Error de cálculo. Daniel Sorín

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Error de cálculo - Daniel Sorín


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la avenida San Juan a la altura de Alberti se produjo el accidente. A cada una les refirió vida y obra del difunto con detalles precisos y solo se alejaba al llegar alguien nuevo, para repetir todo otra vez, incansablemente. Ese hombre fue, en esas circunstancias, sin quererlo, la síntesis perfecta.

      La chispa.

      A las diez de la noche decidieron retirarse. El clima era sofocante, más de treinta y tres grados derretían el ánimo de los porteños. Se sentaron en un bar cercano, una mesa redonda en la vereda, un mozo semisordo y tres cervezas frías con maníes y papas fritas. Fue el encuentro fundacional. El momento en que las mentes se reconocen socias de un mismo proyecto, en que la voluntad se agrega y se impone a la imaginación, en que las tareas se dividen y las responsabilidades se deslindan.

      Conversaron largamente. Al fin quedaron en un encuentro a realizarse tres semanas después. Para el 20 de febrero cada uno debía tener encaminada su parte. Trillo se ocuparía de conseguir apoyo financiero, Artigas todo lo relacionado con la faz periodística y Layo tendría a su cargo el aspecto jurídico y filosófico-teológico del proyecto.

      A las dos y veinte de la madrugada los tres socios se separaron después de haber consumido abundante cerveza con una rara alegría por dentro.

      • • •

      DECLARACIÓN DEL SEÑOR

      MANUEL VARDÉ

      —¿Nombre?

      —Manuel Vardé.

      —¿Ocupación?

      —Agente de turismo.

      —¿Puede decirnos cuándo y en qué circunstancias conoció a Carlos Trillo?

      —Conocí al señor Trillo a mediados del 73. Él colocaba dinero propio y de una inmobiliaria a la que representaba en dólares y yo los negociaba.

      —Es decir que su agencia de viajes funcionaba también como agencia de cambio, ¿verdad?

      —Efectivamente.

      —Tuvo problemas con el señor Trillo.

      —Nunca tuve problemas con él. Nuestro trato era eminentemente comercial, yo no lo conocía en profundidad.

      —Sin embargo, tenemos aquí... déjeme ver, un minuto... ¡Sí!, aquí mismo, la declaración de María Angélica Paz, esposa de Trillo entre febrero de 1972 y agosto de 1974, que nos informa: “Solíamos vernos a menudo con Manuel Vardé y su señora Ana Luisa, teníamos con ellos una gran amistad”.

      —Señor, considero que la señora Paz ha exagerado nuestra relación, era solamente una amistad de índole comercial, una relación cordial con un buen cliente.

      —Señor Vardé, hablando de clientes, dijo usted que negociaba dinero de Trillo y de la inmobiliaria a la que representaba. ¿Cuál diría que era la proporción de uno y otra?

      —La mayor parte era de la inmobiliaria.

      —¿En qué proporción? Le recuerdo que nos resulta sencillo verificar su respuesta.

      —Yo diría que el noventa por ciento era de la inmobiliaria.

      —¿El noventa?

      —Quizá algo más.

      —Nuestros cálculos nos han permitido llegar a la conclusión de que no más del uno por ciento del total negociado era propiedad de Trillo.

      —Creo que es posible. Nunca hice esa cuenta, no veo por qué debiera interesarme.

      —Es decir que Trillo oficiaba de intermediario. ¿A qué porcentaje?

      —El veinticinco por ciento de mi ganancia.

      —¿Tuvo un episodio con dólares falsos? Es decir, ¿vendió usted dólares falsos a Trillo en una oportunidad?

      —¡No, jamás!

      —¿Quince mil?

      —¡Eso es mentira!, ¿quién pudo...?

      —Tranquilícese, señor Vardé, igual no viene al caso. ¿Podría decirnos cuándo le dio los cincuenta mil dólares que lo convertían en socio de la editorial?

      —A fines de febrero del 76. Fueron dos cheques con fechas diferidas, como era la usanza de la época, por un monto de veinte mil el primero y treinta mil el segundo.

      —¿Qué porcentaje de acciones le aseguraba este dinero?

      —El dieciocho por ciento.

      —¿Sabía si había más socios capitalistas y, en tal caso, puede darnos los nombres de los mismos?

      —No. Él no quiso decirme y yo nunca insistí. Sencillamente tenía los avales presentados que aseguraban mi inversión. Yo nunca supe, yo no sabía para qué era.

      —¿Quiere decir que no tuvo información en qué se invertía su dinero?

      —Sí, pero...

      —¿Tenía conocimiento o no de la idea de un semanario necrológico?

      —Sí, claro, es que yo nunca pensé que se llegaría a lo que se llegó. Quizá usted piense que no fue moral que yo le diera dinero, pero jamás que se publicaría.

      —Y entonces usted cobraría esos avales.

      —Si el periódico no llegaba al quinto número, o si no completaba los cincuenta mil ejemplares vendidos yo me resarcía con la garantía por él dejada.

      —Por último, señor Vardé; ¿puede decirme cuál fue el aval?

      —Un departamento en la calle Coronel Díaz.

      —¿De qué valor?

      —Unos ciento veinte mil dólares.

      —Gracias. Es todo por ahora.

      —Yo quiero decir...

      —¿Sí?

      —En aquella época, usted quizá no lo recuerde, los ahorristas como yo vivíamos con la incertidumbre de dónde colocar nuestro dinero; había una gran debacle financiera y la oferta de Trillo era tentadora, si bien era posible que... es decir, yo jamás imaginé.

      —Gracias señor Vardé, es todo por ahora.

      (Fin de la declaración)

      Aclaración: efectivamente no hay constancias de que el declarante haya vendido dólares falsos a Trillo.

      • • •

      DECLARACIÓN DEL DOCTOR

      NICOLÁS PÉREZ DUARTE

      —¿Su nombre es Nicolás Pérez Duarte?

      —Efectivamente.

      —¿Profesión?

      —Abogado.

      —¿Conoció, doctor, al señor Bernardo Layo?

      —Sí.

      —¿En qué circunstancias?

      —Vino a hacer una consulta acerca de posibles impedimentos legales de un proyecto suyo.

      —¿Usted prestó los oficios de abogado a tal fin?

      —Naturalmente.

      —¿Le extrañó el carácter de la consulta?

      —No es función de los abogados extrañarse por las consultas de sus clientes.

      —Así es. ¿Le pareció normal el estado mental del profesor Layo?

      —Absolutamente.

      —¿Cuál fue su respuesta al requerimiento?

      —Que mientras no instigara al suicidio, la eutanasia y al crimen en general, no había impedimentos legales. Más aún, la Constitución ampara explícitamente la libertad de prensa.

      —¿Desea declarar algo más?


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