Tormento. Benito Pérez Galdós

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Tormento - Benito Pérez Galdós


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       Benito Pérez Galdós

      Tormento

      Publicado por Good Press, 2019

       [email protected]

      EAN 4057664170989

       I

       II

       III

       IV

       V

       VI

       VII

       VIII

       IX

       X

       XI

       XII

       XIII

       XIV

       XV

       XVI

       XVII

       XVIII

       XIX

       XX

       XXI

       XXII

       XXIII

       XXIV

       XXV

       XXVI

       XXVII

       XXVIII

       XXIX

       XXX

       XXXI

       XXXII

       XXXIII

       XXXIV

       XXXV

       XXXVI

       XXXVII

       XXXVIII

       XXXIX

       XL

       XLI

       Índice

      Esquina de las Descalzas. Dos embozados, que entran en escena por opuesto lado, tropiezan uno con otro. Es de noche.

      Embozado primero.—¡Bruto!

      Embozado segundo.—El bruto será él.

      —¿No ve usted el camino?

      —¿Y usted no tiene ojos?... Por poco me tira al suelo.

      —Yo voy por mi camino.

      —Y yo por el mío.

      —Vaya enhoramala. (Siguiendo hacia la derecha.)

      —¡Qué tío!

      —Si te cojo, chiquillo... (Deteniéndose amenazador.) te enseñaré a hablar con las personas mayores. (Observa atento al embozado segundo.) Pero yo conozco esa cara. ¡Con cien mil de a caballo!... ¿No eres tú...?

      —Pues a usted le conozco yo. Esa cara, si no es la del Demonio, es la de D. José Ido del Sagrario.

      —¡Felipe de mis entretelas! (Dejando caer el embozo y abriendo los brazos.) ¿Quién te había de conocer tan entapujado? Eres el mismísimo Aristóteles. ¡Dame otro abrazo... otro!

      —¡Vaya un encuentro! Créame, D. José; me alegro de verle más que si me hubiera encontrado un bolsón de dinero.

      —¿Pero dónde te metes, hijo? ¿Qué es de tu vida?

      —Es largo de contar. ¿Y qué es de la de usted?

      —¡Oh!... déjame tomar respiro. ¿Tienes prisa?

      —No mucha.

      —Pues echemos un párrafo. La noche está fresca, y no es cosa de que hagamos tertulia en esta desamparada plazuela. Vámonos al café de Lepanto, que no está lejos. Te convido.

      —Convidaré yo.

      —Hola, hola... Parece que hay fondos.

      —Así, así... ¿Y usted qué tal?

      —¿Yo? Francamente, naturalmente, si te digo que ahora estoy


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