Totalitarismo del mercado. Franz Josef Hinkelammert

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Totalitarismo del mercado - Franz Josef Hinkelammert


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Freud no piensa en estos términos; no se imagina una sociedad que sería redención humana (por lo menos no la tematiza como tal). Por eso, cuando en El hombre Moisés[1] se dedica al análisis de la tradición judía, busca un asesinato del padre que no encuentra. No duda, como resultado, de sus convicciones, sino que inventa un asesinato del padre: un pretendido asesinato de Moisés por parte del pueblo y que haya sido reprimido. Ve entonces en los salmos y en los profetas un retorno de este asesinato del padre, que retorna sin ser reconocido.

      Al partir Marx de la negación o del asesinato del hermano, tiene que desembocar en su afirmación: el ser humano es el ser supremo para el ser humano. Para Freud el ser supremo es el padre, no el ser humano. En la tradición judía hay otro padre: el padre Abraham, que no sacrifica a su hijo Isaac. Al no hacerlo, tampoco su hijo lo asesina. A este padre, Freud no lo puede reconocer. Por tanto, cuando éste analiza el cristianismo, lo aborda como religión del hijo que ha sido muerto por el padre. Puede sostener eso cuando se apoya en la ortodoxia cristiana, en la cual Dios padre manda a su hijo a sacrificarse y morir a manos de los seres humanos. El resultado, aunque metafórico, es que el hijo, al resucitar, mata a su padre y funda el cristianismo como religión del hijo.

      De esta manera se ve cómo el humanismo que Marx desarrolló en los años 40 del siglo XIX le sigue toda su vida. Marx es humanista, mas, como tal, es hombre de la praxis. Lo que él fomentó es un humanismo de la praxis en contra del humanismo de puras palabras, tan en boga en nuestra sociedad. La famosa ruptura —que construye sobre todo Althusser— presente en la transición del Marx del humanismo, que sería el joven, al del pensamiento de estructuras no existe. También el joven Marx ha sido bastante maduro. Althusser es incluso capaz de sostener que “El marxismo no es un humanismo”, pero el cambio de Marx se produce simplemente porque desarrolla la praxis de este humanismo. Para ello tenía que efectuar la crítica de la economía política. Por eso incluso este humanismo de la década de 1840 ha sido ya una llamada a fomentarlo como humanismo de la praxis, y su análisis quiere explicar cómo a partir de las estructuras del capitalismo se produce este asesinato del hermano. Marx da a su humanismo un fundamento de praxis al desarrollar la crítica de la economía política.

      Resulta, entonces, que la crítica de la religión en Marx pasa por toda su vida y obra. Es en todo momento una crítica de la idolatría referida a los ídolos que el capitalismo sustenta o crea; es siempre, entonces, una crítica hacia la idolatría —o el fetichismo— del mercado, del dinero y del capital. En el siglo XX habría incluido la crítica del fetichismo del Estado y el correspondiente fetichismo del crecimiento económico, que aparece con fuerza comparable tanto en el socialismo soviético como en el capitalismo, que hizo de este crecimiento un fetichismo económico-escatológico. Dicho carácter escatológico del capitalismo es adquirido por su uso de la magia de la mano invisible en la interpretación de la realidad empírica como una realidad destinada a un crecimiento ilimitado e infinito.

      De esta manera se ve que Marx no es un ateo dogmático. El problema fundamental en su crítica de la religión no tiene mucho que ver con el conflicto entre ateísmo y teísmo. Su problema son los dioses falsos, que entran en conflicto con el ser humano como ser supremo para el ser humano. Marx da cuenta del conflicto decisivo entre los falsos dioses terrestres y la dignidad humana, y una crítica de la religión de este tipo excluye un ateísmo dogmático. Hasta donde se puede imaginar, un Dios para el cual también el ser humano es el ser supremo para el ser humano, no es su problema. Deja abierta esta pregunta, y con ello también un espacio que permite pensar que alguna vez y en algún lugar será tratado este problema.

      Pero de esta manera se ve claramente que su crítica de la religión tiene una gran diferencia con la de Feuerbach, y va mucho más allá de ésta. Feuerbach deja desaparecer los dioses, que dejan de existir si el ser humano deja de creer en ellos. Los dioses de Feuerbach son trascendentes y no pertenecen al mundo concreto de la experiencia; en cambio, los dioses que critica Marx son terrestres: actúan en la realidad terrestre, aunque no se crea en ellos. Existen aunque Marx los revela como dioses falsos, como fetiches. Pertenecen al mundo concreto de la experiencia humana. Estos dioses, Feuerbach no los conoce. En cambio, son los únicos que le interesan a Marx después de la crítica de la religión feuerbachiana.

      Por ello, para Marx es irrelevante la pregunta de si alguien es ateo o no. La respuesta es un asunto privado. En cambio, la pregunta de si existen “dioses terrestres” y si el ser humano se define en contra de ellos para ejercer resistencia es, según él, una pregunta sobre vida o muerte. La supervivencia de la humanidad no es solamente un problema técnico; depende de que lo humano logre la primacía en el ser humano, que éste sea “emancipado” y derrote a los falsos dioses.

      MARX Y KANT

      De su afirmación de que el ser humano es el ser supremo para el ser humano, Marx deriva una exigencia que presenta como un imperativo categórico. Se trata, evidentemente, de una alusión a Kant, quien había empezado a hablar de dicho concepto; mas el imperativo categórico de Marx no es el kantiano, es más bien su contrario y la respuesta a la formulación de Kant.

      La forma más conocida del imperativo categórico de Kant es:

      Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal.

      Se trata de las normas universales que de esta manera definen el núcleo de la ética kantiana, por eso las llama imperativo categórico: son normas cuyo cumplimiento nunca debe faltar, sin consideraciones de la situación en la cual se aplican.

      Sin embargo, Marx descubre la injusticia de esta ley universal, en tanto es tratada como ley de cumplimiento. Es una ley que rige en nuestros mercados y éstos, en cumplimiento de la ley, condenan a muerte y ejecutan. La leyes universales que Kant puede derivar, casi todas son leyes que conforman lo que Max Weber llama la ética del mercado, en cuyo marco se lleva a cabo una lucha donde los perdedores en gran parte mueren efectivamente. Algo así vivimos hoy con Grecia: se cobra una deuda a precio de sangre humana. Esta política colinda con el genocidio, pero se trata de un genocidio que no viola ninguna ley. Los tribunales y la policía colaboran con él, y la opinión pública lo aprueba o lo esconde. Marx descubre eso en relación con casi todo lo que denuncia como explotación. Aunque se explote hasta la muerte, casi nunca la explotación del otro viola una ley. Los asesinos cumplen la ley; los asesinados, al no pagar sus deudas, la violan. Los asesinos, al cumplir la ley, tienen una conciencia completamente tranquila y por eso defienden la ley.

      Marx no afronta esta situación con lo que en el lenguaje de Nietz­sche se llama “moralina”, mas contesta con un argumento que también Nietzsche despreciaría: declara, como vimos, que aquí el ser humano es el ser supremo para el ser humano; denuncia estos crímenes que se cometen en nombre de leyes abstractas e instituciones que se basan en estas leyes, y deriva de la situación su respuesta (según él, una respuesta a los falsos dioses, los fetiches, que exigen sacrificios de vidas humanas). De acuerdo con Marx, estas instituciones, sobre todo la del mercado, se levantan como el ser supremo para el ser humano, y en tal rol son dioses falsos, pero ninguna institución es ser supremo para el ser humano. Posteriormente, Marx llama fetiches a estos dioses falsos y los analiza en sus varias teorías del fetichismo.

      Como hemos dicho, es de esta afirmación del ser humano como ser supremo para el ser humano de donde deriva lo que él postula como su imperativo categórico enfrentado a la formulación kantiana. Así, desemboca en esto:

      Por consiguiente, es el imperativo categórico de echar por tierra todas las relaciones en que el ser humano sea un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable.

      La afirmación implica necesariamente este enfrentamiento con cualquier explotación y desprecio hacia el ser humano. Hoy, evidentemente, también incluiríamos aquí toda la naturaleza externa al ser humano.

      No hay duda: Marx supone que la ética kantiana es incompatible con la ética de humanización del ser humano, que necesariamente subyace a cualquier política de transformación. Por eso no se condena la ética de Kant, sino que se la pone en segundo lugar. Siempre que entra en conflicto con la humanización del ser humano, tiene que ser o suspendida o complementada por leyes tipo decreto, que limitan la validez universal de las normas


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