Género y juventudes. Angélica Aremy Evangelista García

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Género y juventudes - Angélica Aremy Evangelista García


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Transformaciones en la organización de género y en las relaciones intergeneracionales

      Podemos sostener que sin una perspectiva de género16 no es posible apreciar los espacios en los que se desenvuelve la juventud, especialmente en el caso de las mujeres. Para indagar sobre ello deben tomarse en cuenta los contextos históricos y socioeconómicos, tanto los que han frenado como los que han propiciado cambios en la condición, situación y posición de género de las mujeres.

      La participación femenina en las culturas juveniles debe explicarse, entonces, en el contexto del reconocimiento de la ciudadanía de las mujeres, es decir, desde el derecho a tener derechos, lo que hace posible, por ejemplo, su incorporación al mercado laboral y a la educación formal o el acceso a los métodos anticonceptivos, entre otras transformaciones que han afectado la vida de las mujeres, en especial la de las jóvenes, al abrir sus posibilidades de vida y desarrollo social tanto como sus formas de expresión y sus identidades (López, 2012). Estos aspectos valen también para el estudio de la juventud de las mujeres indígenas.

      En este último caso, los medios de comunicación son un factor de cambio17 tanto en la organización de género, como en las relaciones intergeneracionales, al transmitir imágenes y mensajes de modelos de conducta cada vez menos ajenos para las comunidades indígenas, como son las relaciones amorosas, el cortejo, el noviazgo, el matrimonio, la sexualidad o nuevos papeles femeninos (Urteaga, 2008).

      La aceptación o no de estos modelos de conducta está asociada íntimamente con la organización de género, clase y edad, en la que adultos y jóvenes pueden estar en tensión y conflicto, según sea la fuerza de la jerarquía patriarcal y generacional, así como la que tengan los lazos familiares y comunitarios que la construyen (Pérez, 2008a).

      Los resultados son varios y complejos, pero referiremos dos de ellos: la demanda de libertad individual y la ruptura de la jerarquía de género. Estos se explican en el marco de los cambios ocurridos en los sistemas tradicionales de reproducción social, trabajados por Patricia Arias (2009), en los que la lucha de las mujeres por la igualdad y participación en las instancias comunitarias forma parte del proceso de modernización de usos y costumbres que está ocurriendo al interior de las sociedades indígenas rurales y urbanas. Los cambios a los que nos referimos se han producido en la economía, en la creciente urbanización de la población indígena, en el aumento del intercambio económico y cultural entre las sociedades indígenas y la mestiza, y en la mayor participación en la educación formal en los distintos niveles escolares. Estos fenómenos ponen en cuestión las prácticas tradicionales, las cuales en algunos momentos y casos se abandonan, pero en otros se modifican y resignifican para poder reproducir las identidades y grupos culturales (Sarmiento y Lozano, 2001).

      De esta manera, nos explica Arias, cuando se observa el modelo de reproducción social en las comunidades indígenas puede identificarse que varios de sus elementos se han transformado porque la actividad agrícola ha sido desplazada del lugar central que ocupaba en la economía campesina y, con ello, se ha visto trastocado el manejo centralizado y jerárquico de la producción y la distribución, lo que ha desencadenado una pérdida del valor de la tierra como recurso económico y como herencia (Arias, 2009).

      Sin bienes que heredar y sin una actividad que permita la reproducción de un sistema jerárquico de género y generacional, la posibilidad de mayor libertad individual ha producido cambios favorables para los subgrupos anteriormente subordinados en el modelo mesoamericano18 en especial para los jóvenes y las mujeres en diferentes situaciones; ante esto, insistimos, varios usos y costumbres están siendo transformados. Patricia Arias destaca los siguientes cambios: la residencia posmatrimonial neolocal —en una casa independiente— está cada vez más extendida ante la alta “fragmentación de la propiedad, la incertidumbre y tensión respecto al destino de los herederos y el futuro de los recursos heredables” (Arias, 2009: 38); la visibilización de las mujeres “solas” —término que define a las madres solteras, mujeres abandonadas y viudas— y, añadiríamos, las mujeres solteras, quienes al participar cada vez más en el trabajo asalariado y en los flujos migratorios comienzan a adquirir ciertos derechos que se corresponden, más o menos, con las obligaciones económicas que adquieren con su familia y la comunidad.

      En este sentido, Martha Patricia Castañeda explica que, al participar más las mujeres con sus ingresos en la economía familiar, se “ha comenzado a modificar el entramado familiar y social basado en la jerarquización tradicional de derechos y deberes rurales” (Castañeda, 2007: 201).

      El incremento de los jóvenes y las mujeres en los flujos migratorios “ha minado la capacidad de los grupos domésticos de imponer normas a sus miembros ausentes” (Arias, 2009: 61) y, con ello, se han transformado las relaciones conyugales y generacionales. Todos estos cambios en los usos y costumbres indígenas tienen que ver con la transformación de la condición social de las mujeres.

      En el caso de las mujeres jóvenes mixtecas, por ejemplo, es necesario plantear que existen diferentes experiencias relacionadas con la construcción de lo juvenil, ya que las visiones intergeneracionales contrastan y dejan ver las tensiones, conflictos y trasformaciones que se articulan en su condición actual en el asentamiento congregado, por lo que ellas enfrentan un contexto disímil en cuanto a opciones o posibilidades de elección, así como en cuanto a las limitaciones y coyunturas que conlleva el contexto metropolitano en el que se despliega su experiencia de vida.

      Con base en los hallazgos etnográficos arriba mencionados, proponemos que las formas de vivir la juventud son variadas y están determinadas por la condición de género en la que cada joven experimenta dicha construcción social en el contexto de un asentamiento mixteco en la ciudad. En este marco, se pueden distinguir algunas formas de ser joven como mujer o varón desde las prácticas cotidianas, en relación con el lugar de nacimiento, la experiencia migratoria, el ser músico —todavía una actividad masculina—, el ser estudiante, empleado o comerciante ambulante.

      Es importante señalar que la socialización para el trabajo en la comunidad mixteca resulta trascendente y es un recurso indispensable en la formación de las mujeres y hombres jóvenes; por lo tanto, se convierte en uno de los principales ordenadores en la organización de la familia y en las relaciones de género, incluso para construir sus planes a futuro. Sin embargo, se advierte un cambio social significativo dado que la mayoría de los esfuerzos de las familias mixtecas se fincan en la educación de los hijos —mujeres y hombres— con la expectativa de concluir una instrucción a nivel medio o superior y conseguir un trabajo profesional posteriormente.

      En este sentido, la educación de los jóvenes mixtecos es otro elemento que implica una permanencia prolongada o definitiva del grupo doméstico en la metrópoli, y es común la constante integración a éste de parientes y paisanos que buscan seguir sus estudios en dicho contexto. Por ello, abordar las posibilidades de acceso a la instrucción educativa es un indicador en la configuración de lo juvenil en las segundas y terceras generaciones de migrantes mixtecos porque implica la emergencia de una condición juvenil para las mujeres y hombres jóvenes en la comunidad mixteca en el AMM.

      En el caso de las jóvenes indígenas estudiadas en la ZMVM, la información recopilada sobre los integrantes de la familia nuclear de origen se analizó a partir de la división entre una generación adulta —conformada por los padres de las jóvenes entrevistadas, nacidos entre las décadas de los cincuenta y los setenta—, y una generación joven —conformada por las propias jóvenes y sus hermanas y hermanos, nacidos entre los años 1980 y 1995—. Aunque presentan características similares en términos de ocupación, existen varias diferencias que devienen de transformaciones socioeconómicas que están impactando en la vida de las familias rurales, y en especial en sus integrantes jóvenes. Se observa, por ejemplo, cierta similitud en los empleos que ocupan ambas generaciones; no obstante, las mujeres y varones de la generación joven tienen que salir de sus comunidades para desarrollar sus actividades económicas de una manera más intensa que la generación de sus padres. Asimismo, la generación joven está totalmente desvinculada de las actividades agrícolas, pero se está incorporando


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