Novelas completas. Jane Austen

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Novelas completas - Jane Austen


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Bennet tuvo el placer de recibir a su hermano y a la esposa de este, que venían, como cada año, a pasar las Navidades en Longbourn. El señor Gardiner era un hombre inteligente y caballeroso, muy superior a su hermana por prestancia y por formación. A las damas de Netherfield se les hubiese hecho difícil creer que aquel hombre que vivía del comercio y se hallaba siempre metido en su almacén, pudiera estar tan bien educado y resultar tan amable. La señora Gardiner, bastante más joven que la señora Bennet y que la señora Philips, era una mujer atractiva y elegante, a la que sus sobrinas de Longbourn adoraban. Sobre todo, las dos mayores, con las que tenía una especial amistad. Elizabeth y Jane habían estado muchas veces en su casa de la capital. Lo primero que hizo la señora Gardiner al llegar fue distribuir sus regalos y describir las nuevas modas. Una vez hecho esto, dejó de llevar la voz cantante de la conversación; ahora le tocaba escuchar. La señora Bennet tenía que contarle sus muchas desventuras y sus muchas lamentaciones. Había sufrido muchas vejaciones desde la última vez que vio a su cuñada. Dos de sus hijas habían estado a punto de casarse, pero luego todo había quedado en agua de borrajas.

      —No culpo a Jane —continuó—, porque se habría casado con el señor Bingley, si hubiese podido; pero Elizabeth... ¡Ah, hermana mía!, es muy duro pensar que a estas horas podría ser la mujer de Collins si no hubiese sido por su empecinamiento. Le hizo una proposición de matrimonio en esta misma habitación y lo rechazó. A consecuencia de ello lady Lucas tendrá una hija casada antes que yo, y la herencia de Longbourn pasará a sus manos. Los Lucas son muy sagaces, siempre están a lo que salta. Siento tener que hablar de ellos de esta forma pero es la verdad. Me pone muy nerviosa y enferma que mi propia familia me lleve la contraria por ello, y tener vecinos que solo piensan en sí mismos. Menos mal que tenerte a ti aquí en estos precisos momentos, me consuela muchísimo; me encanta lo que nos cuentas de las mangas largas.

      La señora Gardiner, que ya había tenido noticias del tema por la correspondencia que mantenía con Jane y Elizabeth, dio una corta respuesta, y por condescendencia a sus sobrinas, cambió de conversación.

      Cuando estuvo a solas luego con Elizabeth, volvió a hablar del tema:

      —Parece ser que habría sido un buen partido para Jane —dijo—. Siento que se haya ido al garete. ¡Pero estas cosas ocurren con frecuencia! Un joven como Bingley, tal y como tú me lo describes, se enamora con facilidad de una chica bonita por unas cuantas semanas y, si por el azar se separan, la olvida con la misma facilidad. Esas inconstancias se dan muchas veces.

      —Si hubiera sido así, sería un gran alivio —dijo Elizabeth—, pero lo nuestro es diferente. Lo que nos ha pasado no ha sido casualidad. No es tan frecuente que unos amigos se interpongan y convenzan a un joven independiente de que deje de pensar en una muchacha de la que estaba locamente enamorado unos días antes.

      —Pero esa expresión, “locamente enamorado”, está tan manoseada, es tan dudosa y tan indefinida, que no significa nada. Lo mismo se aplica a sentimientos nacidos a la media hora de haberse conocido, que a un cariño sólido y verdadero. Explícame cómo era el amor del señor Bingley.

      —Nunca vi una atracción más prometedora. Cuando estaba con Jane no prestaba atención a nadie más, se dedicaba por completo a ella. Cada vez que se veían era más cierto y evidente. En su propio baile desairó a dos o tres señoritas al no sacarlas a bailar y yo le dirigí dos veces la palabra sin conseguir respuesta. ¿Puede haber síntomas más evidentes? ¿No es la descortesía con todos los demás, la misma esencia del amor?

      —De esa clase de amor que me figuro que sentía Bingley, sí. ¡Pobre Jane! Lo siento por ella, pues dado su carácter, no olvidará tan deprisa. Habría sido mejor que te hubiese ocurrido a ti, Lizzy; tú te habrías resignado más pronto. Pero, ¿crees que podremos convencerla de que venga con nosotros a Londres? Le conviene un cambio de aires, y puede que descansar un poco de su casa le sería más provechoso que ninguna otra cosa.

      A Elizabeth le pareció magnífica esta proposición y no dudó de que su hermana la aceptaría.

      —Espero —añadió— que no la detendrá el pensar que pueda encontrarse con ese joven. Vivimos en zonas de la ciudad opuestas, todas nuestras amistades son tan distintas y, como tú sabes, salimos tan poco, que es muy poco probable que eso ocurra, a no ser que él venga a propósito a verla.

      —Mucho mejor. Confío que no se vean nunca. Pero, ¿no se escribe Jane con la hermana? Entonces, la señorita Bingley no tendrá disculpa para no ir a visitarla.

      —Romperá su amistad para siempre.

      Pero, a pesar de que Elizabeth estuviese tan segura sobre este punto, y, lo que era aún más interesante, a pesar de que a Bingley le impidiesen ver a Jane, la señora Gardiner se convenció, después de analizarlo bien, de que había todavía una esperanza. Era posible, y a veces creía que hasta beneficioso, que el cariño de Bingley se reavivase y luchara contra la influencia de sus amigos bajo el atractivo más natural de los encantos de Jane.

      Jane aceptó de buen grado la invitación de su tía, sin pensar en los Bingley, aunque aguardaba que, como Caroline no vivía en la misma casa que su hermano, podría pasar alguna mañana con ella sin el temor de encontrarse con él.

      Los Gardiner pasaron una semana en Longbourn; y entre los Philips, los Lucas y los oficiales, no hubo un día sin que tuviesen un compromiso. La señora Bennet se había cuidado tanto de prepararlo todo para que su hermano y su cuñada lo pasaran bien, que ni una sola vez pudieron disfrutar de una comida familiar. Cuando el convite era en casa, no faltaban algunos oficiales entre los que Wickham siempre estaba presente. En estas circunstancias, la señora Gardiner, que sentía curiosidad por los muchos elogios que Elizabeth le tributaba, los observó a los dos con lupa. Dándose cuenta, por lo que veía, de que no estaban realmente enamorados; su recíproca preferencia era demasiado evidente. No se quedó muy tranquila, de manera que antes de irse de Hertfordshire decidió hablar con Elizabeth del asunto dándole cuenta de su imprudencia por alentar aquella relación.

      Wickham, junto a sus cualidades, sabía cómo complacer a la señora Gardiner. Antes de casarse, diez o doce años atrás, ella había pasado bastante tiempo en el mismo lugar de Derbyshire donde Wickham había nacido. Poseían, por lo tanto, muchas amistades en común; y aunque Wickham se marchó poco después del fallecimiento del padre de Darcy, ocurrido hacía cinco años, todavía podía contarle aventuras de sus antiguos amigos, más recientes que las que ella sabía.

      La señora Gardiner había estado en Pemberley y había conocido al último señor Darcy de la cabeza a los pies. Este era, por consiguiente, un tema de conversación inacabable. Comparaba sus recuerdos de Pemberley con la pormenorizada descripción que Wickham hacía, y elogiando el carácter de su último dueño, se complacían los dos. Al enterarse del comportamiento de Darcy con Wickham, la señora Gardiner creía recordar algo de la mala fama que tenía cuando era todavía muchacho, lo que cuadraba en este caso; por fin, confesó que se acordaba que ya entonces se hablaba del joven Fitzwilliam Darcy como de un chico díscolo y orgulloso.

       En el actual barrio financiero de Londres, que en aquel tiempo estaba ocupado principalmente por comercios.

      Capítulo XXVI

      La señora Gardiner hizo a Elizabeth la advertencia que hemos expuesto puntual y amablemente, a la primera oportunidad que tuvo de hablar a solas con ella. Después de haberle dicho honradamente lo que pensaba, añadió:

      —Eres una chica demasiado prudente, Lizzy, para enamorarte solo porque se te haya advertido que no lo hicieses; y por eso, me atrevo a hablarte sin tapujos. En serio, ve con tiento. No te comprometas, ni dejes que él se vea envuelto en un cariño


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