Novelas completas. Jane Austen

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Novelas completas - Jane Austen


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pronto vio que su amiga tenía poderosas razones para obrar así, pues Collins habría estado menos tiempo en su aposento, sin duda, si ellas hubiesen disfrutado de uno tan grande como el suyo. Y Elizabeth aprobó la actitud de Charlotte.

      Desde el salón no podían ver el camino, de modo que siempre era Collins el que le daba cuenta de los coches que pasaban y sobre todo, de la frecuencia con que la señorita de Bourgh cruzaba en su faetón, cosa que nunca dejaba de comunicarles aunque ocurriese casi todos los días. La señorita solía detenerse en la casa para conversar unos minutos con Charlotte, pero era difícil convencerla de que bajase del carruaje.

      Pasaban pocos días sin que Collins diese un paseo hasta Rosings y su mujer creía con frecuencia un deber hacer lo propio; Elizabeth, hasta que recordó que podía haber otras familias dispuestas a hacer lo mismo, no comprendió el sacrificio de tantas horas. De vez en cuando les honraba con una visita, en el transcurso de la cual, nada de lo que sucedía en el salón le pasaba por alto. En efecto, se fijaba en lo que hacían, miraba sus labores y les aconsejaba hacerlas de otro modo, encontraba defectos en la disposición de los muebles o descubría fallos en la criada; si aceptaba algún refrigerio parecía que no lo hacía más que para advertir que los cuartos de carne eran demasiado grandes para ellos.

      Pronto se dio cuenta Elizabeth de que aunque la paz del condado no estaba encomendada a aquella gran señora, era una activa magistrada en su propia parroquia, cuyos pormenores le comunicaba Collins, y siempre que alguno de los aldeanos estaba por armar gresca o se sentía descontento o desamparado, lady Catherine se personaba en el lugar necesario para zanjar las disputas y reprenderlos, restableciendo el orden o procurando la abundancia.

      La invitación a cenar en Rosings se repetía un par de veces por semana, y desde la partida de sir William, como solo había una mesa de juego durante la velada, el entretenimiento era siempre el mismo. No tenían muchos otros compromisos, porque el estilo de vida del resto de los vecinos estaba por debajo del de los Collins. A Elizabeth no le importaba, estaba a gusto de esta manera, pasaba largos ratos charlando amenamente con Charlotte; y como el tiempo era muy bueno, a pesar de la época del año, se distraía saliendo a caminar. Su paseo favorito, que con frecuencia recorría mientras los otros visitaban a lady Catherine, era la alameda que bordeaba un lado de la finca donde había un sendero muy hermoso y abrigado que nadie más que ella parecía estimar, y en el cual se hallaba fuera del alcance de la observación de lady Catherine.

      Con esta tranquilidad pasó veloz la primera quincena de su estancia en Hunsford. Se acercaba la Pascua y la semana anterior a esta iba a traer un añadido a la familia de Rosings, lo cual, en aquel círculo tan reducido, tenía que resultar de gran relieve. Poco después de su llegada, Elizabeth oyó decir que Darcy iba a llegar dentro de unas semanas, y aunque hubiese preferido a cualquier otra de sus amistades, lo cierto era que su presencia podía aportar un poco de variedad a las veladas de Rosings y que podría divertirse viendo el poco fundamento de las esperanzas de la señorita Bingley mientras observaba la conducta de Darcy con la señorita de Bourgh, a quien, con toda seguridad, le destinaba lady Catherine. Su Señoría hablaba de su venida con enorme satisfacción, y de él, en términos de la más elevada admiración; y parecía que le incomodaba que la señorita Lucas y Elizabeth ya le hubiesen visto antes con asiduidad.

      Su llegada se conoció enseguida, pues Collins llevaba toda la mañana paseando con la vista fija en los templetes de la entrada al camino de Hunsford; en cuanto divisó que el coche entraba en la finca, hizo su correspondiente reverencia, y corrió a casa a dar la gran noticia. A la mañana siguiente voló a Rosings a presentarle sus respetos. Pero había alguien más a quien presentárselos, pues allí se encontró con dos sobrinos de lady Catherine. Darcy había venido con el coronel Fitzwilliam, hijo menor de su tío Lord; y con gran sorpresa de toda la casa, cuando Collins volvió los dos caballeros iban con él. Charlotte los vio desde el cuarto de su marido cuando cruzaban el camino, y se precipitó hacia el otro cuarto para poner en conocimiento de las dos muchachas el gran honor que les aguardaba, y añadió:

      —Elizabeth, es a ti a quien debo darte las gracias por esta muestra de cortesía. El señor Darcy no habría venido tan pronto a visitarme a mí.

      Elizabeth casi no tuvo tiempo de negar su derecho a semejante cumplido, pues pronto sonó la campanilla anunciando la llegada de los dos caballeros, que poco después entraban en la estancia.

      El coronel Fitzwilliam iba delante; frisaba unos treinta años, no era guapo, pero en su trato y su persona se revelaba al caballero. Darcy estaba igual que en Hertfordshire; cumplimentó a la señora Collins con su reserva de siempre, y cualesquiera que fuesen sus sentimientos con respecto a Elizabeth, la saludó con aparente tranquilidad. Elizabeth se limitó a inclinarse sin articular palabra. El coronel Fitzwilliam tomó parte en la conversación con la soltura y la facilidad de un hombre bien educado, era muy ameno; pero su primo, después de hacer unas ligeras observaciones a la señora Collins sobre el jardín y la casa, se quedó sentado durante largo tiempo sin hablar con nadie. Por fin, sin embargo, su amabilidad llegó hasta preguntar a Elizabeth cómo se encontraba su familia. Ella le contestó en los términos normales, y después de un instante de silencio, añadió:

      —Mi hermana mayor ha pasado estos tres meses en Londres. ¿No la habrá visto, por casualidad?

      Sabía de sobra que no la había visto, pero deseaba comprobar si le traicionaba algún gesto y se le notaba que era consciente de lo que había acontecido entre los Bingley y Jane; y le pareció que estaba un poco turbado cuando respondió que nunca había tenido la suerte de encontrar a la señorita Bennet. No se habló más del particular, y poco después los caballeros se marcharon.

      Capítulo XXXI

      El coronel Fitzwilliam fue muy alabado y todas las señoras pensaron que su presencia sería un atractivo más de las reuniones de Rosings. Pero pasaron unos días sin recibir invitación alguna, como si, al haber huéspedes en la casa, los Collins no hiciesen ya ninguna falta. Hasta el día de Pascua, una semana después de la llegada de los dos caballeros, no fueron honrados con dicha deferencia y todavía, al salir de la iglesia, se les comunicó que no fueran hasta última hora de la tarde.

      Durante la semana anterior vieron muy poco a lady Catherine y a su hija. El coronel Fitzwilliam visitó más de una vez la casa de los Collins, pero Darcy solo apareció en la iglesia.

      La invitación, como es lógico, fue aceptada, y a una hora prudente los Collins se presentaron en el salón de lady Catherine. Su Señoría les recibió cortésmente, pero se notaba bien claro que su compañía ya no le era tan complaciente como cuando estaba sola; así fue, estuvo más pendiente de sus sobrinos y habló con ellos, especialmente con Darcy, mucho más que con cualquier otra persona de los asistentes.

      El coronel Fitzwilliam parecía sinceramente estar contento al verles; en Rosings cualquier cosa le parecía un consuelo, y además, la linda amiga de la señora Collins le tenía cautivado. Se sentó al lado de Elizabeth y charlaron con tanto deleite de Kent y de Hertfordshire, de sus viajes y del tiempo que pasaba en casa, de libros nuevos y de música, que Elizabeth jamás lo había pasado tan placenteramente en aquel salón; hablaban con tanta libertad y animación que atrajeron la atención de lady Catherine y de Darcy. Este último les había mirado ya varias veces con curiosidad. Su Señoría participó al poco rato de la misma opinión, y se vio sin tapujos, porque no vaciló en preguntar:

      —¿Qué estás hablando, Fitzwilliam? ¿A qué te refieres? ¿Qué le dices a la señorita Bennet? Quiero saberlo.

      —Hablamos de música, señora —declaró el coronel cuando vio que no podía esquivar la contestación.

      —¡De música! Pues hágame el favor de hacerlo en voz alta. De todos los temas de conversación es el que más me gusta. Tengo que tomar parte en la charla si están ustedes hablando de música. Creo que hay pocas personas en Inglaterra más adictas a la música que yo o que posean mejor gusto natural. Si hubiese estudiado, habría resultado una gran alumna. Lo mismo le pasaría a Anne si su salud se lo permitiese; estoy segura de que habría tocado de forma encantadora. ¿Cómo está Georgiana, Darcy?

      Darcy realizó un cordial elogio de lo adelantada que iba su hermana.

      —Me


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