Democracia envenenada. Bernhard Mohr

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Democracia envenenada - Bernhard Mohr


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no persigue ningún objetivo político?

      «¡Claro que sí!», responde Larisa. «Es solo que los medios de propaganda occidentales se ven diferentes. Cuando dices que “las autoridades aprietan” y “en Rusia se puede ser penalizado por esto y lo otro”, eso es propaganda. Porque eso no es así. La diversidad es mucho más grande en los medios rusos que en los occidentales. Y nosotros tenemos más periodistas liberales que apoyan la propaganda europea que periodistas conservadores que apoyan la propaganda pro-Putin».

      Parece increíble que ella pueda tener esos puntos de vista, pienso. Por otro lado: si hay alguien que pueda hablar sobre propaganda, esa es Larisa. Ella nació en una familia de académicos en la que ambos padres tenían doctorados. La mamá era médica, el papá era investigador en bioacústica de la Universidad Estatal de San Petersburgo. Él continúa siendo considerado como uno de los principales expertos rusos en comunicación entre delfines. Larisa hizo estudios de psicología de masas y organización, con especialización en cómo Lenin logró mover las masas. Varios en su familia pensaban que a Larisa, a quien le iba tan bien en los estudios, iba a hacer carrera en la universidad. Pero la Unión Soviética había desaparecido y con ella el monopolio del Partido Comunista para hacer política. Durante la perestroika, los profesores de la Facultad donde estudiaba habían estado de intercambio en los Estados Unidos y de esa forma se habían hecho una idea sobre estrategias modernas en las campañas políticas. Cuando se dieron las primeras elecciones en la nueva Rusia, sucedió que se necesitaban competencias en el sector. Muchos de los profesores y académicos iniciaron compañías de asesoría en las que empleaban a los mejores estudiantes. En lugar de tomar el doctorado, Larisa utilizó los primeros diez años de su vida laboral para entrenar políticos que quisieran entrar a los corredores del Smolny o a la Duma Estatal en Moscú. Todos los servicios posibles de mercadeo, desde enseñanza en comunicación de crisis hasta la construcción de marcas, se vendieron a partidos en todo el espectro político con excepción de los comunistas.

      Cuando Putin obtuvo el poder, sin embargo, se terminó la diversión. El Kremlin asumió el control de las elecciones, ya no se podía ganar dinero como asesor político independiente. En 2002 Larisa se pasó a compañías privadas para darles asesoría sobre cómo llegar a las masas. En 2007 la llevamos a Moj rajon para averiguar por qué el porcentaje de mercado de los anuncios publicitarios era tan bajo en comparación con lo que decían las cifras de lectores.

      El hecho de que Putin sea más popular que nunca —a pesar de todas las nuevas leyes—, se debe en buena parte a que la propaganda del Kremlin se ha hecho más profesional, considera Larisa. Según su punto de vista, el aumento de control de las autoridades sobre los medios de comunicación, organizaciones no gubernamentales, o dicho con otras palabras, sobre la sociedad, ha sido bueno porque de esa forma ha aparecido una segunda visión sobre el estado de las cosas, una opinión alternativa.

      «Antes de que Putin estrechara el control, solo teníamos el modelo liberal de interpretación proeuropeo, y eso no era bueno tampoco». Yuri consideraba que la piloto de helicóptero Savchenko debía sentirse satisfecha por no haber vivido en la época de Stalin, porque entonces no hubiera salido nunca de la cárcel. Larisa afirma que la exclusividad de los medios de Putin no ha estrechado la diversidad de opiniones, sino que la ha ampliado.

      Hay algo con la perspectiva y las comparaciones de los rusos que me parece absurdo. ¿Qué es lo que pasa con el horizonte de interpretación rusa que no logro entender? Larisa tiene una hipótesis:

      «Tú sabes que debido a los horribles setenta años bajo la Unión Soviética hemos sido vacunados contra el socialismo. Hemos aprendido que la idea de que todos tienen derecho a opinar y que todos son iguales no funciona en la práctica. En esa parte de Europa, que no ha sido vacunada de la misma forma, los sistemas de gobierno empiezan a acercarse a un socialismo así. Todos deben ser iguales, los noruegos y los inmigrantes tendrán los mismos derechos. Es un desarrollo peligroso porque al final nadie se queda con su propio territorio, su propia cultura, el derecho a pelear por lo suyo».

      Al igual que Yuri, Larisa opina que «la transición» de Crimea de Ucrania a Rusia no fue correcta en el sentido jurídico, pero fue «una perspectiva sensata». Rusia es, por cierto, la líder en esta parte del mundo, y como Crimea ha sido históricamente tierra rusa, es Rusia la que decide. Cada territorio debería tener sus propias reglas. En Noruega decide Noruega, en Rusia decide Rusia.

      Pero la Segunda Guerra Mundial demostró que una instancia internacional y un juez independiente eran necesarios para conservar la paz, le objeto yo. Solamente un puñado de los miembros de las Naciones Unidas reconocieron la adhesión de Crimea a Rusia.

      «Entonces regresamos a lo que dije hace un momento. Estamos vacunados contra el socialismo. ¡La mayoría no siempre debe decidir! ¡No todos deben tener el derecho a expresarse!», dice.

      No me doy por vencido. Veinticinco años después del comunismo, los rusos merecen algo mejor, eso es lo que intento decirle.

      «La diferencia entre tu país y el mío es que el tuyo ha estado estable durante varios siglos. La disolución de la Unión Soviética y, por ende, la desestabilización de la sociedad, comenzó en los años ochenta. Ahora estamos en un proceso de reconstrucción en el que el país está intentando encontrarse a sí mismo de nuevo. Se está dando a ritmo lento y la cantidad de idioteces en el conjunto de leyes y en la economía sigue siendo completamente ilimitada. Pero lo que Putin ha hecho bien es el hecho de que con él la gente ha recobrado el sentimiento de que vale algo. Se nos ha devuelto el autoestima. Nada es más importante que eso. Cuando el periodo del socialismo terminó, entendimos que habíamos vivido casi cien años siguiendo unos principios equivocados. Y entonces queríamos vivir como Europa, pero no estábamos al mismo nivel. Esto llevó a un violento autocastigo, pero uno, a la larga, no puede vivir así».

      Cuando apagué la grabadora del celular, regresamos al laberinto de corredores y escaleras. Como debe ser para una compañía con doscientos cincuenta empleados, la división de mercadeo de Lenstroytrest también distribuye contenido en internet. Acepté presentarme en una video-entrevista sobre el mercado noruego de finca raíz. La entrevistadora, quien está al final de sus veinte años, me dice que en verano toma su automóvil, se va al norte de Noruega y vacaciona allí, hasta donde le alcanza el dinero. Ella presentó tantos datos sobre la región de Lofoten, Vesterålen y el resto de esa parte del país que me quedé mudo. Sus preguntas sobre el desarrollo urbano y la política de vivienda en Noruega eran tan perspicaces que fue difícil responder. Ella ha viajado por mi país con la mente abierta y un deseo sincero de estudiar lo mejor posible la naturaleza, el temperamento y la cultura noruegos. Con los ojos brillantes me contó sobre reuniones con la gente local y con otros turistas bajo la luz del sol del atardecer y las inolvidables noches que pasó bajo el cielo abierto.

      El que haya un ambiente amigable hacia Rusia, si así se le puede llamar, tiene un anclaje regional en Noruega. El debate en el ámbito nacional se da en Alemania. En la patria de Angela Merkel, varios periodistas y académicos destacados consideran que


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