Democracia envenenada. Bernhard Mohr

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Democracia envenenada - Bernhard Mohr


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veinte años de cárcel por una corte civil en el sur de Rusia. De acuerdo con la Fiscalía, ella asesinó a dos periodistas en la parte rusa de la frontera, a pesar de que su defensor presentó en el juicio datos de su celular y una filmación que demuestran la imposibilidad de que ella hubiera estado en el sitio donde se cometieron los crímenes. En mayo de 2016 fue dejada en libertad e intercambiada por dos soldados rusos. Cuando llegó a su casa en Ucrania, Savchenko —quien en ausencia había sido elegida diputada en el parlamento ucraniano—, utilizó expresiones fuertes contra el presidente ruso.

      «Si esto hubiera pasado bajo el dominio de Stalin, nunca hubiéramos escuchado nada más de Savchenko. Pero personas buenas la dejaron libre. Ella no debería haberse expresado de esa manera. Ella debió haberse dado por bien servida», comenta Yuri y se recuesta en su silla de plástico.

      Mientras vemos un nuevo bus cargado de turistas chinos que se dirigen hasta la plaza del palacio, me quedo sentado reflexionado sobre lo que él dijo. Es un día delicioso de comienzos de verano y Yuri tiene pensado ir a una dacha en las afueras de Nóvgorod, un par de horas en automóvil con dirección hacia el Sur. Tanto Jurij, su esposa, como su hija mayor, la pasan bien allí. Tienen, además, otra dacha más cerca de la ciudad y ninguna deuda en sus casas de campo o en su apartamento del centro. Como es viernes, es preciso estar sentado frente el volante antes de que empiecen los peores atascos. Yuri me regaña por no avisarle más temprano de mi llegada. En ese caso él hubiese aplazado el paseo familiar, comprado algo para beber y prendido la calefacción de la piscina en la otra cabaña, la que está situada en las afueras de la ciudad; dicho en otras palabras, nos hubiera invitado a un par de amigos locales y a mí a pasar un verdadero fin de semana.

      ¿Por qué este personaje generoso y buen anfitrión —que siempre hace preguntas ingeniosas— piensa de esta forma? El tema central en el caso de Savchenko no debió haber sido cómo la hubieran tratado si estuvieran gobernados por Stalin. El tema central es por qué Rusia incumple la Convención de Ginebra y viola los derechos humanos en casos como este, y por qué la mayoría de rusos consideran que esto es correcto. Savchenko no es la única ucraniana que ha sido acusada y condenada por cortes rusas. El cineasta Oleh Sentsov, quien nació en Crimea, y que luego de la anexión dijo claramente que él todavía consideraba ese sector como ucraniano, fue condenado a veinte años de cárcel en el 2015 por planificación de ataques terroristas. Las autoridades consideran que Sentsov fue condenado exclusivamente debido a su oposición contra la adhesión; Amnistía Internacional catalogó este proceso como un espectáculo. ¿Y cómo podía Yuri «mostrarse positivo» hacia el presidente, cuando él mismo experimenta que es más y más difícil tener un negocio debido a la corrupción de los servidores públicos? ¿Hay más personas que, como él, utilizan el capitalismo como un modelo para explicar por qué los frentes entre Occidente y Rusia se han vuelto tan cortantes? Nos damos un abrazo de oso el uno al otro, y prometo avisarle con más antelación la próxima vez que venga a San Petersburgo, o a Piter, como Yuri y otros nativos prefieren llamarla.

      Pedro el Grande quería una ciudad suntuosa e imponente que no se quedara atrás de Ámsterdam o París. Una red de líneas fue trazada sobre la mesa de dibujo por los mejores arquitectos y urbanistas del siglo XVIII. Bartolomeo Rastrelli, el hombre que diseñó el Palacio de Invierno y la catedral de Smolny, era italiano y provenía de una familia de arquitectos que había trabajado, entre otros, para el Rey Sol, Luis XIV, en París. El zar decidió construir una ciudad para sí y para los suyos, la nobleza. Para aquellos que viajaban en coches y caballos había carreteras anchas, cuadras de kilómetros de largo y espacios abiertos que podían resultar prácticos, pero para aquellos que viajaban a pie, se convirtió en una ciudad difícil de transitar. De los tiempos de estudiante recuerdo las caminatas sin fin en el asfalto cubierto de nieve. El metro de San Petersburgo es el más profundo del mundo debido a que la ciudad está sobre un pantano y las estaciones también se construyeron para usarse como refugios en caso de guerra. Tomaba tanto tiempo llegar hasta el fondo que muchas veces prefería no abordarlo. Y en la calle de los desfiles, la avenida Nevski, estaban los trolebuses, pero era tal el caos vehicular que estos simplemente se quedaban atascados. De ahí que tuviera que hacer grandes caminatas.

      El siguiente encuentro lo acordé a cinco minutos del Palacio de Invierno, situado en la calle Millionnaya. Allí vivía el cocinero de Pedro el Grande, su tapicero, sus príncipes, almirantes y generales, en otras palabras, todos los que significaban algo en la Corte. La calle recibió ese nombre en el siglo xix, cuando se construyeron hogares ostentosos a ambos lados, entre ellos la llamada casa del conde Sheremetyevo. El opulento conde contaba con ochenta y cuatro habitaciones para disfrutar su privacidad. De todas formas, el tiempo deja su huella y no todas las fachadas están bien cuidadas. Larisa, sin embargo, parece no haber cambiado nada desde el día en que nos conocimos. Cuando ella me recibe en la puerta de entrada de la calle Millionnaya número 8, está igual de alta, delgada, con el cabello corto. Tal como la recuerdo.

      Larisa Gromyko trabajó primero como asesora del Moj rajon, luego estuvo durante un corto periodo como directora administrativa. En la actualidad, es directora de mercadeo de Lenstroytrest, una de las más grandes constructoras de la ciudad. La finca raíz ha sido un sector lucrativo en las grandes ciudades de la Rusia postsoviética. A pesar de que Moscú y San Petersburgo han visto un boom en la construcción, algo natural desde el cambio de siglo, los habitantes siguen viviendo en espacios tan pequeños como de 19 m2 (Moscú) y 23 m2 (San Petersburgo) en promedio. En comparación, en Mitte, un habitante de Berlín vive en 36 m2 y un noruego en 46 m2, con espacio para estar a sus anchas. En otras palabras, podemos decir que hay espacio para crecer. Sin embargo, la crisis económica se nota bastante. En 2013 fueron vendidos cerca de seis millones de metros cuadrados de vivienda en la ciudad, este año el sector tendrá dificultades para vender tres, me cuenta Larisa mientras caminamos.

      A pesar de estar situados en el centro, los edificios de más de doscientos cincuenta años son ideales para oficinas. Tenemos que subir una escalera, luego bajar otra y nuevamente subir, antes de llegar a la espaciosa oficina de Larisa. Ella dirigió Moj rajon en una época difícil para la compañía y tenía mucho que responder en las reuniones de la junta directiva. Ahora soy yo quien la visita y es su patria la que vamos a poner bajo la lupa —no el flujo de lectores ni los informes de ventas—. Cuando empiezo con la retahíla habitual de que el régimen de Putin ha cambiado las leyes para doblegar a los medios independientes, a las organizaciones civiles y a la gente que tiene opiniones divergentes, Larisa me da una respuesta rápida ante la acusación: «Cuando la gente habla de “medios independientes”, siempre me pongo muy crítica, porque esa expresión implica una serie de actitudes, una forma definida de interpretar el mundo. La idea de “medios independientes” no es menos propagandística que la idea del “patriotismo ruso”. El mundo actual se caracteriza por dos máquinas poderosas de propaganda que están enfrentadas. La primera es la de Putin, la otra la podemos llamar Euroamericana, donde Estados Unidos está detrás. Ambas máquinas van con toda su potencia. Es fácil analizar las opiniones predefinidas de ambos lados», dijo Larisa, casi gritando en el escritorio de su oficina.

      Honestamente, ya me había emocionado por la charla con Yuri sobre que «la mierda del Primer Canal» se debe a la influencia occidental. Acá tengo que desquitarme. Uno no puede cortar con la misma tijera los medios rusos y los occidentales. Los programas de noticias de los grandes canales de televisión rusos son actuaciones cuidadosamente organizadas en las que la meta principal es mostrar la visión predefinida del Kremlin sobre el mundo. La administración presidencial llama a los editores de noticias a reuniones de planeación, para asegurarse de que no se tomen grandes libertades. Día a día Putin figura en las transmisiones, hablando en alguna asamblea, inaugurando un edificio nuevo, visitando un sitio en la provincia, recibiendo a un ministro o gobernador. Acto seguido se van al extranjero. Si Rusia no ha hecho nada especial en Siria o en otro lugar, se transmiten reportajes exagerados y mendaces sobre lo que pasa en Europa. El 9 de febrero de 2017, por ejemplo, el tema principal del Primer Canal era que las tiendas en Gran Bretaña, Noruega y Dinamarca se habían quedado sin verduras.


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