Un hombre para un destino. Vi Keeland
Читать онлайн книгу.al tanto de mis idas y venidas.
—Abuela, ¿podemos hablar un momento en mi despacho, por favor?
—Por supuesto. —Sonrió antes de mirar a Charlotte, que se había inclinado para recoger los pedazos del jarrón roto—. Charlotte, ¿por qué no vuelves a tu despacho y te familiarizas con la base de datos de la empresa? Ya he pedido a Stan, del departamento de informática, que vaya a ayudarte por si tienes alguna duda. Siento que el precioso jarrón que hiciste para mí se haya roto. No hace falta que lo recojas, puedo pedirle a otra persona que se ocupe de limpiar esto.
—No pasa nada, ya tengo casi todos los pedazos. Aunque quizá haya que pasar la aspiradora, por si quedan astillas. —Se enderezó y tiró el jarrón hecho añicos en una papelera antes de volver a mirarme enfadada—. Quizá Stan pueda instalarle un chip de sensibilidad a su nieto, porque parece que le hace falta.
Chasqueé los dedos.
—Debieron de olvidarse de hacerlo cuando me instalaron el detector de mentirosas.
«Tengo que dejar de disfrutar con esto de una vez».
Charlotte me observó un instante antes de darse la vuelta y alejarse de mí. Una extraña sensación me burbujeaba en el pecho mientras contemplaba sus mechones de pelo rubio balanceándose al ritmo de sus pasos al marcharse. Sabía que era un sentimiento de culpa. Mi reacción había sido la esperada, dado que la chica estaba como un cencerro, pero, de algún modo, ahora me sentía como un completo imbécil.
Mi abuela me siguió hasta el despacho sin abrir la boca.
Tras cerrar la puerta, dije:
—Sabes que vas a tener un buen día cuando tu propia abuela te llama idiota.
—Bueno, a veces te comportas como un idiota. —Parecía divertida ante mi enfado—. Es guapa, ¿verdad?
«Claro, si te parece guapa una chica con ojos expresivos, labios carnosos y el cuerpo de una pin-up de los años cincuenta. Más bien es como la kryptonita».
La belleza física de Charlotte era innegable. Pero de ninguna manera iba a reconocerlo; su «locura» eclipsaba toda la belleza.
Hice una mueca.
—Abuela…, ¿qué estás tramando?
—Creo que sería una excelente trabajadora en tu equipo.
Señalé hacia la puerta y grité:
—¿Esa mujer? Esa mujer no tiene nada de experiencia. Por no mencionar que está loca de atar y que es una mentirosa. Deberías haber visto el montón de sandeces que escribió en su solicitud para visitar el ático de la torre Millenium.
Sonrió con actitud burlona.
—Surf de perros. Lo sé.
—¿Lo sabes y, aun así, la has contratado? —Empecé a pasearme por el despacho, con la tensión por las nubes—. Lo siento, pero entonces la que está mal de la cabeza eres tú. ¿Cómo puedes pretender darle acceso a nuestra información personal y profesional más delicada?
Mi abuela tomó asiento en el sofá que había frente a mi mesa y contestó:
—No sabía lo que hacía cuando rellenó esa solicitud; ni siquiera recordaba haberlo hecho. Estaba borracha y no fue más que una tontería. Todos hemos tenido noches así, al menos yo. No voy a contarte todo lo que hablamos, porque eso queda entre Charlotte y yo, pero tenía razones para actuar como lo hizo. Y vi algo en ella que me recordó a mí misma. Creo que tiene un espíritu fuerte y que posee el tipo de energía vibrante que necesitamos aquí.
«¿Está de broma?».
«Vibrante».
Charlotte me recordaba a la cegadora luz del sol cuando te despiertas con resaca. Vibrante, sí, tal vez; pero de lo más inoportuna.
Mi abuela era una persona amable y empática, siempre veía el lado bueno de las personas. Lo respetaba, pero me pregunté si no la estaban manipulando.
—Es una mentirosa —repetí.
—Mintió, pero no suele mentir. Hay una diferencia. Cometió un error. Charlotte se confesó conmigo, una completa desconocida. No tenía por qué hacerlo. Es una de las personas más honestas que he conocido jamás.
Me crucé de brazos y sacudí la cabeza con incredulidad.
—No puedo trabajar con ella.
—No voy a cambiar de opinión sobre su puesto de trabajo, Reed. Tienes dinero de sobra para contratar a tu propio asistente personal si no quieres compartir a la de la familia, pero no pienso despedirla.
—Tendrá acceso a mi información personal. ¿No crees que debería tener voz y voto al respecto?
—¿Por qué? ¿Tienes algo que ocultar?
—No, pero…
—¿Sabes qué creo?
—¿Qué? —respondió.
—Hace mucho tiempo que no te he visto apasionarte tanto con nada. De hecho, desde el concierto de Navidad en Carnegie Hall.
—¿Quieres hacer el favor de no recordármelo?
Le encantaba hablar de mi breve etapa en el coro infantil. Me gustaba muchísimo cantar aquellas canciones tan alegres, hasta que empecé a madurar y comprendí que el coro era un pasatiempo que solo me daría disgustos y la reputación de friki. Lo dejé, y mi abuela seguía insistiendo en que había abandonado mi vocación.
—Para bien o para mal, esa chica te saca de tus casillas —contestó.
Miré por la ventana y observé el tráfico en la calle, negándome a reconocer que hubiera el menor ápice de verdad en sus palabras. Empecé a sudar y respondí:
—No seas ridícula…
Pero mi abuela me conocía bien. En el fondo, sabía que tenía razón. La verdad era que Charlotte había despertado algo en mí. En el exterior, se manifestaba como ira, pero dentro de mí sentía una emoción indescriptible. Sí, era cierto que no me había gustado que me hiciera perder el tiempo ese día. Pero, para cuando estalló y se marchó corriendo, me había impresionado de una manera inexplicable. No había dejado de pensar en ella durante toda la noche. Me preocupaba haber sido demasiado brusco o haberle provocado una crisis nerviosa sin querer. Me la imaginaba huyendo por Manhattan, con la máscara de pestañas corrida y tropezando con sus propios pies a causa de los enormes tacones que llevaba. Al final, había dejado de pensar en ella, hasta que, literalmente, nos topamos. Y de repente, esa extraña energía brotó a la superficie de nuevo en forma de ira. Pero ¿por qué? ¿Por qué me importaba lo bastante como para sacarme de quicio?
Mi abuela interrumpió mis pensamientos.
—Sé que lo que ocurrió con Allison te afectó mucho. Que tu espíritu se apagó. Sin embargo, es hora de pasar página.
Sentí una punzada de dolor en el estómago al oír el nombre de Allison. Ojalá mi abuela no la hubiera mencionado.
Continuó:
—Necesitas un cambio de aires. Y dado que no piensas irte a ninguna parte, he pensado en traerte ese cambio de aires contratando a Charlotte. Prefiero verte discutir con ella que solo y encerrado en tu despacho.
—No puedo discutir con alguien que teclea en el aire para demostrar que tiene razón.
—¿Cómo?
—Por favor, ¿no has visto lo que hacía? —No pude evitar reírme—. Ha dicho que no quería decirme lo que pensaba para no perder el trabajo y se ha puesto a teclear lo que tenía en mente en el aire, para desahogarse. Esa es la loca a la que has contratado.
Mi abuela echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír.
—Pues me parece una idea genial, la verdad. Algunos políticos deberían aprender de ella. No está nada mal pensar