Mitología griega. Javier Tapia
Читать онлайн книгу.la observación astrológica y astronómica del cielo, por lo que no falta quien la señala como madre de la filosofía.
Atenea nace ya armada de la frente de Zeus después que este hubiera devorado a Mnemosine, la que iba a ser su madre, y se mantiene siempre igual, inmutable, casta, pura y virgen por toda la eternidad. Atenea nunca tuvo relaciones amorosas o sexuales, sus amores y sus pasiones se refirieron siempre a mejorar el mundo de una forma correcta, justa y racional.
Defensora acérrima de la paz, era invencible en la guerra, con lo que ni su padre, Zeus, ni sus tíos, Hades y Poseidón, ni sus hermanos, sobre todo Ares, pudieron derrotarla nunca.
Palas Atenea, diosa de la sabiduría
Atenea es la figura divina de la mitología griega que tuvo más templos a lo largo y ancho de la cuenca mediterránea, y es patrona de la ciudad estado más importante e influyente del mundo antiguo y moderno, Atenas, un reconocimiento que ganó después de vencer a Poseidón, quien también pretendía ser el patrón de la urbe.
En Atenas nace el pensamiento occidental que ha dominado al mundo en los últimos dos mil quinientos años, cultural, social, económica y políticamente.
Por tanto, no es que los grandes autores de la antigüedad trasciendan y sean igualmente vigentes hoy en día que en aquel entonces, sino que es el sistema ateniense el que no ha cambiado nada en casi tres mil años de existencia, el mismo que Solón hace eficiente y Platón retrata en su República.
Por supuesto y desde el punto de vista mítico, la ciudad es la diosa y la diosa es la ciudad, y si Roma es la ciudad eterna, Atenas es su progenitora.
La mitología romana, a pesar de sus características propias sobre su fundación y la herencia etrusca, es fiel copia de la mitología griega, tanto, que algunos autores, como Wright, señalan que debería llamársele mitología grecorromana, ya que la misma diosa, racional y sabia, aceptaría esta denominación el mismo día que los romanos vencieron y conquistaron a los atenienses en las postrimerías del siglo II antes de la era común.
En el extinto reino de Micenas, Atenea era llamada Micena y en Tebas, Teba, indicando que en esas regiones, a pesar de su virginidad, era considerada Diosa Madre. Este fenómeno virginal no era exclusivo de Micenas y de Tebas, sino que se extendía por todo lo ancho y largo del Mediterráneo (en Egipto, según Heródoto, la llamaban Neit), de forma tan permanente y potente, que el catolicismo no tardó en adoptarla y sincretizarla con la madre virgen del Nuevo Testamento.
Platón, que en un principio y como todo filósofo joven, dudaba de la existencia de los dioses y propuso su desaparición, pero con el tiempo y la madurez entendió la importancia y función social de las creencias, el poder coaligado de los dioses, de las creencias míticas y de la religión, como lo hace en el diálogo Crátilo, donde analiza el nombre de la diosa y lo asimila tanto a la divinidad como al conocimiento.
Atenea, por tanto, se convierte en la diosa más importante del panteón Olímpico, tanto en la vía mística como en la vía intelectual, y es considerada una potencia divina femenina en todos los ámbitos y en todos los sentidos, desde la agricultura y la ganadería, hasta las más elevadas producciones de la humanidad.
No hay actividad humana que no se relacione con Atenea, y si bien está ausente de pasiones y de amores mundanos que practican el resto de los dioses, sí preconiza el amor universal a través de la paz, el equilibrio, la armonía, las artes, las ciencias, la justicia y las leyes.
Madre intelectual de la humanidad, inspira los pensamientos modernos tanto como ha inspirado a humanos, héroes y semidioses en el pasado, dando ejemplo, enseñando, aplicando la lógica, la reflexión y la meditación, actuando de manera práctica y directa, dando soluciones reales a los problemas y consejos sabios ante las dudas; en suma, una diosa impagable, la potencia femenina de la inteligencia pura que redime y refina a la humanidad entera.
Con Atenea la mitología griega alcanza un estado formal que no tardará en convertirse en religión propiamente dicha, con los riesgos políticos, económicos y sociales que ello conlleva, como la manipulación y el fraude, que apartan a la población en general del conocimiento, y la sumergen en la ignorancia y en la pobreza a través de la creencia ciega, algo completamente contrario a los valores de Atenea, que en algunos aspectos parece no habernos abandonado del todo y que subyacen en los símbolos que la acompañan: el búho, el yelmo y la serpiente, que denotan la sabiduría, la inteligencia y la capacidad de transformación, respectivamente. Por tanto, si bien se ha vulgarizado y sincretizado su figura, su esencia esotérica, como su virginidad, sigue viva eternamente.
Apolo, el dios del movimiento solar
y la belleza viril
Llama la atención que dentro de la mitología griega el astro rey no haya tenido una importancia fundamental ni en su cosmovisión de la creación del mundo, ni en la vida cotidiana de los antiguos griegos y su zona de influencia, donde hay otros dioses dedicados al sol, como Ra en Egipto e Ío en las culturas mediterráneas del Egeo, como garantes de la continuidad de la vida sobre la Tierra. Apolo arrastra a Helios, el sol, con su carruaje, pero no lo ensalza ni lo representa directamente.
Apolo es hermano gemelo de Artemisa, la cazadora, e hijo de Zeus y la titánide Leto, y era tal su radiante belleza, que tanto atraía como causaba espanto y rechazo, por lo que era ampliamente adorado y venerado, como temido. En el fondo todos le temen, pues nadie puede contenerlo en su ira, ni siquiera su padre ni su madre, y mucho menos el resto de los dioses, que intentaban siempre tenerlo a distancia y contento en lo más alto de los cielos, recorriendo con su carro el firmamento.
Apolo, el dios de la belleza masculina
Siempre joven y siempre bello, podía curar toda clase de males, pestes y enfermedades, pero también podía causarlas.
Siempre activo y potente, protegía a marinos, campesinos, pastores y arqueros, pero también podía matarlos y destruirlos en cualquier momento.
Señor de la salvación y de los accidentes mortales, del paso de la juventud a la vida adulta, y de la muerte inesperada, bondadoso y generoso como ninguno, pero también cruel y destructivo como nadie.
Patrón de los arqueros y protector de cazadores y guerreros, Apolo es un dios naturalista que adora la desnudez y reniega de lo suntuario, sobre todo de la desnudez masculina viril y bella, como la suya propia.
Las únicas que no le temen, que son sus amantes y a las que defiende a capa y espada, son las nueve musas, por lo que también se le relaciona con las artes y las ciencias, con la música y con la razón, y no menos con las artes proféticas, como los oráculos, el de Delfos especialmente, la astrología, la numerología, la quiromancia, las premoniciones, los sueños lúcidos vaticinadores, las entrañas de aves reveladoras, y la magia y la brujería premonitorias.
Apolo tuvo una infancia dura, de ahí su carácter extraño y difícil, ya que su nacimiento no fue bien visto por Hera, que lo condenó a no nacer en tierra firme, por lo que nació en una isla flotante llena de cisnes; a no ser el primogénito, dándole una hermana gemela que nació primero; y a defender constantemente a su madre de los monstruos y males que le enviaba continuamente por ser amante de Zeus, como Pitón, hijo monstruoso de Gea, al que Apolo mata con las flechas de Hefesto y es castigado por ello; o como el gigante Ticio, también divino, que fracasó en su empresa gracias a la ayuda de Artemisa y a la intervención de Zeus que manda al gigante al Tártaro.
Con Zeus también tuvo problemas el joven Apolo, ya que por accidente Zeus mata con un rayo a Asclepio, hijo de Apolo, al intentar resucitar a Hipólito. Apolo entiende que fue un accidente, pero mata a los cíclopes que habían creado el rayo de la resurrección, por lo que Zeus pretende enviar a Apolo al Tártaro, junto con titanes rebeldes, monstruos y gigantes, pero no lo hace por petición de Leto, y porque ve en Apolo un peligro potencial capaz de destruirlos a todos, así que en lugar de castigarlo prácticamente lo premia.
El conflicto con