Análisis del discurso en las disputas públicas. Giohanny Olave

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Análisis del discurso en las disputas públicas - Giohanny Olave


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a lo cual los megáricos proponen una suerte de lúdica agonal, fundamentada sobre la complicidad entre los interlocutores que luchan por alcanzar una victoria pírrica: ganar la razón es ganar el logos, que no dice esencialmente nada –porque puede decir cualquier cosa– con respecto a lo real.

      El calificativo de «erísticos» para los filósofos megáricos, que se puede rastrear en una diversidad de textos avalados por la tradición (principalmente: Suda14, Diógenes Laercio15, Galeno16 y las primeras traducciones del griego, por parte de Döring [1971] y Giannantoni [1990]), conserva el sentido peyorativo que le dio Platón, logró reducir el pensamiento megárico a la trivialidad del juego de palabras y ubicar la erística en las antípodas de la dialéctica. La escasa atención que se le prestó posteriormente es la victoria de esa proscripción a la que, con ciertas especificidades, Aristóteles también contribuyó en buena medida a través del uso del término ‘erística’, sobre todo en las Refutaciones sofísticas (Περὶ σοφιστικῶν ἐλ έγχωνen, De Sophisticis Elenchis, SE).

      En principio, y siguiendo a su maestro, Aristóteles también parece preocupado por mostrar que su dialéctica es diferente de la práctica de los «erísticos» y que, además, estos últimos no deberían ser llamados filósofos, en el sentido de dialécticos (Dorion, 1995, pág. 48). Sin embargo, el estagirita despersonaliza la erística y la presenta más como un tipo de razonamiento que como una escuela o como el nombre de un grupo de filósofos (Ramírez Vidal, 2015). Esta diferencia con respecto a Platón es esencial, pues si bien echa mano de algunos juicios de su maestro cuando tiene que referirse a los erísticos como sujetos (Aristóteles, SE, 11, pág. 22 y 184a, pág. 1), el desplazamiento hacia el análisis del argumento plantea otra forma de consolidar la dialéctica como «verdadera filosofía» y de deslegitimar la sofística y la erística.

      Aunque no es fácil esclarecer la diferencia entre sofística y erística en las Refutaciones aristotélicas, es evidente que el contenido de la obra está más dedicado al razonamiento erístico como un subtipo de argumento utilizado por los sofistas; en particular, aquellos razonamientos con los que se contiende y se aspira a vencer al otro a través de argumentos que no prueban, pero parece que lo hicieran. La distinción entre refutación verdadera y aparentemente verdadera es la clave de lectura que propone Aristóteles, tanto para el filósofo como para el sofista, pues a ambos les conviene conocer los procedimientos argumentativos para juzgarlos en sus propias prácticas y en las discusiones que adelantan (SE, 165a, págs. 25-31, 175a, págs. 9-12).

      Aristóteles considera que las refutaciones erísticas constituyen desviaciones del razonamiento (παραλογισμός), es decir, que simulacro y paralogismo quedan emparentados en el argumento erístico con base en la imitación de lo real. Análogo a la crítica platónica contra el arte mimético, por la manipulación de las emociones del auditorio (especialmente en el Libro x de La República), las Refutaciones aristotélicas inician con una diferenciación entre la belleza natural y la artificial, y entre la piedra preciosa y la imitación de ella:

      Pues también (entre los hombres) unos se hallan en buen estado y otros lo aparentan [...] y unos son bellos a causa de la belleza, mientras que otros lo aparentan adornándose. Lo mismo ocurre con las cosas inanimadas: en efecto, también entre estas unas son verdaderamente de plata o de oro, mientras que otras no lo son pero lo parecen de acuerdo con la sensación, v. g.: el litargirio y la casiterita parecen plata, y las cosas de pátina amarillenta parecen oro (Aristóteles, SE, 164b, págs. 20-25).

      La discusión en las Refutaciones no es, entonces, solo gnoseológica, sino también ética, como ocurre con el tratamiento de la mímesis y de la contradicción entre apariencia y realidad, en Platón y Aristóteles. Así se ratifica en la alusión directa a la lucha física cuando se explica el argumento erístico como un tipo de refutación que conduce a una victoria aparente:

      En efecto, así como la falta (cometida) en una competición tiene una forma específica y es como un combate ilegítimo, así también en la controversia la erística es un combate ilegítimo: pues allí los que se proponen vencer por todos los medios echan mano de todo, y también aquí los erísticos (hacen lo mismo). Así, pues, los que actúan de tal modo por mor de la victoria en sí misma son considerados hombres disputadores [ἐριστικός] y amigos de pendencias, y los que actúan por mor de la reputación (propicia) para el lucro son considerados sofistas [...]; y tanto los amigos de pendencias como los sofistas (se sirven) de los mismos argumentos, pero no con miras a las mismas cosas, y un mismo argumento será sofístico, pero no en el mismo aspecto, sino que, en cuanto sea por mor de una aparente victoria [νίκης φαινομένης], será erístico17, y en cuanto sea por mor de una aparente sabiduría, sofístico (Aristóteles, SE, 171b, págs. 21-35).

      Queda claro que la diferencia entre el argumento sofístico y el erístico es el tipo de simulacro que construyen: la sabiduría aparente o la victoria aparente. El texto aquí resulta muy interesante, pues no es tan obvio qué sería una νίκης φαινομένης. Lo más probable es que Aristóteles esté transpolando la condición regulada del combate físico al verbal, como condición del estatuto de lo real; lo que permitiría hablar de una «victoria real» sería, entonces, el cumplimiento de las normas argumentativas que el tratado de las Refutaciones y la educación del filósofo pretenden vigilar. Esto explica el espíritu doblemente evaluativo y educativo del tratado aristotélico, que se demora en analogías didácticas para establecer las distinciones entre el argumento real y el aparente. La comparación con el pseudogeómetra (ψευδογράφος) aclara la cuestión:

      … si el erístico se comportara respecto al dialéctico de manera totalmente semejante a como el que traza figuras falsas se comporta respecto al geómetra, no habría argumento erístico acerca de aquellas cuestiones [geométricas] [...] En efecto, ni todas las cosas están en un único género ni, si lo estuviesen, sería posible que las cosas que existen estuvieran todas bajo los mismos principios [...]. El erístico no se comporta totalmente como el que traza figuras falsas: pues no hará falsos razonamientos a partir de los principios de un género definido, sino que el erístico se ocupará de todo género (Aristóteles, SE, 172a, págs. 11-15 y 172b, págs.1-5).

      Es decir, el argumento erístico se caracteriza por desconocer los límites establecidos por los principios de un área del saber definida (la geometría, por ejemplo); por tanto, se utilizan recursos provenientes de cualquier otra área para aparentar que se prueba un argumento. Aristóteles lo ejemplifica con la solución de la cuadratura del círculo18 que proponen Antifón y Brisón; en contraposición a la respuesta de Hipócrates, quien solo utiliza recursos geométricos (lúnulas trazadas con regla y compás) para tratar de solucionar el problema, los «sofistas» sugieren duplicar sucesivamente una serie de polígonos circunscritos dentro del círculo, hasta que los polígonos cubran completamente el área de la figura. Aristóteles hace notar que esta solución apela al sentido común en vez de utilizar la prueba geométrica, pues se basa en la intuición de que la sucesión infinita de polígonos, en algún momento, alcanzará el área del círculo; este tipo de razonamientos no es válido, aunque pueda «servir a muchos, a saber, a todos los que no conocen lo posible y lo imposible de cada cosa» (SE, 172a, págs. 5-8).

      Si bien lo que se puede llamar propiamente refutaciones erísticas son las refutaciones aparentes, es decir, solo uno de los cinco tipos o fines argumentativos (Ramírez Vidal, 2015, pág. 247), la introducción de paradojas, la inducción al error, a la incorrección y al parloteo (SE, 165b, págs. 11-17), también pueden llegar a simular refutaciones. En esto cuatro casos, el componente ético-normativo del tratado es aun más definitivo, pues se trata de transgresiones que ya no se concentran en la lógica del argumento mismo, sino en el embate contra el interlocutor, para confundirlo, hacer que se equivoque o que dé rodeos sobre el asunto: los argumentos se desplazan del ad rem al ad hominem. Es en este sentido que Aristóteles sugiere que la respuesta contra el erístico debe ser su desenmascaramiento vía la puesta en evidencia del simulacro:

      … contra los disputadores hay que luchar, no como contra aquellos que refutan realmente, sino como contra aquellos que lo aparentan; en efecto, decimos de ellos que no prueban, de modo que hay que enderezar (la argumentación) para que no puedan aparentar (que refutan) (SE,


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