Género y juventudes. Angélica Aremy Evangelista García
Читать онлайн книгу.target="_blank" rel="nofollow" href="#litres_trial_promo">19 que, con altas y bajas, ofrece posibilidades a las mujeres indígenas y rurales para la obtención de ingresos, incluso cuando la generación joven está alcanzando niveles escolares más altos que sus antecesoras, lo que no significa mayores oportunidades laborales ya que pesa sobre ellas un sistema económico desigual basado en las diferencias raciales, étnicas y de género.
Los datos proporcionados por las jóvenes respecto al tema de la migración parecen indicar que las mujeres entrevistadas por López (2012) forman parte de una generación que se inserta en una nueva estrategia migratoria, ya no por relevos, como analizó Lourdes Arizpe (1985) en las décadas de los setenta y ochenta, sino que se van sumando sucesivamente a un proceso de dispersión de los hogares, ahora multisituados (Arias, 2009). Las jóvenes reportaron tener hermanas y hermanos en distintos lugares del país y en Estados Unidos. En este contexto migratorio, los adultos parecen estar conformando una generación de transición entre una generación envejecida aún arraigada al campo y otra joven “en diáspora” (Arias, 2009), en la que las jóvenes tienen cada vez mayor participación.
La migración trae consigo tensión y conflictos entre las dos generaciones antes mencionadas. Por un lado, por la pérdida de contacto con los integrantes de las localidades y de las familias, que puede ser definitivo; o porque la migración, cada vez más permanente, está dañando los lazos afectivos y las prácticas sociales, además de que surgen problemáticas asociadas con la juventud urbana que están comenzando a aparecer en los medios rurales, como la adicción a las drogas, el embarazo temprano como problema, un mayor número de jóvenes que enfrentan la maternidad solas, el vandalismo y la delincuencia (López, 2012).
B) Las y los jóvenes indígenas migrantes en la ciudad ante la discriminación, explotación y precariedad
En el imaginario social de los habitantes de la ciudad se sostiene la idea de que la población indígena migrante no forma parte de la ciudad porque se piensa que su forma de vida está ligada a la ruralidad, en especial a una representación del “campesino” incompatible con las condiciones de vida en la urbe. De los que logran establecer su residencia en la metrópoli, se espera que se asimilen a la cultura urbana, donde las instituciones y la sociedad “propician y promueven la homogeneización cultural”, no sin la resistencia de “identidades locales subordinadas” (Pérez, 2008b: 47).
Hasta ahora no existe un consenso respecto a cómo referirnos a los pobladores indígenas de la ciudad. En el caso de quienes migran, conforman un grupo heterogéneo por la temporalidad de la migración, por los procesos que los impulsaron a desplazarse y por las formas de asentarse y utilizar el espacio citadino, así como por el tipo de relación que establecen con las instituciones y la sociedad urbanas. Estamos de acuerdo en que denominarlos migrantes indígenas refuerza la exclusión y segregación social porque la categoría encasilla y homogeneiza los diversos grupos y experiencias, además de que muchos de ellos no son migrantes como tales porque ya nacieron en la ciudad, como en el caso de los jóvenes mixtecos en el AMM.
De ahí que se proponga denominar a los grupos o comunidades indígenas ya establecidos en la ciudad como comunidades residentes o radicadas; sin embargo, este término hace pensar que estamos hablando de grupos compactos, capaces de reproducirse culturalmente en la ciudad, y esto ha sido así en el caso de algunas comunidades y grupos étnicos, pero en general encontramos situaciones muy diversas porque también se observan tendencias de concentración por grupos de edad, sexo o estrato socioeconómico; grupos que difícilmente pueden reproducir las prácticas culturales y los lazos comunitarios en el espacio urbano aunque provengan de una misma comunidad.
Yanes (2007) propone referirse a los migrantes indígenas en la ciudad como indígenas urbanos, término que puede servirnos para considerar a individuos o grupos étnicos indígenas que han formado parte de la ciudad o que han hecho de ese espacio su lugar definitivo para vivir. Estos términos pueden ayudar cuando nos referimos a migrantes definitivos, como la comunidad mixteca en cuestión, pero no nos sirven del todo para hacer referencia a la población indígena que viene a la ciudad en determinadas temporadas del año para comercializar sus productos, o a grupos que vienen a la ciudad en determinadas circunstancias y en momentos precisos de su ciclo de vida, como pueden ser los estudiantes y los jóvenes trabajadores.
A pesar de esta discusión, que ha desempeñado un papel importante para que las organizaciones indígenas en la ciudad demanden derechos a las instituciones urbanas, consideramos que el término a utilizar para denominar a un grupo indígena que está presente en la ciudad debe ser competente con su situación específica; particularmente debemos ser capaces de identificar las diferentes concepciones que tienen los sujetos denominados como indígenas sobre esta etiqueta. En el caso de los jóvenes mixtecos, se puede advertir un proceso de resignificación tanto de la heteroadscripción de la categoría “indígena” impuesta por los medios de comunicación, las instituciones y la sociedad local en general, como de la condición étnica, que se reconfigura a partir de nuevos vínculos e interacciones, lo cual ha contribuido a un reconocimiento social y a un autorreconocimiento. De esta manera, se revalora la presencia y visibilidad de la comunidad mixteca desde sus diferentes manifestaciones socioculturales en distintos ámbitos de la vida metropolitana en Monterrey.
En cuanto a los jóvenes mixtecos en las instituciones educativas y los procesos de integración, comienza una nueva situación en las relaciones interculturales que permite la reafirmación de su identidad étnica y dejar de lado el ocultamiento o la negación de la misma. En la actualidad, ellos apelan a su condición juvenil, resignifican su origen étnico, y reconocen y hacen uso de ciertas heteroadscripciones para obtener beneficios. Esto ocurre como resultado de las intensas relaciones interétnicas e interculturales que han establecido durante su proceso de asentamiento en el AMM. En este marco, construyen su experiencia en dicho contexto seleccionando, incorporando, adoptando y resignificando sus referentes identitarios desde su condición juvenil e indígena.
Lo anterior contrasta con la experiencia de las jóvenes indígenas migrantes estudiadas en la ZMVM. Por ejemplo, obtener de ellas los datos relacionados con el uso de alguna lengua indígena implicaba para la investigadora una forma de control identitario para categorizar a estas jóvenes como indígenas; sin embargo, para las jóvenes se trataba de un signo que las colocaba en la mira de la discriminación. Por ello, en un primer momento intentaban ocultar su procedencia étnica negando ser hablantes de una lengua indígena, e incluso trataban de urbanizar su procedencia mencionando el nombre de otra ciudad, y no de una comunidad, como lugar de nacimiento. Eso ocurrió en el caso de las jóvenes mazahua, quienes eran muy conscientes de la discriminación de la que eran objeto si en la ciudad se las identificaba bajo la categoría de “campesinas” o “indias”. Esto se debe a que la historia migratoria a la ZMVM por parte de las comunidades mazahua ha estado marcada por fuertes conflictos interétnicos con la sociedad urbana, vinculados fuertemente con el clasismo y las desigualdades de género que permean a la sociedad en general (López, 2012).
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.