Mitología griega. Javier Tapia

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Mitología griega - Javier Tapia


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el mejor ejemplar de varón estaba destinado a ser rey por un día, premio que a veces podía durarle hasta un ciclo lunar, porque su función era satisfacer a la reina, y embarazarla sin darse cuenta. Pero tanto si la embarazaba o no, su destino era el mismo: servir de plato principal en el banquete que se ofrecía en su honor al terminar su mandato.

      Mientras era rey, era agasajado y alimentado con las mejores viandas. Su cuerpo era cuidado con los mejores baños, unciones y maquillajes. Sus sentidos eran embriagados con los mejores licores, músicas, bailes y espectáculos. Tenía a su disposición sexual a un séquito de hermosas ninfas, y compartía el lecho nupcial con la reina, que no siempre era joven y hermosa, pero sí señora y ama de vidas y haciendas.

      Una vez que la reina se sabía embarazada, o se cansaba de su consorte, mandaba preparar todo para el festejo y banquete de despedida, donde el plato principal, como ya habíamos señalado antes, era el propio rey.

      En muchos pueblos y aldeas, los hombres no tardaron en darse cuenta que ser fuerte, joven y hermoso no era ninguna prebenda positiva, sino una peligrosa carga, y más de uno se automutilaba o huía para no merecer el honor de gobernar por un día, y terminar siendo el asado por la noche.

      Cuentan las leyendas que de esta manera más de un viajero o peregrino tuvo la dudosa suerte de ser rey por un día, y que si bien alguno logró escapar de la muerte y la antropofagia, la mayoría dejaban su cuerpo y su simiente en el reinado, donde sus hermosos hijos varones podían repetir la gracia de ser reyes por un día, devorados quizá por su propia madre o hermanas biológicas.

      Obviamente, por aquellas épocas ni la promiscuidad ni el incesto tenían marcadores sociales negativos.

      Mítica y psicológicamente, hay quien atribuye a estas lejanas costumbres el hecho de que a las mujeres locales les atraigan los extranjeros.

      Las Amazonas

      Otra de las leyendas clásicas, que según los últimos descubrimientos arqueológicos tiene algo de realidad y de historia, es la que nos habla de las Amazonas, todas ellas mujeres, bravas guerreras, fabulosas jinetes y hábiles arqueras, que incluso se cercenaban uno o dos senos si estos les estorbaban a la hora de lanzar las flechas, poderosas hembras a las que tuvieron que enfrentarse los mirmidones bajo el mando del glorioso Aquiles que supuestamente vence a la amazona Pentesilea durante la guerra de Troya, y supuestamente por ser protegido de los dioses, pero no vence al espíritu de las amazonas.

      Las Amazonas eran enemigas declaradas de los pueblos griegos y estaban en guerra permanente contra ellos, sobre todo por cuestiones ideológicas de género, pero también peleaban contra muchos otros pueblos vecinos que osaban molestarlas o interferir en sus planes.

      Las Amazonas mataban o exiliaban a los hombres, incluso si eran sus propios hijos o amantes, por considerarlos inútiles para la vida en común, y pusilánimes, traidores y cobardes para la guerra y la batalla.

      Los amantes podían pasar una noche en su tierra, y a los hijos varones se les permitía vivir con ellas hasta que supieran valerse por sí mismos, es decir, sobre los siete años de edad, pero no era raro que los entregaran a una nodriza de un pueblo vecino nada más nacer, que se deshiciera de él, e incluso hay leyendas que cuentan que la receta del niño envuelto viene de aquellos tiempos.

      Se cuenta que las Amazonas vivieron en alguna isla del Egeo, e incluso en Anatolia, hoy Turquía o Asia Menor (Heródoto las sitúa en Escitia, plena Grecia), y que la costumbre de sacrificar al primogénito varón, ya fuera para ofrecerlo a los dioses o para preparar la cena, proviene de ellas, y que se extendió por todo el Mediterráneo, el mundo semítico y buena parte del continente africano.

      De hecho hoy en día hay tribus en la África profunda que cocinan al hijo varón, primogénito o no, que carece de una función dentro del grupo, o que no tendrá con quién casarse en un futuro. En otras tribus de origen Tutsi, simplemente los exilian y les niegan para siempre la categoría de hombres adultos. En Burundi se conforman con ser las mujeres las que cortejan y escogen marido, y, entre algunos grupos étnicos bereberes, son los hombres los que se maquillan y coquetean, y las mujeres las que los eligen o desechan, porque el poder está en las mujeres, que en cierta forma siguen siendo aguerridas amazonas.

      Mucho más lejos, curiosamente y cerca la cuenca del río Amazonas, hay tribus donde la paternidad sigue siendo cuestión del río y de los delfines blancos de agua dulce, y no de los señores.

      El hombre como generador de vida

      Realidad o fantasía, el matriarcado se extiende hasta el día de hoy en diferentes formas de expresión, sobre todo en culturas en extremo patriarcales o “machistas”, donde las mujeres tienen el dominio interno de la vida privada, y renuncian fácticamente a la vida pública difícil y conflictiva, la cual dejan en las manos de los varones, cumpliendo con el factor cultural, y para muchos natural, de que el varón es el proveedor, el cazador, el guerrero, el responsable, el fuerte, el valiente; y la hembra simplemente la administradora del hogar, un orden que ellas han venido construyendo, transmitiendo y refinando desde hace miles de años, y que solo alteran cada cierto tiempo, con movimientos feministas, por ejemplo, cuando se sienten amenazadas en su seguridad o intereses.

      Según los mitos y leyendas, el hombre cayó en la dulce trampa de salir a cazar y a matar para tener contenta a la mujer, cuando se dio cuenta de que era generador de vida, es decir, que era padre biológico, y que la mujer solo era un medio, almacén, depósito o conducto para que esto fuera posible, y el mito de Zeus, que tiene a sus primeros hijos emanados de su propio cuerpo, cabeza y pierna, completa la autonomía paternal que va a dar lugar al patriarcado desde hace unos siete mil años a la fecha, cuando aparece la figura de Hércules, semidiós y el más fuerte de los dioses y los hombres, que vence a Hipólita, reina amazona, para cumplir con una de sus doce pruebas y quedar como un señor, pues no solo la vence físicamente, sino que la domina y la hace su amante, simbolizando con ello el poder y la superioridad masculina indispensable para la instauración y continuidad del patriarcado por los siglos de los siglos. Una hermosa forma de ganar perdiendo, donde la vanidad y el ego ciegan a quien ha de cargar el mundo sobre su espalda.

      Las diferencias y desigualdades no se detienen ahí, el género no es la única causa de conflictos liberados por Pandora en los albores de la humanidad, también están el poder mismo, la edad, el conocimiento, las posesiones, las riquezas, la salud, y hasta la personalidad y el carácter, reflejadas todas ellas en un mundo mitológico donde todas las pasiones y emociones tienen cuerpo físico, como Metis, la Prudencia, primera amante de Zeus y representante de los últimos estertores del matriarcado, o del feminismo arcaico, porque Zeus la devora viva en su preñez, temeroso de que los hijos que engendre con ella le quiten el trono, como él hizo con Cronos, y termina por parir a Atenea por la cabeza, de esta manera, Zeus se convierte en padre generador, capaz de parir a sus propios hijos, abriendo la puerta, de manera simbólica y con legitimación divina, al patriarcado.

      Batalla contra las Amazonas

      Un cosmos masculino y femenino a la vez

      El cosmos es el multiverso mismo, algo que no podemos comprender, frío y lejano a pesar de su luminosidad, e inaccesible a pesar de su cercanía, con muchos matices y fondos oscuros que nublan nuestro entendimiento, y sin embargo lo intuimos, lo imaginamos, le damos cualidades, queremos calcularlo, e incluso hemos querido darle género y hacerlo masculino, más allá del sexo y la procreación, como una magna obra que en el miasma de la Vía Láctea lo ha creado todo.

      Sin tiempo y espacio el antes del antes no tiene sentido, pero una vez que el Cosmos crea a Eros, el amor, y lo deposita en Gea, la Tierra, el tiempo y el espacio, Cronos y Urano, todo tiene un sentido y un destino a pares, hombre y mujer, femenino y masculino, donde el patriarcado y el matriarcado caminan unidos a pesar de sus diferencias, pleitos y conflictos.

      Las grandes religiones y los grandes estados solo podían haber surgido, como los conocemos, dentro de un sistema desigual y jerárquico donde el patriarcado y el matriarcado se dividen y comparten sutilmente el poder, porque entre ambos conforman el cosmos que les da destino, sentido y razón de ser.

      Mítica


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