Un hombre para un destino. Vi Keeland

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Un hombre para un destino - Vi Keeland


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      «Vaya, vaya. El señor Maligno tiene un lado caballeresco». No pude evitar sonreír.

      —Lo ha hecho a propósito —comentó, enfadado.

      Salté y señalé las dos sillas que había frente a mi mesa.

      —¿Por qué no nos sentamos, señor Eastwood?

      Murmuró algo ininteligible, pero tomó asiento.

      Coloqué las manos sobre la mesa y le obsequié con una amplia sonrisa.

      —Dígame, ¿de qué quiere que hablemos?

      —De nuestro viaje de mañana.

      Iris había mencionado que tenía que ir a enseñar una casa en el este de la ciudad mañana, pero, como no tenía ni idea de que su nieto era quien era, no había caído. «Perfecto, un día entero con un tío que me odia». Y yo que pensaba que había empezado mi nuevo trabajo con buen pie… En lugar de eso, tendría encima a un hombre que se moría de ganas de perderme de vista, como un halcón, observándome hasta que cometiera el más mínimo error.

      —¿Qué información quiere darme del viaje? —pregunté, con un bolígrafo y una libreta para tomar notas.

      —Para empezar, saldremos a las cinco y media en punto.

      —¿De la mañana?

      —Sí, Charlotte. Por lo general, a la gente le gusta visitar las propiedades grandes, con muchas hectáreas, cuando todavía hace sol.

      —No hace falta que sea tan condescendiente. Tan solo soy nueva, ¿sabe?

      —Sí, soy plenamente consciente de ello.

      Puse los ojos en blanco y escribí «cinco y media» en mi cuaderno de notas, y añadí en mayúsculas y subrayé dos veces «en punto».

      —A las cinco y media —repetí—. De acuerdo. ¿Quiere que quedemos en la estación de tren?

      —Iremos en coche.

      —De acuerdo.

      —Tengo una llamada telefónica a las siete de la mañana con un cliente de Londres. Cuando Lorena y yo pasamos el día fuera atendiendo visitas, suelo conducir yo durante la primera hora. Cuando llegamos al final de la autopista, desayunamos y ella me releva, para que yo me ocupe de las llamadas y me ponga al día con los correos electrónicos antes de llegar a la propiedad.

      —Eh… Yo no conduzco.

      —¿Qué quiere decir?

      —Que no tengo carnet de conducir, así que no podremos hacer turnos.

      —No, si ya lo he entendido. Solo me preguntaba cómo es posible que una mujer de veintitantos años no tenga carnet de conducir.

      Me encogí de hombros.

      —No me ha hecho falta hasta ahora. Mucha gente que vive en la ciudad no conduce.

      —¿Nunca ha intentado sacárselo?

      —Está en mi lista de pendientes.

      Reed exhaló otro suspiro audible y negó con la cabeza.

      —De acuerdo. Conduciré yo. Envíeme por correo electrónico su dirección y la recogeré allí. Esté lista a en punto.

      —No.

      —¿Cómo que no?

      Supuse que era un hombre que no estaba acostumbrado a oír la palabra «no» muy a menudo.

      —Quedemos en la oficina, mejor.

      —Es más fácil que pase a recogerla por su casa, a esa hora.

      —No pasa nada. No me siento cómoda pensando que sabe dónde vivo.

      Reed se frotó la cara con las manos.

      —Es consciente de que puedo acceder a su dirección en la base de datos de recursos humanos en cualquier momento, ¿verdad?

      —No es lo mismo. Hay una gran diferencia entre saber dónde vivo y enseñarle dónde vivo.

      —¿Qué diferencia?

      —Bueno… —Me recliné en la silla y señalé la ropa que llevaba puesta—. Ahora mismo, sabe que estoy desnuda debajo de toda esta ropa, pero eso no significa que tenga que enseñarle los pechos.

      Sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa mientras deslizaba los ojos por el sutil escote de mi camisa.

      —No creo que se parezca en absoluto, pero como quiera.

      Reed tenía la habilidad de ponerme nerviosa con una mirada. Me erguí y agarré el bolígrafo y el cuaderno de nuevo.

      —¿Alguna cosa más?

      —Vamos a enseñar la casa de Bridgehampton a dos familias. Es una residencia valorada en siete millones de dólares y nuestros clientes esperan discreción. Tendrá que quedarse en la puerta de la casa para evitar que nadie más entre durante la visita. Si la segunda familia llegase demasiado pronto, su cometido es llevarlos a la salita que hay en la parte delantera de la casa, justo al lado del vestíbulo principal, y procurar que se queden allí.

      —De acuerdo, no hay problema.

      —Asegúrese de que las mesas del catering se coloquen en esa habitación, para que pueda ofrecer un refrigerio a los clientes mientras esperan. Por supuesto, nada más llegar, debe ofrecerles algo de beber a las dos familias, pero también es una manera discreta de lograr que los clientes que llegan antes se desplacen a otro espacio, mientras yo termino con la visita en curso.

       —¿Catering?

      —Sí, de Citarella. Tiene todos sus datos en el directorio de proveedores. Descargue la información de contacto en su móvil, por si surgiera algún problema.

      Ladeo la cabeza y pregunto:

      —Y ¿por qué contratamos un catering para las visitas de Bridgehampton? El ático que fui a ver era más caro que esta mansión.

      Reed sonrió con una actitud burlona.

      —Porque le dije a Lorena que no le ofreciera nada, dado que ya sabía que no iba a comprar nada de nada.

      —Vaya.

      —Sí, vaya. Y por favor, vístase adecuadamente. Nada ceñido que pueda distraer.

      Eso me ofendió. Yo siempre iba vestida de manera apropiada al trabajo.

      —¿Distraer? ¿Qué quiere decir? ¿Y distraer a quién, a ver?

      Reed se aclaró la garganta.

      —No importa. Vístase con algo como lo que lleva puesto ahora. Es una jornada de trabajo, no una excursión a los Hamptons. Y no repita «a ver».

      —¿Cómo?

      —No denota una buena gramática.

      Puse los ojos en blanco.

      —Dios, debió de ir a un internado de esos que son solo para chicos, ¿verdad?

      Reed ignoró mi comentario.

      —Hay un folleto sobre la propiedad en su carpeta. Debería familiarizarse con los detalles de la residencia, por si le preguntan algo concreto y yo no estoy disponible.

      —Vale, ¿algo más? —pregunté, y anoté lo que dijo.

      Se metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó su móvil.

      —Necesito su número de móvil, por si hubiese algún cambio de planes.

      Empecé a teclear.

      Nombre propio: Charlotte.

      Apellido: Darling.

      Empresa:… Esbocé una sonrisa interior mientras sopesaba la idea de escribir «Tus Huevos», pero luego rectifiqué. Al menos,


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