Teoría del conocimiento. Juan Fernando Sellés Dauder

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Teoría del conocimiento - Juan Fernando Sellés Dauder


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al infinito: conciencia de conciencia de conciencia... Pero en ese proceso no subiríamos de nivel cognoscitivo, sino que se reiterarían actos iguales sin añadir conocimiento superior.

      El paso superior no es un proceso al infinito en actos de conocer del mismo nivel, sino precisamente el conocer (acto) la posibilidad de proceso al infinito, lo cual es un objeto de la imaginación. En efecto, la imaginación reobjetiva lo conocido y lo reduplica indefinidamente (ej. el espacio isomorfo es de este tipo de imágenes: un espacio siempre igual porque es formado por la reiteración indefinida de un trozo de espacio). Es evidente que conocer esto es superior a lo que conoce el sensorio común, que conoce puntualmente y no una serie infinita.

      A la anterior indicación sobre la jerarquía se puede objetar que el sensorio común conoce actos, mientras que los otros sentidos internos conocen objetos, formas; y como los actos, por reales, son superiores a las formas, el sensorio común será superior a los otros sentidos internos. Esa objeción va de la mano de la afirmación de que la conciencia es el modo superior de conocer. Hay que responder que si bien los actos de los sentidos externos son reales, mientras que las formas que conocen los sentidos internos no son reales, sin embargo estas no son meras formas intencionales respecto de lo real sensible, como las formas conocidas por los sentidos externos, sino que se trata de formas posibles, y como el ámbito de lo posible es mucho más amplio que el de lo real, tales sentidos conocen más, es decir, son más cognoscitivos. Sin esa posibilidad no podríamos acelerar o ralentizar el perfeccionamiento de la realidad física.

      En esto nos distinguimos de los animales, pues los animales carecen de esa apertura a pluralidad de posibilidades; por eso lo que pueden trazar con sus sentidos internos es unívoco, unidireccional, en la dirección de su instinto (ej. los nidos de cada especie de pájaro solo admite una posibilidad), mientras que las formas que pueden formar los nuestros son irrestrictas.

      Además, ni la sensibilidad externa ni el sensorio común tienen un conocimiento reglado, sino cambiante. La imaginación humana conoce reglas, proporciones, y, por tanto, conoce más orden, perfección.

      Al imaginar una casa, la imaginación no la objetiva con colores tan nítidos como los que de una casa real conoce la vista, pero sí conoce mejor sus proporciones, la altura, anchura, profundidad, etc., cosa que la vista no capta.

      Por ejemplo, desde la entrada de una calle conformada por casas iguales que se suceden a ambos lados, lo que capta la vista es, obviamente, que la casas del fondo de la calle son más pequeñas que las primeras cercanas a nosotros, o que en la misma casa más cercana, el límite lejano de ella es más pequeño que el cercano. En cambio, la imaginación nos dice que todo este conjunto de casas de ambos lados es de igual tamaño.

      Añádase a lo anterior que los sentidos internos conocen sin que las realidades conocidas estén presentes en la realidad física. Esa separación también indica mayor conocimiento. La imaginación es una facultad que nos permite conocer imágenes. Su objeto propio es la imagen. Todas las imágenes son elaboradas a partir del conocimiento de la realidad física, pero se pueden imaginar sin que las realidades físicas estén presentes. Unas imágenes son remitentes a la realidad física (ej. las de hombre, caballo, mujer, pez, etc.); otras, en cambio, no remiten a ella (ej. centauro, sirena, etc.).

      El soporte orgánico de la imaginación es la corteza cerebral, al menos algún campo o área de ella (los medievales la colocaban en la frente; actualmente, en las llamadas ‘áreas de asociación’ de ambas zonas laterales del cerebro). Característico de ella es que reobjetiva, es decir, que vuelve a poner el objeto conocido por los sentidos externos, pero no lo forma tal cual ha sido visto, oído, etc., sino mejorado, reglado, proporcionado. Por eso se puede hablar de ‘representación’, en el sentido de ‘evocar’.

      El objeto-imagen no es exactamente el mismo que el objeto-visto, pues conocer lo mismo con una nueva facultad sería superfluo, ya que eso no añadiría conocimiento alguno sino reiteración de lo mismo. La imaginación no se limita a formar lo mismo, sino que compone, asocia, regla, forma, etc. Su intencionalidad es atemporal, pues no evoca el pasado ni tampoco proyecta al futuro.

      A diferencia de los sentidos externos y del sensorio común el soporte orgánico de la imaginación (las interconexiones neuronales) no está enteramente constituido biológicamente tras la embriogénesis. Crece biológicamente durante mucho más tiempo que los órganos de aquellas facultades. Las neuronas existen tras la embriogénesis, pero la fijación de sus circuitos neuronales crece, especialmente durante la pubertad y la adolescencia, y crece no por motivos biológicos, sino cognoscitivos, es decir, en la medida que se imagina más y mejor.

      En la fantasía se puede decir aquello de que ‘la función crea el órgano’, lo que equivale a sostener que no imaginamos porque tengamos cerebro, sino que al imaginar cada vez mejor formamos más interconexiones neuronales.

      De lo que precede se deduce que, de modo parecido al sensorio común, la imaginación carece de la realidad física (especie impresa) que inmute al órgano (la realidad física no estimula –por suerte– al cerebro). Como no hay realidad física que inmute, pero hay objeto conocido –imagen– que es formado al imaginar, esto indica que la imagen la forma el propio acto sin necesidad de estímulo, siendo claro que el acto no viene de fuera.

      Como los actos forman sus propios objetos, cabe decir que la imaginación forma sus propios objetos sin necesidad de inmutación actual por parte de la realidad física. También esto indica superioridad respecto de los sentidos externos.

      Por eso, la imagen difiere del objeto sentido por los sentidos externos (colores, sonidos, etc.) en que puede darse sin que se den aquellos, como cuando se imagina sin los sentidos (con los ojos cerrados, por ejemplo), o sin sensorio común (como en los sueños), es decir, sin conciencia sensible. La imagen es siempre particular.

      El hombre dispone de varios niveles de imaginación jerárquicamente distintos:

      a) La eidética, común a los animales, la cual reobjetiva lo percibido por los sentidos externos. Es la propia de los sueños (ej. me persigue un toro).

      b) La asociativa, que une unas formas con otras (ej. sirena, centauro).

      c) La proporcional, que regla las formas y permite construir formas geométricas y construir con ellas todo tipo de productos culturales (ej. dodecaedro).

      d) La simbólica, superior a las precedentes, porque es la que con menos signo aporta más significado (ej. cuando se dice: “Yo soy el ‘alfa’ y el ‘omega’”).

      Las formas culturales humanas superiores usan más de la imaginación simbólica.

      b.2. La memoria sensible. Es la facultad sensible que permite conocer que los objetos imaginados se han conocido antes en un tiempo concreto. Es más cognoscitiva que la imaginación, porque añade a esta la intención de pasado. Si la imaginación reobjetiva (forma objetos ya conocidos pero mejorados), la memoria recupera el tiempo pasado. Al igual que la imaginación, su soporte orgánico es la corteza cerebral.

      Los pensadores medievales aludían a la parte posterior del cerebro al hablar del soporte orgánico de la memoria sensible; actualmente los neurofisiólogos la localizan más en la frente. Pero dado que existen interconexiones entre todas las partes del cerebro –el cerebro es una unidad– no es caso el zonificar excesivamente.

      El objeto propio de la memoria sensible son los recuerdos. Si al acto propio de la imaginación cabe llamarlo imaginar, al de esta facultad se puede designar como recordar. La memoria conserva lo que los sentidos inferiores (externos y el común) no pueden. Es el ‘tesoro’ de las intenciones sensibles tenidas.

      No todos los recuerdos son el objeto propio de la memoria sensible, sino los recuerdos particulares de asuntos sensibles experimentados. No es suyo propio, por ejemplo, recordar pensamientos de la razón o asuntos que se han querido por la voluntad (ej: recuerdo que pensé en ese problema humano y di con tal solución). Esa otra memoria es superior, intelectual.

      Como la imaginación, los objetos que forma la memoria sensible son aquellos que antes han sido conocidos por los sentidos externos.

      Dado que el sentido más cognoscitivo de los externos


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