El capital odia a todo el mundo. Maurizio Lazzarato
Читать онлайн книгу.brillante intuición de Jean-Paul Sartre, que explica de esta manera el antisemitismo. Los antisemitas, dice Sartre, “pertenecen a la pequeña burguesía urbana [que] nada posee. Pero es precisamente irguiéndose contra el judío como adquieren de súbito conciencia de ser propietarios: al representarse al israelita como ladrón, se colocan en la envidiable posición de las personas que podrían ser robadas; puesto que el judío quiere sustraerles Francia, es que Francia les pertenece. Por eso han escogido el antisemitismo como un medio de realizar su calidad de propietarios”.17
El objeto de odio y de rechazo cambió, pero el mismo mecanismo sigue funcionando: los inmigrantes, los emigrados, los musulmanes, etc., “nos roban nuestros trabajos”, “nuestras mujeres”, “invaden nuestros territorios”. El miedo a ser robado, el miedo en general, este poderoso afecto constitutivo de la política europea desde sus orígenes, define al racista: “Es un hombre que tiene miedo. No de los judíos, por cierto: de sí mismo, de su conciencia, de su libertad, de sus instintos, de sus responsabilidades, de la soledad, del cambio, de la sociedad y del mundo; de todo, menos de los judíos”.18 Los millones de propietarios y pequeños propietarios que ven la posibilidad real de perder lo poco que tienen a causa de los “delirios” de la Bolsa de valores encuentran su “propiedad” material y espiritual en la afirmación fantasmática de la nación, en la identidad del pueblo, en la soberanía.
LA SECESIÓN DE LOS PROPIETARIOS
Los más ricos han decidido hacernos la guerra […]. Frecuento a gente rica en París y su indiferencia es total. Si les decís que en España, a los sesenta, es posible que tengas que trabajar por 2,60 euros la hora, no les importa. Te das cuenta de que están preparados para este mundo. En su cabeza, está decidido: para los pobres, va a ser muy duro, y les importa un carajo. […] Viviremos entre ricos en búnkeres mini-burbuja. Peor para los mendigos. Por mucho tiempo tuve la impresión de que los ricos no se daban cuenta, pero creo que es peor: está arreglado, es lo que quieren, que la gente se hunda en una miseria negra. No ven al trabajador como un ser humano sino como un problema a gestionar.
VIRGINIE DESPENTES
Los nuevos fascismos se limitan a reforzar las jerarquías de raza, sexo y clase; la estrategia política sigue siendo neoliberal. La misión de estos nuevos fascismos no es luchar contra una oposición que no existe, sino llevar a cabo hasta el final el proyecto político que está en la base de las políticas neoliberales.
Contrariamente a las teorías que nos hablan del “éxodo” de la multitud (Negri) o de la “secesión” del pueblo (Rancière), es el capital el que organiza su fuga, su “separación” de la sociedad. Aunque “vivir juntos” nunca ha sido una de sus preocupaciones, el capital parece ahora afirmar sin ambages el objetivo que persigue de una manera absolutamente consciente: volverse políticamente autónomo e independiente de los trabajadores, los pobres, los no propietarios. Políticamente, al menos, porque desde el punto de vista “económico”, los necesita, pero de la misma manera que el dueño de la plantación necesita de los esclavos. El neoliberalismo rompió con el pacto fordista anudado al empleo, pero los sindicatos y el movimiento obrero siguen atados a normas, reglas, derechos laborales y derechos sociales que se fueron destruyendo gradualmente para darles paso a relaciones de trabajo y de dominación serviles no negociables y no negociadas. Las comunidades cerradas, muy numerosas en Brasil, en Estados Unidos y en otros lugares, no son más que el síntoma folclórico, aunque perturbador, de esta visión de la “sociedad”.
En Estados Unidos, el país donde el paradigma neoliberal se encuentra completamente desplegado, las “minorías” empobrecidas (negros, hispanos, mujeres), destinadas a los trabajos precarios, confinadas en guetos habitacionales y educativos, privadas de asistencia médica, de jubilación y objeto de una guerra racial feroz, pueblan las prisiones por cientos de miles. De aquí en adelante, esta realidad es también el futuro de una parte de la clase trabajadora blanca y de la clase media, de ahí el éxito de la política de Trump, que les promete un retorno a una imposible supremacía social, racial y sexual.
En la secesión de los propietarios, la privatización ha transformado las políticas de los seguros contra riesgos sociales en dispositivos que producen desigualdades crecientes. La privatización cambia radicalmente las funciones de lo que Foucault denomina “dispositivos de biopoder”. Desde la década de 1970, se utilizó sistemáticamente para deshacer la “potencia” política acumulada por las poblaciones a lo largo de dos siglos de luchas revolucionarias y para anular su traducción a “derechos” a la salud, la educación, la jubilación, la indemnización, etc.: el acceso a todo esto dependerá de ahora en más de la propiedad y el patrimonio.
Para la gran mayoría de la población del planeta, la biopolítica debe proporcionar el mínimo “vital” necesario para su mera reproducción. En Francia, donde el estado de bienestar debería resistir mejor que en cualquier otra parte, las políticas económicas han producido como innovación la “tercera clase”, la clase de los pobres que tienen derecho al transporte, hospitales, supermercados e incluso funerales de tercera categoría. La biopolítica divide (en tres clases e individualiza aún más sutilmente) y, al dividir, empobrece a una gran mayoría y enriquece a una pequeña minoría. No produce capital humano, al empresario de sí mismo, sino al “trabajador pobre”, asignándole a esta mayoría la condición de “pobreza laboral”.
El control y la regulación de las poblaciones ya no se hacen por medio de la integración, sino por el apartheid social (otro nombre de la secesión política del capital) más que por la biopolítica. Las sociedades se han convertido nuevamente en patrimoniales. Los rentistas reinan en ellas como en las novelas de Balzac. En cuanto a los salarios, habiendo adquirido el estatuto de “variable independiente” de la economía, se han vuelto a convertir, como antes del ciclo de revoluciones, en una simple variable de ajuste de las fluctuaciones de la ganancia y tienden irresistiblemente al “mínimo”. Pero las desigualdades en el ingreso no son nada en comparación con las desigualdades en la riqueza, alimentadas por una renta que ya no es colonial, sino financiera.
A principios del siglo XXI, hay otros acontecimientos que afectan profundamente las subjetividades ya devastadas por la primera secuencia de políticas neoliberales. El colapso en 2008 del sistema financiero causó una doble ruptura “subjetiva” que inauguró una fase más intensa de inestabilidad directamente política, propicia para una conversión neofascista de la sociedad (o para una radicalización “revolucionaria”). Primero, la “crisis” de la deuda sancionó el fracaso de la figura del individualismo propietario y competitivo del “capital humano” e hizo emerger la figura subjetiva del “hombre endeudado”, responsable y culpable del exceso de gasto público. En segundo lugar, tras una profundización de las políticas neoliberales de concentración de la riqueza y el patrimonio, la frustración, el miedo y la angustia del hombre endeudado produjeron una conversión de la subjetividad, disponible ahora para aventuras neofascistas, racistas, sexistas y para los fundamentalismos identitarios y soberanos.
El liberalismo contemporáneo está, por lo tanto, muy lejos de la imagen irónica que Foucault daba de la sociedad del empresario de sí mismo en Nacimiento de la biopolítica: la sociedad industrial “exhaustivamente disciplinaria” que daría lugar a la “optimización de los sistemas de diferencias”, en la que “se concede tolerancia a los individuos y las prácticas minoritarias”. Este cuadro idílico no vio la luz en ninguna parte. Y así como estamos muy, muy lejos de la optimización de los sistemas de diferencias y la tolerancia que se les concede a las minorías, también es imposible referirse al “discurso capitalista” de Jacques Lacan, una versión psicoanalítica del poder neoliberal según Foucault: la inyunción del poder ya no sería “obedece”, sino “goza”.
El goce es hoy lo que Trump pretende procurarles a los estadounidenses blancos cuando defiende su whiteness contra las “razas” (negros, latinos, árabes) que los “amenazan”; o es el goce de los hombres cuando los movimientos neoconservadores prometen la restauración del poder que habrían perdido, el orden familiar y la heterosexualidad. En Europa, el islam es el objeto de todos los investimentos paranoicos y todas las formas de resentimiento