Requiere una buena base de empowerment, autoconfianza, asertividad, autocontrol, capacidad de cintura e improvisación. Recuperar el self management, tomar las riendas de la propia vida, dejar de quejarse por la suerte o el destino y ser más artífices del porvenir.
Reflexión final
Respecto de la creciente importancia del consumo en la actualidad, la búsqueda de emociones y valores, apunta Gilles Lipovestky en La felicidad paradójica, que estamos ante una sociedad de hiperconsumo, donde el Homo consomator busca un sentido a su vida a través del consumo como práctica privilegiada y que, lejos de considerarlo como acto de pura pasividad, podemos observar cómo el cambio permanente puede ayudarnos a sentir y a descosificarnos, impedir la repetición de lo ya sentido y ya conocido. Entonces, podemos preguntarnos: ¿cómo seremos capaces de alinear los valores del consumidor con lo diferencial de cada identidad marcaria? ¿Qué promesas serán más relevantes?, ¿qué valores activaremos en los puntos de contacto con la marca, qué sueños promoveremos, qué garantías los harán más creíbles y cercanos?, ¿cómo construiremos legitimidad, afectividad, historia en común? Algunos interrogantes que nos hablan de la oportunidad de estar cada vez más cerca del consumidor y de construir vínculos duraderos desde la comprensión profunda de su adhesión a diversos valores e imaginarios sociales en donde las marcas pueden jugar un papel privilegiado en la vida cotidiana, ya que tienen un rol fundamental en la transmisión de imaginarios sociales, y pueden ayudar al acompañar las transformaciones culturales en sintonía con los nuevos valores.
Capítulo 3
La sustentabilidad del negocio
Por Daniel Dessein.
Presidente del diario La Gaceta (Tucumán), presidente de la comisión de Libertad de Prensa y ex presidente de ADEPA (Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas), prosecretario de ADIRA (Asociación de diarios del interior de la Argentina), vicepresidente regional y miembro de la Junta directiva de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) y miembro del comité ejecutivo de WAN-IFRA (Asociación Mundial de Periódicos).
Una larga búsqueda de un nuevo modelo que garantice la supervivencia o al menos extienda su vida útil
En 2019 se cumplieron 30 años de la creación de la web, tres décadas en las que se produjo un cambio radical de las reglas del juego para los medios de comunicación. Durante el segundo lustro de los 90, la mayoría de los medios periodísticos lanzaron sus ediciones online. Recién en 1997 se fundó Google, una de las dos empresas que afectarían de manera inédita el negocio periodístico. Y faltaban siete años para que naciera Facebook, la segunda compañía de la famosa dupla.
Fue en 2007 cuando se aceleró la disrupción digital. De muchas apariciones de empresas, proyectos y productos que la impulsaron, sobresale un hecho: la presentación del iPhone por Steve Jobs. Los teléfonos inteligentes cambiarían, entre otras cosas, la forma de comunicarnos y de consumir información. Hoy tenemos más celulares que habitantes y la mayor parte de los contenidos periodísticos se consumen mediante estos dispositivos.
En ese mismo año la publicidad era el principal insumo económico de todo tipo de medios. Un 40% de la torta publicitaria global se la llevaba la televisión, un 30% los diarios, un 12 las revistas. Internet, menos del 5%1. Hoy las marcas tecnológicas se llevan la principal tajada (concentrada en Google y Facebook) y los diarios un tercio de lo que tenían hace una década.
¿Cuál fue la estrategia de los medios en las primeras dos décadas de aventura digital? Acumular visitas con contenidos ofrecidos de manera gratuita, apostando a sustituir los ingresos tradicionales por publicidad digital. Esa dinámica vertiginosa de captación masiva de clics deterioró la calidad y los estándares profesionales del periodismo. Y la ansiada sustitución no llegó nunca.
Hoy, el 90% de los ingresos de los diarios sigue proviniendo del papel2. A esta velocidad crucero de transformación necesitarían más de dos siglos para consolidar el nuevo modelo. Ponemos el acento en la gráfica porque ese sector de los medios sigue generando la mayoría de los contenidos periodísticos –y los de mayor calidad–. El futuro del periodismo se