Mitología griega. Javier Tapia

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Mitología griega - Javier Tapia


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psicológicamente, a menudo en una forma de profecía autocumplida, pero otras veces de una forma “natural”, como si estuviéramos hechos para ello y como si no hubiéramos cambiado nada en los últimos doce mil años. ¿Cómo es esto posible? ¿Por qué es así y no de otra forma?

      Esperamos, sinceramente, que este libro ayude a descubrir estos misterios.

      J.T.R.

      I: El cosmos y la consciencia

      (Patriarcado y matriarcado)

      “¡Oh, gran Cosmos! ¿Por qué

      los humanos y no otros seres

      de mejores dones y mayor jerarquía?”

      “Porque en ellos, los humanos, hay escondida

      simiente divina del Cosmos”.

      ¿Por qué pensamos?

      ¿Cómo es posible que nos hagamos preguntas?

      ¿De dónde nacen los pensamientos?

      ¿Por qué sentimos?

      ¿Por qué nos emocionamos?

      ¿Por qué creemos?

      ¿Qué hay más allá y antes de todo esto?

      ¿El verdadero caos, o algo que simple y llanamente no comprendemos?

      Dentro de la mitología griega, al igual que en muchos otros pensamientos mágicos, trascendentes, místicos o religiosos, la nada y el caos preceden al todo, luego viene el orden, el cosmos, hasta que todo se desordena y vuelve el caos, una y otra vez, sempiternamente, donde incluso los héroes y los dioses desaparecen para siempre, o vuelven a renacer con otras formas, con otro pensamiento, sin memoria, y los seres humanos, sin divinidad ni heroísmo, somos apenas un suspiro en la nada.

      Cuentan las leyendas egeas que cuando los humanos éramos poco más que animales, los titanes se dieron cuenta que teníamos una mente y un cuerpo preparados para cosas más elevadas que simplemente deambular por el mundo en busca de comida y refugio, como el lobo o el jabalí, o cualquier otro animal.

      El ser humano podía hablar, pero no hablaba propiamente dicho, solo emitía sonidos de alarma, ira, alegría o llanto, como cualquier bestia.

      Podía oír, ver y palpar, pero no sabía interpretar lo que veía, olía o palpaba, simplemente respondía a los estímulos, reaccionaba.

      Tenía que cubrirse ante el frío y el calor con pieles que no eran la suya, y lo hacía por necesidad y por instinto, pero no sabía hacerlo.

      Suplía su falta de garras u colmillos con palos y piedras, como algunos monos y pájaros, pero en realidad carecía de verdaderas técnicas y tecnologías, simplemente pasaba miles de años repitiendo las mismas rutinas.

      Tenía un cerebro grande capaz de almacenar los conocimientos del universo, pero no pensaba, ni razonaba ni buscaba ni entendía, solo intuía y repetía.

      Su cuerpo era casi perfecto, pero no sabía usarlo, y el cuerpo funcionaba por sí solo de forma autónoma y automática.

      Era social, como muchos otros animales, porque se juntaba en pequeños grupos, pero no sabía organizarse ni cuidarse.

      Era muy sensible e intuitivo, pero no tenía idea de la vida ni de la muerte, y mucho menos de la paternidad, solo de la maternidad, como sucede con tantas especies.

      No enterraba a sus muertos ni pensaba en la posibilidad de trascender, de un más allá, simplemente los abandonaba o los cubría de piedras por miedo a los carroñeros, como él, y a los depredadores.

      Fue creado como cualquier otro animal, pero albergaba en su interior potencias y virtudes que ni siquiera imaginaba. De hecho y durante milenios, imaginaba muy poco o nada.

      ¿Por qué el cosmos había derramado en aquellos seres la semilla de la consciencia si no les florecía?

      ¿Para qué los dotó el cosmos de un espíritu si nacían y morían sin conocerlo?

      El ser humano común y corriente tenía un alma dentro, pero era sucio, era cruel, era dócil, era inconsciente, era feo, era torpe.

      No era posible que hubiera sido creado con un cuerpo, una mente y una alma que tuvieran tantas posibilidades, y los titanes quisieron remediarlo.

      Jápeto, padre, y Epimeteo y Prometeo, hijos, fueron los responsables de que aquellos seres humanos, animales, salvajes y primitivos, vislumbraran sus múltiples potencialidades. Algo que no fue del agrado de los dioses, sobre todo de Zeus, pero ya no se podía dar marcha atrás, y los seres humanos elevaron sus ojos hacia las estrellas, y empezaron un largo camino para desanimalizarse, un camino que aún no han concluido de recorrer hoy en día.

      El cosmos crea absolutamente todo, dioses, animales, hombres, seres míticos, virtudes y pasiones, pero es tan perfecto y lejano a nuestro entendimiento que se olvida de nosotros, o al menos no podemos comprenderlo, y deja la responsabilidad a nuestros hermanos mayores, los titanes y los dioses, que nos guían y nos refinan directamente, permaneciendo con nosotros milenios, hasta que un buen día desaparecen, nos abandonan y nos dejan a nuestra suerte; ellos han cumplido con su parte y nos han dejado sus historias como enseñanza a seguir, pero nuestra conciencia no es la consciencia de los dioses, ni nuestras virtudes son las suyas, por lo que en dicho seguimiento cometemos muchos errores.

      Patriarcado y matriarcado

      Pensar o creer en dioses superiores o creadores es ya aceptar las formas jerárquicas de gobierno y relación. No hace falta mucha conciencia para aceptar el mando, liderazgo o gobierno de alguien más sabio, más fuerte o más poderoso, todo los animales lo hacen.

      Pero tomar verdadera consciencia de uno mismo y del entorno, requiere mucho tiempo, estudio, experiencia; es decir; se requiere de un entrenamiento social constante que se convierta en tradición y cultura, para así darnos cuenta de cosas tan simples como de nuestra propia mortalidad y de nuestra propia paternidad; la maternidad fue más fácil de comprender porque fue una experiencia directa, aunque harto mal diseñada biológica y físicamente tanto para el niño como para la madre, pero inequívoca: la madre es la madre.

      ¿Pero el padre, quién es el padre? Aún hoy en día lo dudamos, y con cierta frecuencia se huye de esta responsabilidad.

      ¿El viento del Norte, el río Ponto, la montaña sagrada, la espuma del mar, el semen de los dioses, los delfines blancos son los que embarazan a reinas, princesas y campesinas?

      ¿Es Zeus el padre biológico de todos los seres humanos de la antigüedad en su andar promiscuo? Los varones humanos, en el mejor de los casos, ¿son solo padrastros?

      Zeus, que es más que solo un dios griego, pues su incursión en los mitos y las leyendas egeas trae consigo la concepción de la paternidad y, por ende, del patriarcado, y, lo que es aún más importante para nuestro orden social, cultural y político, del patriarcado jerárquico.

      Según apuntan Marvin Harris y Robert Graves, antes de la conciencia de la paternidad es muy posible que hayan existido formas de matriarcado tal y como lo señalan las leyendas.

      El matriarcado está proscrito de las ciencias sociales, como si en realidad no hubiera existido nunca, y, si alguna vez existió, no permiten que se equipare al patriarcado que ha dominado en la Tierra los últimos ocho o nueve mil años.

      Rey por un día

      Milenios antes de que se inventara la escritura, cuentan no pocas leyendas que antes de que los hombres se dieran cuenta de su poder, paternidad y jerarquía, las mujeres gobernaban el mundo.

      Más astutas y sexualmente más resistentes y productivas, tenían sometidos a los hombres y los utilizaban a su conveniencia.

      Los tenían esclavizados, y solo los dejaban cazar, ir a la guerra o encargarse de los trabajos más peligrosos y duros, pero no les permitían ningún poder, lujo o vida social. Ellas mandaban, y ellos obedecían.

      Los hombres ni siquiera eran conscientes de su paternidad. Con su sexo, cuando mucho, proporcionaban


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