Un hombre para un destino. Vi Keeland

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Un hombre para un destino - Vi Keeland


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      Su expresión se suavizó mientras me ponía la mano en el hombro.

      —Hazme un favor e intenta, al menos, hacer que se sienta bienvenida en la empresa.

      —Como si tuviera elección… —dije, con un suspiro de exasperación.

      —Me tomaré eso como un sí. Puedes practicar en los Hamptons mañana. Irá contigo para ayudarte con la propiedad de Bridgehampton, porque Lorena estará fuera toda la semana. Normalmente, la asistente personal la sustituye cuando ella no puede atender las visitas a las propiedades.

      «Genial. Todo un día con ella».

      Se levantó y se dirigió a la puerta, no sin antes volverse por última vez.

      —Charlotte sabe lo que es que te rompan el corazón. Tienes más en común con ella de lo que piensas.

      Siempre que mi abuela mencionaba mi relación con Allison, me irritaba. Aquello no solo no tenía nada que ver con lo que estábamos hablando, sino que también me obligaba a pensar en cosas que trataba desesperadamente de dejar atrás. Había intentado por todos los medios olvidar el dolor que me había causado el fin de esa relación.

      Miré por la ventana buena parte de la siguiente media hora, sin hacer nada, mientras me mentalizaba de que ahora Charlotte trabajaba allí. Era una coincidencia de lo más extraña. Y sabía que no podríamos trabajar juntos sin llevarnos la contraria continuamente.

      Decidí ir a su despacho para establecer algunas reglas básicas y explicarle qué esperaba de ella durante el día en que estaría a mis órdenes.

      «A mis órdenes».

      Me deshice rápidamente de la visión fugaz de su diminuto cuerpo. Eso era lo complicado de despreciar a alguien que era físicamente atractivo. La mente y el cuerpo libraban una batalla permanente que, en circunstancias normales, habría ganado el cuerpo.

      Pero aquellas no eran unas circunstancias normales. Charlotte Darling estaba lejos de ser normal, y yo debía estar en guardia.

      Dispuesto a decirle lo que pensaba, me encaminé por el pasillo hasta su despacho e inspiré profundamente antes de abrir la puerta sin llamar.

      Me sorprendí al ver a mi hermano, Max, tumbado en el sofá, aunque no debería haberlo hecho. Aquel era el modus operandi de Max: se había presentado corriendo en el despacho de la nueva asistente para impresionarla.

      —¿Puedo ayudarlo en algo, señor Eastwood? —preguntó ella con frialdad.

      Max esbozó una sonrisa divertida.

      —Charlotte, sé que ya os conocéis, pero deja que te presente formalmente a mi hermano mayor, es decir, el malvado dueño y señor de todo esto. Reed.

      «Genial. Ken el Ligón no ha perdido ni un minuto con la Barbie nórdica».

      Capítulo 7

      Charlotte

      El ambiente cambió por completo en cuanto Reed entró en mi despacho. Era el tipo de atmósfera que me recordaba a cuando estaba en la escuela y la profesora de repente apagaba las luces para calmarnos a todos. La diversión había llegado a su fin.

      De pronto, noté que me sudaban las palmas de las manos.

      Di un sorbo al macchiato de caramelo con hielo que Max me había traído del Starbucks frente a la oficina y traté de mantener la compostura, aunque sin mucho éxito. No había nada en Reed que no me intimidara: su estatura, su pajarita, sus tirantes y su profunda voz. Pero lo que me resultaba más intimidante era el hecho de que sospechaba que me odiaba. Sí, así era.

      Su hermano, Max, en cambio, era todo lo contrario: encantador y cercano. Si esto fuera un instituto y no una enorme empresa, Max sería el payaso de la clase y Reed, el profesor gruñón.

      Max había contribuido por un momento a que olvidara la reprimenda de Reed, pero la tregua había acabado.

      Reed lanzó una mirada de reprobación a Max y dijo:

      —¿Qué haces aquí?

      —¿Qué crees que hago? Dar la bienvenida a nuestra nueva empleada, que es más de lo que has hecho tú.

      Reed lo miró como si quisiera clavarle un puñal. Parecía todavía más molesto porque hubiera compartido con Max el incidente de antes, pero no había podido evitarlo. Max me había preguntado qué me pasaba y yo había decidido contarle la verdad. Lo que me pasaba era Reed Eastwood.

      En cambio, el Eastwood más joven me había dicho que no me tomara como algo personal lo que su hermano mayor hiciera o dijese, porque, a veces, Reed también lo trataba con severidad. Me aseguró que Reed no era ni la mitad de duro de lo que parecía, pero que, por lo visto, había tenido un año horrible. Me resultaba difícil creer que fuese la misma persona que había escrito aquella dulce nota azul. Y eso me hizo pensar en Allison. ¿Lo habría dejado por su actitud? Desde luego, era una posibilidad que cada vez me parecía más plausible. Me sentí ligeramente culpable por estar al tanto de su fallido compromiso y que él no tuviera la menor idea de que había ido en su busca.

      Reed hizo un gesto en dirección a su hermano.

      —¿No tienes nada que hacer, Max? No sé, ir a que te abrillanten los zapatos o algo.

      Max se cruzó de brazos.

      —No. De hecho, tengo el día libre.

      —Menuda sorpresa.

      —Vamos… Ya sabes que soy el presidente del comité de bienvenida. —Max dio un sorbo a su café y se acomodó todavía más en el sofá de cuero negro.

      —Resulta muy curioso lo selectivo que es ese comité. No has ido a dar la bienvenida al nuevo contable que ha empezado a trabajar hoy.

      —Era mi siguiente visita en la ronda.

      —Ya. —Reed lanzó una mirada de escepticismo a su hermano.

      Los dos eran similares, pero con diferencias. Aunque guardaban cierto parecido y ambos eran muy guapos, Max tenía el pelo más largo y parecía más salvaje y libre, con una sonrisa que daba a entender que todo le importaba un ardite. Reed era más formal y siempre parecía enfadado. No solía sentirme atraída por ese tipo de hombre, pero había algo inalcanzable en él que me llamaba la atención. Con su constante coqueteo, Max me había dejado claro que, si quería, seguramente tenía el camino libre con él, pero, de algún modo, eso le hizo perder interés. Por contra, ni siquiera estaba segura de si Reed me odiaba o no, pero su misteriosa personalidad me cautivaba.

      —Bueno, pues lo siento, pero necesito hablar con Charlotte —contestó Reed—. Sobre un asunto de trabajo de verdad, a diferencia de tu visita de ahora. Así que déjanos a solas, por favor.

      * * *

      Me incorporé en la silla mientras Reed cerraba la puerta tras su hermano. A diferencia de Max, no se sentó en el sofá. No, este hermano prefirió quedarse de pie con los brazos cruzados mientras me miraba con desprecio. Y no pensaba soportarlo ni un segundo más. Me levanté, me quité los zapatos de tacón y me subí a la silla.

      —¿Se puede saber qué hace? —preguntó con los ojos entrecerrados.

      Imitando su postura, me crucé de brazos y lo miré con desdén.

      —Lo miro igual que usted a mí.

      —Bájese de ahí.

      —No.

      —Señorita Darling, bájese de esa silla antes de que se caiga y se haga daño. Estoy seguro de que sus largos años como profesora de surf de perros le hacen creer que es capaz de aguantar incólume en una silla con ruedas, pero le aseguro que, si se cae y se rompe la crisma contra el borde de la mesa, se hará daño.

      Dios, era un capullo presuntuoso.

      —Si quiere que me baje,


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