Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina. Pablo González Casanova

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Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina - Pablo González Casanova


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de desarrollo desde un punto de vista sociológico, en su mutua interacción, en análisis integrales y analíticos? ¿Hasta qué punto esta categoría no va a registrar los mismos fenómenos que registran las categorías de la ciudad y el campo, de las clases sociales, de la sociedad plural, de los estratos? ¿Cómo impedir que se use o vea esta categoría con la vaguedad, el sentido emocional o irracional, agresivo, difuso, con que se emplean y miran las categorías que aluden a los conflictos sociales, y que entran automáticamente en los procesos de racionalización y justificación de las partes? Y en fin, ¿qué “significación operacional”[8] práctica, desde el punto de vista de la política de desarrollo actual y alternativa, tiene esta categoría? A las preguntas anteriores habría que añadir otras sobre el comportamiento del fenómeno y su valor explicativo a lo largo de las diferentes “etapas del desarrollo”, y a distintos niveles de movilización social.

      Si el hecho de que los grupos y clases dominantes de las nuevas naciones jueguen papeles o “roles” similares a los que desempeñaban los antiguos colonialistas es censurable o deplorable, o digno de registrarse en el estudio de estas naciones, no es lo que primordialmente nos interesa, sino la capacidad explicativa de un colonialismo interno, su potencial de explicación sociológica del subdesarrollo, y de explicación práctica de los problemas de las sociedades subdesarrolladas. Para ello vamos a abordar el problema de dos formas: una que nos permite la tipificación del colonialismo como fenómeno integral, intercambiable de categoría internacional a categoría interna, y otro que nos permite ver cómo se ha comportado el fenómeno en una nación nueva que ya está pasando de la etapa del “despegue”, que ha pasado por una etapa de reforma agraria, de industrialización, de construcción de la infraestructura y que ha vivido un amplio proceso de “movilización” de la población marginal, de incremento acelerado de la población que participa del desarrollo, es decir, en un país que se encuentra relativamente más avanzado en el proceso del desarrollo y cuya experiencia puede ser políticamente útil a otras naciones recién nacidas a la independencia. A tal efecto vamos a esbozar el fenómeno del colonialismo interno y su comportamiento en el México contemporáneo.

      V

      Originalmente el término colonia se emplea para designar un territorio ocupado por emigrantes de la madre patria. Así, las “colonias griegas” estaban integradas por los emigrantes de Grecia que se iban a radicar a los territorios de Roma, del norte de África, etc. Este significado clásico del término colonia subsistió casi hasta los tiempos modernos, en que una característica muy frecuente de las colonias ocupó la atención: el dominio que los emigrantes radicados en territorios lejanos ejercían sobre las poblaciones indígenas. A mediados del siglo XIX Herman Merivale observaba este cambio en el significado del término. En ese entonces se entendía por colonia, tanto en los círculos oficiales como en el lenguaje común, como toda posesión de un territorio en que los emigrados europeos dominaban a los pueblos indígenas, a los nativos.

      Ahora bien, si tomamos todas estas observaciones sobre el fenómeno colonial para elaborar una definición, que surja de la propia arena política, vemos que la colonia es a) un territorio sin gobierno propio; b) que se encuentra en una situación de desigualdad respecto de la metrópoli, donde los habitantes sí se gobiernan a sí mismos; c) que la administración y la responsabilidad de la administración conciernen al Estado que la domina; d) que sus habitantes no participan en la elección de los más altos cuerpos administrativos, es decir, que sus dirigentes son designados por el país dominante; e) que los derechos de sus habitantes, su situación económica y sus privilegios sociales son regulados por otro Estado; f) que esta situación no corresponde a lazos naturales sino “artificiales”, producto de una conquista, de una concesión internacional, y g) que sus habitantes pertenecen a una raza y a una cultura distintas de las dominantes, y hablan una lengua también diferente.

      Todas estas características, con excepción de la última, se dan, en efecto, en cualquier colonia. La última no se da siempre, aunque sí en la mayoría de los casos. En efecto, como excepciones se pueden señalar las antiguas colonias que formarían más tarde los Estados Unidos de Norteamérica, o Argentina, Canadá o Australia. Sin embargo, aun en esos casos los colonos vivieron cerca de poblaciones nativas con una raza y una cultura distintas, a las que no emplearon en el trabajo de la colonia y que desalojaron de sus territorios o exterminaron. Y si no emplearon en el trabajo de la colonia a los nativos, la importación de negros y de la cultura negra produjo efectos similares a las relaciones de dominio de colonias más típicas, en el sentido moderno de la palabra.

      Esta definición no es, sin embargo, suficiente para analizar lo que es una colonia. Por una parte se trata de una definición jurídico-política, formalista, cuyos atributos pueden estar ausentes, sin que en realidad desaparezca la situación colonial, por lo que pueden escapar de su análisis fenómenos tan importantes como el neocolonialismo. Por otra, no permite el análisis estadístico del colonialismo como una verdadera variable, un análisis dinámico que vaya de la estructura “colonial” a la estructura independiente y que mida los distintos grados de coloniaje o de independencia. Y lo que es más grave: deja fuera el objeto del dominio, la función inmediata y más general que cumple ese dominio de unos pueblos por otros, y la forma como funciona ese dominio.


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