Teoría del conocimiento. Juan Fernando Sellés Dauder

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Teoría del conocimiento - Juan Fernando Sellés Dauder


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conociendo más que antes.

      4) Porque posee cierta referencia. La inteligencia conoce, pero también conoce que conoce (con sus hábitos adquiridos conoce sus actos u operaciones inmanentes).

      5) Porque su capacidad de conocimiento puede crecer irrestrictamente merced a los hábitos intelectuales.

      La razón es inicialmente una potencia pasiva, pues nativamente no conoce, pero luego, cuando es activada, puede conocer cada vez más. Al ser activada ejerce actos de conocer, operaciones inmanentes y, asimismo, adquiere unas perfecciones cognoscitivas superiores a dichos actos que se llaman hábitos (no son costumbres). Cuando la razón es activada ya no se puede denominar ‘potencia pasiva’, sino, más bien, potencia activa.

      1. Abstracción y pensamiento formal: actos y hábitos

      En este epígrafe consideraremos dos tipos de temas: a) El acto inicial de la razón, al cual se denomina abstracción, y su hábito adquirido respectivo, el hábito abstractivo, el cual nos permite conocer que abstraemos. b) Los actos generalizantes por medio de los cuales conocemos ideas cada vez más generales y con menos remitencia a la realidad física, y asimismo sus hábitos correspondientes, los hábitos generalizantes, mediante los cuales somos conscientes de que ejercemos tales actos.

      a) La abstracción y el hábito abstractivo

      Abstraer es un acto, el preliminar de la razón y condición de posibilidad de todos los demás que son posteriores, los cuales son superiores a él, es decir, más cognoscitivos. Junto con este acto adquirimos un hábito, el hábito abstractivo, mediante el cual somos conscientes de que ejercemos actos de abstraer. Atendamos seguidamente a cada uno de ellos.

      a.1. El acto de abstraer. Es el primer e inferior acto cognoscitivo que ejerce la razón. Abstraer es presentar una forma universal que está al margen del espacio y del tiempo físicos; por eso a este acto se le llama presencia mental.

      La presencia es exclusivamente mental, no física. En la realidad física no existe la presencia, porque presentar es un acto cognoscitivo. En la realidad física lo que existe es la sucesión, el fluir del tiempo, el movimiento, la potencialidad, pero no lo actualizado, lo detenido, lo presentado, y menos aún, los actos abstractivos o presencializantes. La presencia mental está al margen del movimiento, y por tanto, del tiempo físico.

      La abstracción toma sus contenidos de los objetos de los tres sentidos internos superiores –imaginación, memoria y cogitativa–, y como los objetos de la memoria y de la cogitativa están referidos al tiempo pasado y futuro, la abstracción articula el tiempo que conocen la memoria y la cogitativa. Conoce el tiempo pero no es temporal. Los abstractos son articulaciones del tiempo, pero ni los abstractos (objetos pensados) son tiempo, ni el acto de abstraer es temporal.

      Por ejemplo: la mesa pensada es universal y presente mientras se piensa, es decir, está al margen de las condiciones espacio-temporales. Por eso tal mesa carece de la concreción (color, pesadez…, de madera o de metal…) de la mesa vista o de las particularidades de la mesa imaginada (grande, pequeña, de estilo rococó o funcional…), es siempre igual (no afectada por la carcoma, la humedad, la oxidación temporal...).

      Nótese que si el objeto abstracto está al margen de las condiciones espacio-temporales, también el acto de abstraer debe estarlo. Por tanto, es el primer nivel cognoscitivo humano por medio de cual nos damos cuenta de que en nosotros hay algo que trasciende el espacio y el tiempo físicos; por tanto, que no somos espacio ni tiempo físicos. Repárese en que la inteligencia nos declara, desde su primer acto, que ella no es cuerpo y, por tanto, que no está sometida a las leyes del universo físico.

      Abstraer es presentar los objetos de los sentidos internos pero desparticularizándolos, es decir, universalizándolos. El abstracto es universal; una forma inmaterial que remite a lo sensible, de donde tal forma se ha abstraído. El abstracto es uno solo para cada acto de abstraer (si se abstrae ‘gato’, no se abstrae ‘perro’); es inmune al cambio y separado de las condiciones materiales (el ‘gato’ y el ‘perro’ como objetos abstractos no envejecen ni mueren). Lo abstraído, el objeto abstracto, se da siempre unido al acto de conocer u operación inmanente, lo cual quiere decir que no hay objeto abstracto sin acto de abstraer y a la inversa (por eso, la hipótesis de las ideas innatas es un error). El abstracto siempre se da conmensurado con acto de abstraer, es decir, a tanto acto, tanto objeto; ni más ni menos (ej. el acto que presenta ‘mesa’ es inferior al acto que presenta ‘gato’, y este al que presenta ‘hombre’).

      Como el acto de abstraer permite conocer el tiempo sin ser temporal, con él detenemos el curso de los acontecimientos físicos y, por eso, podemos cambiar su curso. En consecuencia, este acto es útil para nuestra vida práctica, pues en vez de someternos al modo de transcurrir de la naturaleza física (como los animales) la cambiamos. Sin este conocer no sería posible la cultura, pues esta es fruto de dotarle a la realidad física de un partido del que ella naturalmente carece.

      Este es el modo racional más básico y común de conocer para el hombre, pero por ello mismo no es el superior. Notar esto implica conocer que el acto de abstraer es limitado, y que su límite estriba precisamente en que conoce formando un objeto pensado (una forma), y esta, por definición, es siempre limitada, aspectual, pues con tal objeto (por ejemplo, con el de ‘perro’) no conocemos la realidad entera de la que este abstracto se ha abstraído (en este caso, el perro real, respecto del cual, obviamente, caben muchos ulteriores conocimientos y profundizaciones). Pero conocer que el acto de abstraer es limitado es un conocer que no depende del mismo acto de abstraer, sino de un conocer superior a él, a saber, del hábito cognoscitivo que se describe a continuación.

      Ningún acto es ‘autointencional’ sencillamente porque ningún acto es ‘intencional’; lo ‘intencional es exclusivamente el objeto pensado; y, precisamente por eso, lo ‘intencional’ no es real. Sostener lo contrario es un error (cometido primero por Escoto, luego por Brentano, Husserl, Scheler, Heidegger, y por muchos fenomenólogos y neotomistas).

      a.2. El hábito abstractivo. No es lo mismo el acto de abstraer que el acto por el cual conocemos, nos damos cuenta, de que abstraemos. Este segundo acto de conocer es el hábito abstractivo. ‘Hábito’ (palabra derivada del latín ‘habere’) significa tener, disponer, poseer. Lo que se tiene se puede usar de él. Con este tener cognoscitivo conocemos nuestras operaciones abstractivas y, por tanto, disponemos de nuestros actos de abstraer, esto es, sabemos que tales actos están bajo nuestro poder cognoscitivo. La prueba de que tenemos este hábito es que abstraemos cuando queremos.

      El acto de abstraer se agota conociendo el objeto abstracto que presenta, porque se conmensura con él. Por eso, conocer el acto de abstraer es propio de un conocer superior a tal acto: el del hábito abstractivo. En modo alguno el acto de abstraer (y cualquier otro acto) se conoce a sí mismo, es decir, ningún acto es ‘autorreferente’. En el conocer humano hay que distinguir siempre entre método o nivel cognoscitivo y tema conocido. Ambos son siempre distintos. No hay nunca ‘identidad’ entre conocer y conocido.

      Como el abstracto es una articulación del tiempo, y el hábito nos permite darnos cuenta de que el acto de abstraer articula el tiempo, el primer nivel –no el único– que permite formar el lenguaje es este hábito, porque el lenguaje es una articulación temporal. Se trata del lenguaje sin predicación y sin conectivos, o sea, del lenguaje elemental conformado por ‘nombre’ y ‘verbo’ unidos (ej. “perro perrea”, “lluvia llueve”, “ente es” etc.).

      El hábito abstractivo se adquiere al iluminar un solo acto de abstraer (ya veremos de qué nivel cognoscitivo depende tal iluminación), pues al darnos cuenta de que abstraemos un objeto pensado (ej. ‘casa’), sabemos que como ese objeto pensado podemos abstraer otros muchos de realidad física (ej. ‘árbol’, ‘mesa’, ‘silla’, etc.), y podemos hacerlo sin ninguna dificultad. Por tanto, abstraído un objeto, se adquiere la perfección de abstraer para siempre y sin posibilidad de perderla. ¿Qué conocemos con este hábito? Obviamente, los actos de abstraer, nada más.

      Por tanto, conocemos unos actos de la razón, es decir, unas realidades que no son ni físicas ni sensibles y que trascienden el tiempo, realidades que permiten conocer lo físico y lo sensible con mucha ganancia,


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