Género y juventudes. Angélica Aremy Evangelista García

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Género y juventudes - Angélica Aremy Evangelista García


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que influyen indudablemente en la vida de las comunidades indígenas. Por lo tanto, la migración —además de la escuela, el trabajo asalariado y los procesos organizativos— es un fenómeno de gran trascendencia en el que se constituye la juventud indígena como un fenómeno emergente (Urteaga, 2011; García, 2012; López, 2012) ya que, como señala Álvaro Bello en la siguiente cita:

      La experiencia de la migración abre la posibilidad de construir nuevas trayectorias vitales entre distintas generaciones. Paradójicamente la migración, una actividad “adulta” […] es vista por los sujetos [jóvenes] como una posibilidad de construir una trayectoria más cercana a las ideas hegemónicas de juventud. Esto es, el acceso a nuevas posibilidades de construcción identitaria, a nuevos nichos de consumo, a formas de agrupamientos y para vivir en interacción con gente distinta y en espacios distintos al de la comunidad (Bello, 2008: 167).

      De esta forma, los jóvenes indígenas que migran de las zonas rurales a las ciudades representan una gran heterogeneidad de actores y de situaciones, pues se trata de mujeres y varones de diferentes edades, estudiantes de distintos niveles, profesionistas egresados de muy diversas carreras, trabajadores que se desempeñan en distintos oficios —como comerciantes ambulantes, artesanos, empleados, trabajadores domésticos (principalmente trabajadoras), albañiles y obreros—, de diferentes etnias y con diferentes motivos para migrar, así como con formas distintas de arribo y asentamiento en la ciudad (López, 2012).

      En particular, Pérez (2002) se pregunta sobre la especificidad juvenil indígena migrante en la ciudad, producida ésta en el marco de los nuevos contextos de globalización, migración y relaciones interétnicas, que han originado una resignificación de las identidades y de la diversidad cultural. La autora plantea dos grandes núcleos temáticos en los que ha girado la investigación al respecto.

      El primer núcleo temático se centra en la condición y situación de los jóvenes en relación con la desigualdad o la diversidad, y estudia, por ejemplo, “las opciones y limitaciones que en un momento dado existen en sus lugares de origen”, relacionadas con “la existencia de una diferenciación social previa a la salida del lugar de origen” que, por supuesto, “condiciona un cierto rango de posibilidades y expectativas entre los migrantes, así como el marco de opciones entre las que deben escoger y desenvolverse” (Pérez, 2002: 17). De este modo, en su estancia en la ciudad:

      […] la migración [de los jóvenes] y las formas de vivir [en la ciudad] adquieren características muy específicas según se trate de hombres o mujeres, según sea su situación generacional, y según sean las coyunturas personales, familiares o comunales que inciden en las decisiones de quién, cómo, cuándo y hacia dónde se debe emigrar, así como el tipo de apoyos y facilidades con que contarán en el lugar de arribo (Pérez, 2002: 17).

      El segundo núcleo temático se concentra en el tema de las identidades y hace referencia a la relación entre ciudad, jóvenes y familia, en la que se explica cómo las mujeres y hombres jóvenes indígenas en las ciudades se enfrentan a la paradoja de seguir reproduciendo sus grupos culturales, o abandonarlos ante la discriminación que enfrentan en la ciudad por su condición étnica, por lo que: “sus procesos de identidad personales forman parte de procesos más amplios en los que están involucrados sus grupos familiares y sus comunidades culturales, y en el seno de ellos y/o en confrontación y negociación con ellos” (Pérez, 2002: 17-18).

      Pérez (2002) traza estos dos núcleos temáticos desde una mirada panorámica demográfica y temática que revela la gran variedad de situaciones y problemas que enfrentan los jóvenes cuando llegan a las ciudades y viven en ellas, lo que nos proporciona dos posibilidades analíticas para abordar la condición juvenil indígena urbana. En ambos núcleos se hace necesario caracterizar y posicionar a los sujetos migrantes en las diferentes estructuras de poder donde construyen sus experiencias, identidades y subjetividades. Dichas estructuras de poder podemos materializarlas en la organización de género, las relaciones intergeneracionales, las estructuras interétnicas y las de clase, tal como intentamos mostrar en el siguiente apartado, al exponer algunos de los datos etnográficos que elaboramos tanto en la ZMVM, como en el AMM.

      Los datos etnográficos que exponemos en este apartado corresponden a la investigación de dos experiencias: 1) la de jóvenes que residen de manera dispersa9 y en condiciones de aislamiento10 en una ciudad, como es el caso de las jóvenes migrantes trabajadoras en la ZMVM, y 2) la de jóvenes indígenas en una comunidad transregional,11 como es el caso de los jóvenes mixtecos en el AMM.12

      La presencia y visibilidad de los jóvenes indígenas en los espacios públicos de las ciudades ha ocasionado que en los últimos años se hayan constituido en el centro de atención de la opinión pública y la investigación social (López, 2012). Ello tiene que ver con el incremento de la participación juvenil en los flujos migratorios internos como consecuencia de la pobreza, la falta de empleo y de recursos para la producción, la carencia de centros educativos en los ámbitos rurales e indígenas, la violencia, o los conflictos políticos y religiosos en ámbitos rurales indígenas (Pérez, 2004). Tales situaciones se deben en gran parte a que: “en los últimos veinte años ocurrió un debilitamiento en las estructuras económicas y sociales rurales, lo cual propició un nuevo éxodo del campo” (Pacheco, 2009: 53), por lo cual, como señala Patricia Arias: “La migración parece haber sido la principal respuesta a la crisis de las producciones agrícola y forestal tradicionales, a la degradación de los niveles de vida y al deterioro del consumo de la población rural [en México]” (Arias, 2009: 22).

      En particular, la migración indígena y juvenil se origina en las regiones y comunidades rurales donde la movilidad territorial —temporal o definitiva— y la venta de fuerza de trabajo constituyen casi las únicas posibilidades para su sobrevivencia.

      Si bien la migración indígena rural-urbana interna no es un fenómeno reciente, sí podemos considerar que estamos ante una nueva generación de migrantes indígenas, constituida por familias, mujeres solas y mujeres y varones jóvenes solos, incluso menores de edad, que ha emergido a partir de la crisis económica de la década de 1980, de la consolidación del Estado neoliberal en los medios rurales y urbanos de nuestro país en la década de 1990, y del endurecimiento de la frontera norte durante la primera década del siglo XXI.13

      Esta tercera generación de migrantes se caracteriza por la heterogeneidad de actores que la conforman, de origen geográfico y cultural diverso. Esto se debe a que la migración indígena actual se ha generalizado a casi todos los grupos étnicos establecidos en los medios rurales, cuyos integrantes coexisten en la ciudad desplegando diversas estrategias de asentamiento y distintas maneras de insertarse en el tejido económico y social (Arias, 2009). Por lo tanto, la migración contemporánea en las ciudades se caracteriza por ser un “fenómeno a largo plazo, que puede ser definitivo”, pues cada vez más las familias indígenas están “disociadas de las actividades agrícolas y de la tenencia de la tierra” (Arias, 2009: 83). Esto último ha llevado a gran parte de sus integrantes a buscar en las ciudades los medios, recursos o satisfactores sociales para su sobrevivencia, a conformar un asentamiento urbano y a residir permanentemente en él, como es el caso del grupo mixteco en el AMM referido en este capítulo.

      La migración de indígenas mixtecos desde San Andrés Montaña, Oaxaca, hacia el AMM ocurrió en la década de 1980. Su proceso de inserción social y urbana hizo posible que los hijos de los primeros migrantes mixtecos, denominados también como segundas y terceras generaciones, desplegaran una experiencia comunitaria en la conformación del asentamiento donde residen al parecer de forma definitiva, pues en ocasiones las narraciones intergeneracionales coinciden en que “es difícil regresar al pueblo y allá no hay trabajo”.

      Dicho asentamiento comunitario ahora está conformado por familias extensas


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